Cuando
comencé, en los años ochenta, pensaba estudiar un problema que solo concernía a
Francia: el surgimiento de una memoria distinta a la historia, que hasta
entonces y desde fines del siglo XIX se enseñó a los alumnos como el
instrumento principal de formación del espíritu cívico.
[…]
Aparecen las
memorias femeninas, religiosas, judías, campesinas; de los gays, de los
antiguos pueblos coloniales. Hay una suerte de explosión de las memorias
grupales que no habían sido reconocidas por la historia oficial, muy centrada
en el Estado, y que reclamaban ser consideradas. Lo que estos grupos llamaban
la recuperación de sus memorias era la recuperación de sus propias historias. […]
Fui sensible a este movimiento porque fui su contemporáneo.
[…]
El registro
de la historia está construido con base en documentos o materiales documentales
que permiten reconstituir un hecho, por lo que esta labor es siempre posterior.
No se siente de inmediato, más bien, es un fenómeno acumulativo, que a
través de la ciencia quiere tocar una forma de verdad, aun si no es “la” verdad.
Nadie puede decir, por ejemplo, que el 14 de julio no se tomó la Bastilla,
porque tenemos pruebas de ello. En cambio, la memoria es por completo otra
cosa: es afectiva, psicológica, emotiva; en un principio es individual, a
diferencia de la historia. La memoria, además, es extremadamente voluble,
juega muchos papeles y no tiene pasado, ya que por definición es un pasado
siempre presente.
[...]
El
historiador tiene un papel cívico y uno ideológico, y yo estoy a favor del
primero y en contra del segundo. Es inevitable que el historiador –que no es un hombre
abstracto, sino un hombre de su familia, de su religión, de su país– no pueda
desprenderse de todas esas circunstancias para ser lo que en otros tiempos se
creía que era un historiador, a saber, un hombre de ningún tiempo y de ningún
país. Eso es imposible. Pero, al igual que un etnólogo, debe hacer un gran
esfuerzo para no estar condicionado por esas dificultades y para intentar una
forma no de objetividad, porque no existe, sino de honestidad. Es el requisito,
creo, para tratar de mantener cierta verdad común en un mundo fracturado.
[…]
La
memoria es desatenta o más bien inconsciente de las deformaciones, siempre aprovechable, actualizable,
particular, mágica por su efectividad, sagrada. […] Hoy en día el trabajo de un
historiador ya no es llevar el pasado al futuro, sino trabajar en el presente y
tratar de luchar contra la presión de las memorias, haciéndoles justicia,
claro, porque existen y aportan a la comprensión general del mundo. […] Para
mí, el historiador es a la vez un especialista, un árbitro entre las diferentes
memorias, un intérprete de cada una de ellas y aquel que trata de reconstruir
los sucesos en su profundidad histórica y en su duración.
[…]
De manera
tradicional, la historia se definía como el estudio del pasado y se excluía el
estudio del presente. Desde hace cuarenta o cincuenta años tuvo lugar un auge
muy fuerte la llamada “historia contemporánea” en relación con lo que se conoce
como “historia clásica”. Hoy es imposible que sucesos tan estremecedores
como los que el mundo ha vivido en los últimos cincuenta o cien años no exijan
una comprensión inmediata. En Europa, por ejemplo, sobra decir que en un
siglo XX tan trágico –con el comunismo, el nazismo y, sobre todo, la Shoa– se
ha reclamado un tipo inmediato de interpretación, un intento de comprensión.
Son eventos mayores, pero hubo sucesos menos visibles, como las metamorfosis
que han sufrido todas las formas del Estado. […] Además, está el tema del
compromiso del historiador que, al ser parte de las memorias, es requerido por
ellas. A menudo, son las personas que han vivido cierta experiencia las que
luego se convierten en historiadores. […] ¿Cómo no estar influido por la
memoria propia? Esa memoria puede alimentar la historia, pero también
pervertirla y cambiarla por completo. Es un problema enorme de la historia
contemporánea, de la que se puede decir que está politizada, incluso más que
antes.
[…]
Ahora es más
complicado establecer la frontera entre la historia y la memoria y, por
lo mismo, esa distinción es más necesaria que nunca para que las
reivindicaciones de la memoria de algunos grupos no terminen por pervertir la
historia.
[…]
Parte de
este auge poderoso de la memoria es el llamado turismo cultural, pero el
turismo cultural es memoria, no historia.
[…]
Por qué no
decirlo: el siglo XXI será el siglo del olvido.



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