Yo edité mentiras certeras

Yo fui editor de novelas y de cuentos, de ficción que le dicen. Y qué ficción más ficticia la ficción. No sé por qué lo llaman ficción si en la ficción hay más realidad que en el deseo de los ensayos y que en toda la literatura gris de los informes de los despachos sin alma ni almo.

Yo edité el norte de África de los sueños de Barce y el tiempo de cerezas de Lou, de Lourdes. Yo edité los misterios valencianos de Cristina y David, y los cuentos sin cuento de Justo de apellido Serna, y la novela en la que sale Franco hecho un dictador español que escribió César Gavela desde su altura monumental. Yo edité el Autorretrato del Gran Gavilanes y los cuentos gamberros de Martínez Hoyos (que esperan ser tus ojos como el blues de abril de Mariano Antolín Rato). Yo edité a Santa Teresa, ¡cómo te quedas?, con la ayuda de un intermediario llamado Germán y con la de mi amiga valenciana Maris Bou Arrué. Y yo edité los mares de San Juan y los recuerdos ficticios de la realidad de Roberto Villar. Yo edité un jardín para nosotros mientras Crowder viajaba desde el infinito. Yo edité lo que le pasaba a un detective romano de cuando los romanos dominaban el mundo que conocían los romanos, según me contó Hernàndez Cardona. Yo edité a Rodríguez Criado, aunque parezca raro, y a Ignacio Merino, ¡qué cosas!

Yo fui editor de las narraciones de otros, mientras impedía que Obdulio apareciera en la novela que llevaba desde niño imaginando, una novela de maquis silvando el Rascayú y contando chistes de Franco. Otra vez Franco. Jolines con Franco. Ni en la mentira nos libramos de sus mentiras y sus afrentas y su plomo y su cara de abuelo con nietos y con súbditos y muertos sin dejar de ser muertos.

Yo fui editor de cuentos a los que llaman relatos los que quieren darles las ínfulas que no necesitan los cuentos, y de novelas donde la gente se moría y nacía y se besaba y perdía cosas y encontraba cosas y miraba a través de ventanas para ver la realidad donde se mecían sus sueños de personajes de novelas escritas por escritores de carne, de huesos y de sí mismos, hechos de la materia de la que están hechos los escritores que escriben ensimismados en su escritura efervescente y rotunda.

Yo fui editor de Marisa y de una chica mayor de La Rioja de cuyo nombre quiero acordarme. Fui editor de los pensamientos y las fantasías verosímiles hechas de jirones de verdad con las que los lectores sienten la insoportable levedad de las canciones y el tiempo. Fui editor de los herederos de aquellos que inventaron el mundo cuando los seres humanos aprendían a caminar con la cabeza bien alta.


Yo fui editor de Emilio y César y Matías y Francisco y… Fui editor porque me lo propuse, porque quise, porque me lo permitieron y porque algunos contadores de mentiras deliciosas confiaron en mí su talento y parte de sus vidas. Fui editor y yo les doy a todos los escritores a los que edité las gracias por haberme permitido ser como un dios durante algún tiempo.

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