Algo supuestamente divertido que David Foster Wallace no volvió a hacer


Sobre el libro Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer (de 1997, aunque la edición española que yo he leído, de Debolsillo, es de 2019, espléndidamente traducida por Javier Calvo), escribí en Facebook esto, mientras lo leía:

Estoy leyendo el librito ese de David Foster Wallace que escribió tras subirse a un crucero de lujo. No se puede ignorar su ingenio, su capacidad envolvente de literato bien armado, pero no puedo evitar al leerle tener la sensación de que estuviera yo leyendo a un Gregorio Morán con cierta gracia. Tal es su mala baba permanente que no le impide dejar de perorar constantemente contra todo y contra todos. Sigo...

O, mejor, empiezo…

“He visto atardeceres que parecían manipulados por ordenador y una luna tropical que parecía más una especie de limón obscenamente grande y suspendido que la vieja luna de piedra de Estados Unidos a la que estoy acostumbrado.”

David Foster Wallace era un escritor de tomo y lomo, superlativo, no cabe duda, si no, ¿a qué viene escribir esto/así?

“He sentido todo el peso del cielo subtropical como si fuera una manta”.

Vayamos al asunto de Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer (“me he acostumbrado al movimiento del barco y ahora me gustaría desacostumbrarme”):

Ahora conozco todas las razones para que alguien se gaste 3.000 dólares en un crucero por el Caribe”.

DFW salió en Los Simpsons de esta guisa (la suya cuando aquel crucero).
¿Porque qué es eso supuestamente divertido que David Foster Wallace no volverá a hacer jamás? Pongámonos en situación, porque este libro es cuanto el escritor estadounidense escribiera (contratado para tal fin por la revista mensual estadounidense Harper's Magazine) después de que, “del 11 al 18 de marzo de 1995, de forma voluntaria y retribuida”, se embarcó “en un crucero de 7 noches por el Caribe a bordo del Zenith, un barco de 47.255 toneladas propiedad de Cruceros Celebrity Inc. una de las más de 20 líneas de cruceros que operan saliendo del sur de Florida. Era un crucero de lujo”.

La divertida perspicacia de David Foster Wallace se muestra en todo su esplendor cuando habla de lo que es un estornudo:

“La exquisitez de este momento crispado se parece a los dos segundos que pasan entre el momento en que sabes que vas a estornudar y el hecho en sí de estornudar, una especie de momento distendido de transferir el control a fuerzas automáticas más poderosas”.

[...]


El Caribe que visita tiene “un encanto irreal y de aspecto casi retocado: no es belleza, es encanto. Hay una diferencia. Tiene un aspecto caro”.

Los pasajeros que bajan en los “puertos azotados por la pobreza” no permiten “que una punzada autoindulgente de proyección neurótica acerca de cómo su americanidad es percibida por unos nativos mal alimentados les desluzca el Crucero de Lujo 7NC por el que han trabajado y ahorrado y que han decidido que merecen”.

Él también, y eso le avergüenza, es “un turista americano” (vale decir, estadounidense): “la única especie de bovino carnívoro que se conoce en el mundo”.

Algo que define los cruceros de lujo es saber que no has sido tratado/cuidado “por alguien a quien le disgustas profundamente” mientras tienes “la impresión de que te mereces ese disgusto al mismo tiempo que te duele”.

Aquella semana fue para David Foster Wallace una semana de “absolutamente nada”.

Este texto pertenece a mi artículo David Foster Wallace. Viajar para absolutamente nada, publicado el 1 de mayo de 2020 en Narrativa Breve, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.

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