Hendrix
Un
dios necesario. Hendrix tocando Machine Gun en la Isla de Wight es un muerto
divinamente enhiesto, más que ningún ciprés de ningún poema: a Hendrix le tengo
yo un cariño especial desde que por vez primera me taladró las almas con eso que
en realidad era el arma más poderosa jamás tocada por un ser humano, una
Machine Gun repleta de albaricoques envenenados del rocanrol con el que se
ganan todas las guerras, el rocanrol en el que se pierden finalmente todas las
vidas, al menos las vidas de los asesinos como ese amigo que no llegué a tener
y que vosotros llamáis Jimi Hendrix pero que yo en ocasiones me conformo con
llamarle ÉL, el Señor del Trueno Hipnotizado.
Jimi
que estás en tus cielos: alabados los que te aullamos, los que fuimos por ti
bendecidos, cuantos aprendimos a postrarnos, gracias en nombre de mis locuras, te
doy gracias por esa electricidad, por los rayos y las tormentas, por las
descargas en mis músculos, por la pereza del blues a deshoras. Somos legión los
que te adoramos, formamos un ejército desarmado, tropas de élite del rocanrol
azul. Yo me erijo en estandarte sin patriotas, te invoco una vez más lunático en
mi deseo de ser piel roja como tú, maestro de las noches, divinidad de la
música y del trueno.
Hendrix
que habitas mi sangre, señor de los sonidos del diablo, escucho al viento
gritar María: sólida libertad eléctrica sin importarle tu muerte, te recuerdo
hoy una vez más ángel de las tormentas. Quiero que sepas que sigues en mí como
un resplandor, tus cuerdas en tranquila simbiosis de trueno con mi pulso.
Ahora
que el pasado ya no es lo que fue, ahora que el presente sigue de cuerpo
presente, ahora que hace tanto tiempo ya de casi todo e incluso de todo, ahora
que me acuerdo de la mañana madrileña en que mi madre me compró una cinta de
Jimi Hendrix cuando mi madre era la palabra mundo.
Vives
sobre un lecho de nieve ardiente, encadenado al mástil de la guitarra de
Hendrix, furioso en tu edificio, con esa risa de gato. Sí, saliste con vida del
futuro.
1942-1970.
El siglo XX, el de los guitarrazos y los negros dedos cheroquis de Jimi
Hendrix.
Soñaba que estaba viendo a Hendrix en
directo, descalzo sobre un prado él y animal el guitarrista dueño de un
escenario inundado de la ferocidad eléctrica que sale de su cabellera
enloquecida, lo soñaba en medio de un vómito mortal…
¿Adónde
vas cuando desapareces?
cuando
desapareces vas
al
silencioso núcleo sin aromas,
vas
a dar, con los ríos que van a dar al mar,
al
mar y al ámbito de la nada sin nadie,
vas
al submundo donde el mundo nunca tuvo lugar,
vas
al mausoleo de Marilyn Monroe,
al
túmulo festejado donde Jimi Hendrix sigue tocando
con
la contumacia de los muertos,
vas
a la piscina donde ya no flota William Holden
en
el crepúsculo de los dioses,
cuando
desapareces te posas en el vilo
donde
estuviste mientras la vida
se
empeñaba en sostenerte,
cuando
desapareces eres espuma y ascua,
eres
una página escrita por García Márquez,
una
especie extinguida,
un
animal buscando su alma,
cuando
desapareces vas a dar al intermedio,
al
descanso de un partido de fútbol
nunca
disputado por Kubala ni por Di Stefano,
cuando
desapareces eres un espectro
en
el interior de una pintura negra
de
Goya,
eres
un verso de Whitman,
y
eso es lo que finalmente te salva
de
lo que quiera que sea ese paraje
adónde
vas a parar
cuando
desapareces,
te
salva tu perfección de hormiga,
de
grano de arena.
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