Los chicos de la Nickel: Colson Whitehead y los sublimes imperativos morales


La espléndida obra Los chicos de la Nickel (The Nickel boys) es la séptima novela, su noveno libro, del extraordinario escritor estadounidense Colson Whitehead, premiada, como lo fue la anterior suya (El ferrocarril subterráneo), también magnífica, con el Premio Pulitzer de Obras de Ficción, lo que le convierte en una de las eminencias que ha obtenido dos veces ese galardón, algo al alcance de maestros de la literatura de la categoría de William Faulkner y John Updike (el otro autor es Booth Tarkington), el primero en merecerlo por dos obras suyas correlativas. Fue publicada en 2019 y traducida a mi idioma un año después por Luis Murillo Fort.

 

               “Hasta muertos creaban problemas, los chicos”.

 

Podríamos decir que, en esta novela de Colson Whitehead, que remarca algo que ya sabíamos, aquello de que “la maldad son las personas”, y cuyo protagonista es Elwood Curtis, se escucha “el crepitar de la verdad”. También la voz de Martin Luther King (“este sentido de dignidad”), cuyos discursos eran “una crónica palpitante y contenían en sí mismos todo cuanto los negros habían sido y todo cuanto Elwood Curtis iba a ser”.

Aprender pronto que “una cosa es decirle a la gente que haga lo que está bien y otra que la gente lo haga”, terminar por comprender “la testaruda constancia del mundo”. Los chicos de la Nickel es la historia de alguien que lo que comenzó haciendo fue “buscar su hueco en la cola de jóvenes soñadores entregados al enaltecimiento de la raza negra”. Y es que el influjo de los discursos de Martin Luther King en Elwood es memorable:

 

“Haced de la humanidad vuestra profesión. Que sea una parte fundamental de vuestra vida”.

 

El mundo aquél era el de los Estados Unidos de la década de los 60 del siglo pasado. El bisabuelo del protagonista “había muerto en prisión después de que una señora blanca lo acusara de no apartarse para cederle el paso en una acera del centro”.

La Nickel, ni que decir tiene, es un correccional, “el colmo del racismo”. Colson Whitehead admite en los agradecimientos del libro que “esta es una obra de ficción y todos los personajes son de mi invención, pero está inspirada en la historia de la Escuela Dozier para Chicos de Marianna, Florida”.

 

“La violencia es la única palanca lo bastante grande como para poder mover el mundo”.

 

En esta excepcional novela abundan los personajes “cuyo cuerpo escupía el dolor como escupe la lluvia un tejado de pizarra”. En ella, Colson Whitehead nos recuerda, con su sobrio pero no áspero estilo, que “puedes cambiar una ley, pero no puedes cambiar a la gente ni la manera en que se tratan unos a otros”.


Los de la Nickel eran chicos que sabían que “una carcajada conseguía arrancar algunos ladrillos de aquel muro tan alto y tan ancho de la segregación racial”. Y Elwood pretendía “abrirse paso hasta el mundo libre zigzagueando”. Él, en cuya “vida nadie duraba mucho”, él que aprendió a “ser un chico de color en un mundo de blancos”.

La música ocupa un lugar destacado en el libro de Whitehead. A ese respecto, el siguiente hermoso fragmento nos da una idea de la calidad literaria de su autor, de su inmensa calidad literaria:

 

“Se puso a silbar una tonada que recordaba de cuando era pequeño, un blues. No le venía la letra a la cabeza y tampoco se acordaba de si era su padre o su madre quien la cantaba, pero siempre que aquella canción le venía a la mente se sentía bien, una especie de frescor como el que daba la sombra de una nube aparecida de repente, algo que interrumpía otra cosa más grande, y que disfrutabas tú solo hasta que pasaba de largo”.

 

¿Para qué sirven “los sublimes imperativos morales”, o “las elevadas ideas sobre la capacidad del género humano para mejorar, sobre la capacidad del mundo para enderezarse”?

Whitehead nos sume en un tiempo que no ha muerto del todo, en unas vidas que quisieron combatir el mal en su estado más puro por medio de “los sublimes imperativos morales”. Y cuando le leemos nos conmovemos al mismo tiempo que sentimos una profunda admiración por la doble calidad ética y literaria de su poderosa narratividad esperanzadora.

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