Coetzee: Escenas de una vida de provincias

1997, 2002, 2009. Esos son los años de publicación de tres novelas. John Maxwell Coetzee (J. M. Coetzee, como aparece en todas sus obras) escribió una ¿autobiografía ficticia? compuesta por tres libros englobada a posteriori bajo el título de Escenas de una vida de provincias

Yo leí hace años el último. No importa, acabo de leer los dos primeros. Son tres novelas. Podría haberlas leído en cualquier orden. Haberlas leído es lo importante. Son puro Coetzee en llamas. Infancia, Juventud, Verano.

Verano es una pirueta narrativa de Coetzee donde distintos periodos de ¿su vida? son contados a través de cinco personas (amantes, amigos, un familiar) entrevistadas por un biógrafo porque mantuvieron importantes relaciones con el escritor sudafricano, ya muerto cuando las leemos: ellos nos hablan de manera que Coetzee se nos muestra a través no de su simple mirada autobiográfica sino de su mirada autobiográfica trucada y hecha pasar por la mirada de los demás, del otro. No recuerdo mucho más, así que apenas puedo ahora escribir otra cosa sobre el tercero de los libros que componen Escenas de una vida de provincias.

No, no estamos hechos de palabras.


Infancia es la inocencia

“La infancia, dice la Enciclopedia de los niños, es un tiempo de dicha inocente, que debe pasarse en los prados entre ranúnculos dorados y conejitos, o bien junto a una chimenea, absorto en la lectura de un cuento. Esta visión de la infancia le es completamente ajena. Nada de lo que experimenta en Worcester, ya sea en casa o en el colegio, lo lleva a pensar que la infancia sea otra cosa que un tiempo en el que se aprietan los dientes y se aguanta”.

El narrador habla del niño Coetzee. O eso creemos. No indagaré sobre cuánto hay de verdad vivida o imaginada, o ambas cosas, o un poco de ambas cosas, y cuánto de verdad real, de verdad de la buena. No me importa. O sí, pero lo sabré soportar: apretaré los dientes y aguantaré.
Al niño sudafricano, blanco, al protagonista…

“Le gustaría vivir siempre así, paseando en bicicleta por las calles anchas y vacías de Worcester, al atardecer de un día de verano, cuando han llamado a todos los niños y solo él sigue fuera, como un rey”.

Sí, he aclarado niño blanco porque el niño que es el protagonista apellidado Coetzee ve algo extraño en su entorno, algo que de alguna manera le llega a aturdir. Ve supremacismo práctico, cierto, considerable. Y también aprende lo que su madre espera de los hombres de color:

“Cuando hay que realizar un trabajo práctico y ninguno de los dos sabe cómo hacerlo -por ejemplo, arreglar un grifo que gotea-, ella llama a un hombre de color de la calle, cualquiera, el que pase en ese momento por allí. ¿Por qué, le pregunta él enojado, tiene tal fe en la gente de color? Porque están acostumbrados a trabajar con las manos, le responde. Porque no han ido al colegio, porque no han aprendido de los libros, parece estar diciendo, saben cómo funcionan las cosas en el mundo real.
Es una tontería creer eso, especialmente cuando se pone de manifiesto que los extraños no tienen ni idea de cómo arreglar un grifo o reparar un hornillo. Aun así, es tan distinto de lo que cree todo el mundo, tan excéntrico, que a pesar de sí mismo lo encuentra atractivo. Prefiere que su madre espere maravillas de la gente de color a que no espere absolutamente nada de ellos”.

[...]

Juventud es búsqueda y descubrimiento
“Puede que solamente tenga diecinueve años, pero se las apaña solo y no depende de nadie”. Coetzee es un joven que “está demostrando algo: que todo hombre es una isla. Que uno no necesita padres”. 

[...]

En Juventud, el protagonista de Infancia (a quien “se le dan mejor los test, concursos y exámenes que la vida real”) está en Londres: huyendo, casi literalmente, de la Sudáfrica que detesta y a la que teme.

“Ahora que dispone de ingresos propios, emplea su independencia para excluir a sus padres de su vida. A su madre le angustia esta frialdad, lo sabe, la frialdad con la que él le devuelve el amor que ella le ha dado toda la vida. Toda la vida su madre ha querido mimarle, toda la vida él se ha resistido”.

El narrador nos dice que Coetzee “cortó todos los lazos con el pasado” cuando salió de Ciudad del Cabo para comenzar “el proceso de convertirse en otra persona”, un proceso iniciado a sus quince años, un proceso que le llevará a ser “un total desconocido” para su madre.



Pero:

“Si cortara todas las ataduras, si no escribiera nunca, su madre deduciría lo peor, la peor conclusión posible; y solo pensar en el dolor que la atravesaría en ese momento le da ganas de taparse los ojos y los oídos. Mientras viva su madre él no se atreve a morir. Mientras viva su madre, por tanto, su vida no le pertenece. No puede derrocharla”.


[...]

Escribir, ¿escribir historia? La poesía, la historia, el joven Coetzee que habita y vive en Juventud es un esforzado ser vivo dotado del deseo por ser un artista, alguien diferente marcado por el genio: 

“Tendrá que aprender a escribir desde la década de 1820. Antes de lograrlo necesitará saber menos de lo que ahora sabe; tendrá que olvidar cosas. Sin embargo, antes de poder olvidar tendrá que saber qué olvidar; antes de poder saber menos tendrá que saber más. ¿Dónde encontrará lo que necesita saber? No tiene formación de historiador, y de todas maneras lo que persigue no son libros de historia, puesto que esta pertenece a lo mundano, tan común como el aire que respira. ¿Dónde encontrará los conocimientos comunes de un mundo pasado, unos conocimientos demasiado humildes para saber que lo son?”

[...]

Pero dejamos al protagonista de Juventud donde lo deja J M Coetzee:

“A los dieciocho años pudo haber sido un poeta. Ahora no es poeta, ni escritor, ni artista. Ahora es programador informático, un programador informático de veinticuatro años en un mundo donde no hay programadores informáticos de treinta años. A los treinta estás demasiado viejo para ser programador: te conviertes en otra cosa -una especie de hombre de negocios- o te pegas un tiro”.

No sé si él lo hace, pero yo me pregunto al leerle, usando sus palabras, las palabras del Coetzee que escribió Juventud, si la literatura no es sino “el aura de lo verdadero”.


Este texto pertenece al artículo ‘Coetzee, escenas de una vida y el aura de lo verdadero’, publicado el 5 de agosto de 2019 en Analytiks, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.

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