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MÉTODO MILTON

Tiene que haber una voluntad
de penetrar en lo eterno,
sin ella quizás lo mejor sea esperar al final,
oler lo último y creer en Dalí;
vamos a escribir un río dylaniano,
vosotros y yo,
tendremos que tener mucha calma
o saber atenernos a la fascinación
de las evocaciones y el humo de la verdad.

Un río comienza siempre en las montañas,
allá arriba, donde a la geología se la deja
en su presencia de efímera permanencia,
un río nace en el mundo de los dioses asesinados,
donde emergen las pequeñas dichas marinas;
y hasta su cuna indeleble ascenderemos ahora
todos cuantos escribimos este poema
de nocturna entereza y recio tesón.

Un río llega hasta mí
con las primeras palabras que aprendo:
enjambre, precipicio, alumbrar,
desprecio, remanente, dictadura.

Sueño con ventanas donde sueñan,
donde nos asomamos a vernos,
donde vamos a ver el caudal inmenso
por donde la vida se va haciendo,
y llego hasta la realidad de los pupitres,
la de las aceras y la de la escarcha
junto a las raíces de los árboles
en la ciudad donde se me trajo al mundo,
a mí y a quienes amo y me soportan.

Madrid, televisión y micrófonos,
una pantalla donde palpo el cine
y paso miedo o me quedo dormido,
mi hermano nace y mi hermana
tarda unos años,
ahora la escucho llorar
pero el río no se la lleva
ni a ella ni a nadie aún.

Continuamos en estos versos
que escribimos sonámbulos,
ellos y nosotros,
que leemos sonámbulos,
sigamos pues…
dejemos que el río se calme,
no fluyamos con él
para luego poder decirle a su oído
que nosotros somos el río,
que nosotros fluimos como él,
por él,
para que él sea el hilo
de estos versos…

Calles de Madriz,
vísperas de todo,
cantamos blues modernos
y caminamos hacia el vertedero
de las felicidades,
pero creemos que somos inmortales,
que el futuro y la vida
están ahí para todo,
nos sabemos fiesta y caderas al viento,
alzamos nuestras miradas
siempre en el verano de nuestro consuelo,
somos víctimas de aquel egoísmo del lobo
de la canción con la que empezaré
mucho después,
muchos después, cuando la muerte,
uno de mis libros
sobre el pasado,
uno de mis libros sobre el futuro,
uno de mis libros sobre urnas, botas militares
y poder pisar la hierba de los parques;
suenan ahora Los Beatles,
silencio…

Continuemos:
la carretera del Trueno estaba al llegar,
junto al río y la oscuridad al borde de la ciudad,
en mi barrio, y el río es ya el Manzanares,
aprendiz de nada,
tan cuidadosamente cuidado
por los madrileños y sus patos,
pero ayer, ayer aún olía a dinosaurio,
a gacela paleolítica y a la madera del tiempo;
yo tenía la edad que se tiene cuando la edad no importa,
yo no sabía bien qué era amar,
porque amar a mis padres no era amar,
era la vida,
era no tener que amar porque el amor eres tú
y son ellos haciendo el pedido al economato,
ellos subiéndonos a un tren,
ellos bajándonos de un tren
mientras el tren huele ya al Norte
y la playa cantábrica se acerca
y se aleja y nos mancha los pies
de chapapote;
ellos enseñándonos sin enseñanzas,
ellos dándonos todo
mucho antes de quedarse ellos
sin nada más que nosotros;
Cuca y Ricardo, ellos,
mis padres, y yo su hijo mayor,
el futuro hermano mayor,
el que va y viene dentro de estos versos
urbanos y suburbanos,
versos del pueblo de Legazpi
que nunca fue un pueblo
salvo en mis cuentos de niños corriendo
y bebiendo el agua de las fuentes…

Acorto, recorto, aborto, subsano,
limito, reduzco, margino, ablando,
sofoco, abato, empequeñezco,
desbarato, resumo, asumo
mi incapacidad para la desmesura
y el largo desecar y embellecer
cascadas de versos biográficos,
dando así con estos últimos
por finalizada mi corta hazaña
fracasada
de escribir cuanto fui, cuanto soy,
en un poema
a lo Milton, paradisíaco y enorme,
salvífico, ensoñador, humano,
poéticamente esencial:
me rindo.
Me doy preso.
Fin, que escriba Rita.
Pavone, la Cantaora.
Total, ¿!!para qué¡¡?

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