Handia, lo que pudo ser y no fue
Hay en la película Handia un desmedido interés por la belleza de lo permanente y
el asombro ante el cambio, ese cambio que hace que todo se desmorone y acabe en
dar en lo que finalmente la realidad es, un asunto despreciable donde lo eterno
tiene poco que hacer.
Hay en la película Handia mucho pueblo vasco sin mencionarlo de manera explícita, mucho pasado idílico y perpetuamente efímero, mucha certeza sobre el paraíso imaginario de un grupo de seres humanos anclado a unos valles y unos montes en los que la vida transcurre estancada.
Hay en la película Handia el mismo motor de siempre, el cambio, el crecimiento inane que destruye las verdades inmutables aprendidas, robadas a la Naturaleza a golpe de tiempos, cronológico y atmosférico.
Hay en la película Handia una perfecta producción bien rodada, admirablemente contada, fotografiada, interpretada, ambientada y, quizás, hasta sentida.
Pero, lo que yo he visto cuando he presenciado Handia es una película cuyo relato, lo que finalmente cuenta, aquello que yo puedo entender, seguir, aprender, carece para mí de todo interés, porque finalmente en las obras de arte uno, yo al menos, no busca, no busco, la calidad de ejecución de ese arte sino un cuento, un relato, una verdad irredenta que se ate a sí misma en torno a lo que en mí hay de espectador, de lector, de admirador. Algo de lo que Handia, inexplicablemente para mí, carece.
El largometraje español Handia fue dirigido en 2017 por Jon Garaño y Aitor Arregi; según un guion de ambos y de José Mari Goenaga y Andoni de Carlos; con una música compuesta e interpretada por Pascal Gaigne y una fotografía a cargo de Javier Aguirre; sobriamente interpretada por Joseba Usabiaga, Eneko Sagardoy, Ramón Agirre, Iñigo Aranburu, Aia Kruse, Iñigo Azpitarte, entre otros. Obtuvo diez de los trece Premios Goya a los que optaba aquel año, todos relacionados con lo que he ensalzado. No se alzó con los galardones de Mejor Película ni Mejor Dirección.
Hay en la película Handia mucho pueblo vasco sin mencionarlo de manera explícita, mucho pasado idílico y perpetuamente efímero, mucha certeza sobre el paraíso imaginario de un grupo de seres humanos anclado a unos valles y unos montes en los que la vida transcurre estancada.
Hay en la película Handia el mismo motor de siempre, el cambio, el crecimiento inane que destruye las verdades inmutables aprendidas, robadas a la Naturaleza a golpe de tiempos, cronológico y atmosférico.
Hay en la película Handia una perfecta producción bien rodada, admirablemente contada, fotografiada, interpretada, ambientada y, quizás, hasta sentida.
Pero, lo que yo he visto cuando he presenciado Handia es una película cuyo relato, lo que finalmente cuenta, aquello que yo puedo entender, seguir, aprender, carece para mí de todo interés, porque finalmente en las obras de arte uno, yo al menos, no busca, no busco, la calidad de ejecución de ese arte sino un cuento, un relato, una verdad irredenta que se ate a sí misma en torno a lo que en mí hay de espectador, de lector, de admirador. Algo de lo que Handia, inexplicablemente para mí, carece.
El largometraje español Handia fue dirigido en 2017 por Jon Garaño y Aitor Arregi; según un guion de ambos y de José Mari Goenaga y Andoni de Carlos; con una música compuesta e interpretada por Pascal Gaigne y una fotografía a cargo de Javier Aguirre; sobriamente interpretada por Joseba Usabiaga, Eneko Sagardoy, Ramón Agirre, Iñigo Aranburu, Aia Kruse, Iñigo Azpitarte, entre otros. Obtuvo diez de los trece Premios Goya a los que optaba aquel año, todos relacionados con lo que he ensalzado. No se alzó con los galardones de Mejor Película ni Mejor Dirección.
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