Un tratado para evitar que haya una luz que nunca se enciende

Tenemos que firmar un pequeño pacto universal. Pequeño pero universal.

Un acuerdo humano, animal, vegetal y mineral. Un trato por el derecho a tener derechos.

Un pacto para seguir inventándonos la realidad: el liberalismo, el socialismo, los derechos, la igualdad, la libertad… los pactos.

Un acuerdo para pactar y pactar. Un tratado impasible. Imposible, lo sé, pero no podemos callarnos. Ni encallarnos.

Hagamos un trato eterno, un trato para tratar de tratarnos los unos a los otros como si la escasez hubiera sido un mal sueño y el deseo algo memorable.

Pactemos un trato. Acordemos un pacto. Un acuerdo irrenunciable del que nos acordemos cada vez que lo olvidemos.

Un tratado, como cantara Leonard Cohen, “entre tu amor y el mío”. Sí, “un tratado que pudiéramos firmar”. Un tratado que incluyera todo el amor de cuantos seres humanos siguieran vivos hasta el infinito de la humanidad. Esa eternidad efímera.

Evitemos que haya una luz que nunca se enciende. Pactemos el pasado. Renunciemos a su invención: dejemos la imaginación del pasado a los artistas. Acordemos el futuro. Labremos un futuro. Tratemos al presente como si la paz y la justicia fueran capaces de detener la portentosa destrucción de un planeta habitable llamado Tierra.

Dejemos la política a los políticos: es decir, a todos nosotros. Quedémonos con la política. Seamos política. Pactemos.

Pactar, equilibrarnos, sostenernos, salvarnos. 
Todavía estamos a tiempo

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