El municipio gaditano de
Benalup-Casas Viejas tiene la desgracia de ser reconocido por muchos a causa de
unos luctuosos hechos ocurridos durante la Segunda República.
Para el 8 de enero de 1933 la
Confederación Nacional del Trabajo, la CNT, tenía prevista una “acción
insurreccional contra la república burguesa”, como parte de su peculiar gimnasia revolucionaria. Ni que decir
tiene que el eco de la propuesta violenta fue muy pequeño. En la provincia de
Cádiz, donde la propiedad de la tierra estaba prácticamente acaparada por
aristócratas terratenientes, alcanzó algo de calado, al menos como para que el
Gobierno de Manuel Azaña enviara una compañía de Guardias de Asalto.
Los sucesos más graves tuvieron
lugar en la paupérrima aldea de Casas Viejas, donde un grupo de campesinos había
proclamado el comunismo libertario.
La madrugada del día 10 al 11, los jornaleros
cenetistas matan a dos guardias civiles en su intento por tomar el pueblo. Ya
es 11 cuando los insurrectos deciden regresar a sus domicilios tras intentar
colectivizar los latifundios del propietario de aquellas tierras, el duque de
Medinaceli, y comprobar que los de
Asalto habían llegado a la aldea. La ayuda prestada a la guarnición es el fin del levantamiento.
Pero los de Asalto, mandados por el capitán Manuel Rojas, actúan
violentamente, lo que lleva a que muchos campesinos huyan. No así el principal
dirigente de la sublevación, alguien apodado Seisdedos, cuyo nombre es Francisco Cruz Gutiérrez, que se encierra en
su choza para acabar pereciendo junto a quienes con él se enclaustran al ser
quemados y tiroteados en su interior.
Aunque no se ha podido establecer la
línea inequívoca entre las instrucciones gubernamentales dadas y la actuación
descomunal de los guardias, la vorágine reprobatoria a que fue sometido el
Gobierno fue tal que comenzó a resquebrajarse el principal motor de la
República, la connivencia entre el socialismo y el republicanismo azañista, de
tal manera que no resultará extraña la dimisión del propio Azaña en septiembre
de ese año.
Rojas, por
su parte, resultó condenado a 21 años de prisión por fusilar a sangre fría a
doce de los insurrectos el día 12 en su cruel escarmiento a los anarquistas
sublevados, aunque quedará libre en enero de 1936 y en el verano de ese último
año podrá rondar el crimen de Federico García Lorca en Granada, donde ejercerá
como jefe de milicias falangistas.


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