Tiene que haber una
voluntad
de penetrar en lo eterno,
sin ella quizás lo mejor
sea esperar al final,
oler lo último y creer en
Dalí;
vamos a escribir un río
dylaniano,
vosotros y yo,
tendremos que tener mucha
calma
o saber atenernos a la
fascinación
de las evocaciones y el
humo de la verdad.
Un río comienza siempre
en las montañas,
allá arriba, donde a la
geología se la deja
en su presencia de
efímera permanencia,
un río nace en el mundo
de los dioses asesinados,
donde emergen las
pequeñas dichas marinas;
y hasta su cuna indeleble
ascenderemos ahora
todos cuantos escribimos
este poema
de nocturna entereza y
recio tesón.
Un río llega hasta mí
con las primeras palabras
que aprendo:
enjambre, precipicio,
alumbrar,
desprecio, remanente,
dictadura.
Sueño con ventanas donde
sueñan,
donde nos asomamos a
vernos,
donde vamos a ver el
caudal inmenso
por donde la vida se va
haciendo,
y llego hasta la realidad
de los pupitres,
la de las aceras y la de
la escarcha
junto a las raíces de los
árboles
en la ciudad donde se me
trajo al mundo,
a mí y a quienes amo y me
soportan.
Madrid, televisión y
micrófonos,
una pantalla donde palpo
el cine
y paso miedo o me quedo
dormido,
mi hermano nace y mi
hermana
tarda unos años,
ahora la escucho llorar
pero el río no se la
lleva
ni a ella ni a nadie aún.
Continuamos en estos
versos
que escribimos
sonámbulos,
ellos y nosotros,
que leemos sonámbulos,
sigamos pues…
dejemos que el río se
calme,
no fluyamos con él
para luego poder decirle
a su oído
que nosotros somos el
río,
que nosotros fluimos como
él,
por él,
para que él sea el hilo
de estos versos…
Calles de Madriz,
vísperas de todo,
cantamos blues modernos
y caminamos hacia el
vertedero
de las felicidades,
pero creemos que somos
inmortales,
que el futuro y la vida
están ahí para todo,
nos sabemos fiesta y
caderas al viento,
alzamos nuestras miradas
siempre en el verano de
nuestro consuelo,
somos víctimas de aquel
egoísmo del lobo
de la canción con la que
empezaré
mucho después,
muchos después, cuando la
muerte,
uno de mis libros
sobre el pasado,
uno de mis libros sobre
el futuro,
uno de mis libros sobre
urnas, botas militares
y poder pisar la hierba
de los parques;
suenan ahora Los Beatles,
silencio…
Continuemos:
la carretera del Trueno
estaba al llegar,
junto al río y la
oscuridad al borde de la ciudad,
en mi barrio, y el río es
ya el Manzanares,
aprendiz de nada,
tan cuidadosamente
cuidado
por los madrileños y sus
patos,
pero ayer, ayer aún olía
a dinosaurio,
a gacela paleolítica y a
la madera del tiempo;
yo tenía la edad que se
tiene cuando la edad no importa,
yo no sabía bien qué era
amar,
porque amar a mis padres
no era amar,
era la vida,
era no tener que amar
porque el amor eres tú
y son ellos haciendo el
pedido al economato,
ellos subiéndonos a un tren,
ellos bajándonos de un
tren
mientras el tren huele ya
al Norte
y la playa cantábrica se
acerca
y se aleja y nos mancha
los pies
de chapapote;
ellos enseñándonos sin
enseñanzas,
ellos dándonos todo
mucho antes de quedarse
ellos
sin nada más que nosotros;
Cuca y Ricardo, ellos,
mis padres, y yo su hijo
mayor,
el futuro hermano mayor,
el que va y viene dentro
de estos versos
urbanos y suburbanos,
versos del pueblo de
Legazpi
que nunca fue un pueblo
salvo en mis cuentos de
niños corriendo
y bebiendo el agua de las
fuentes…
Acorto, recorto, aborto,
subsano,
limito, reduzco, margino,
ablando,
sofoco, abato,
empequeñezco,
desbarato, resumo, asumo
mi incapacidad para la
desmesura
y el largo desecar y embellecer
cascadas de versos
biográficos,
dando así con estos
últimos
por finalizada mi corta
hazaña
fracasada
de escribir cuanto fui,
cuanto soy,
en un poema
a lo Milton, paradisíaco
y enorme,
salvífico, ensoñador,
humano,
poéticamente esencial:
me rindo.
Me doy preso.
Fin, que escriba Rita.
Pavone, la Cantaora.
Total, ¿!!para qué¡¡?

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