Yo fui editor de novelas y de
cuentos, de ficción que le dicen. Y qué
ficción más ficticia la ficción. No sé por qué lo llaman ficción si en la
ficción hay más realidad que en el deseo de los ensayos y que en toda la
literatura gris de los informes de los despachos sin alma ni almo.

Yo fui editor de las narraciones de
otros, mientras impedía que Obdulio apareciera en la novela que llevaba desde
niño imaginando, una novela de maquis
silvando el Rascayú y contando chistes de Franco. Otra vez Franco. Jolines
con Franco. Ni en la mentira nos libramos de sus mentiras y sus afrentas y su
plomo y su cara de abuelo con nietos y con súbditos y muertos sin dejar de ser
muertos.
Yo fui editor de cuentos a los que
llaman relatos los que quieren darles las ínfulas que no necesitan los cuentos,
y de novelas donde la gente se moría y nacía y se besaba y perdía cosas y
encontraba cosas y miraba a través de ventanas para ver la realidad donde se
mecían sus sueños de personajes de novelas
escritas por escritores de carne, de huesos y de sí mismos, hechos de la
materia de la que están hechos los escritores que escriben ensimismados en su
escritura efervescente y rotunda.
Yo fui editor de Marisa y de una chica mayor de La Rioja de cuyo nombre
quiero acordarme. Fui editor de los pensamientos y las fantasías
verosímiles hechas de jirones de verdad con las que los lectores sienten la
insoportable levedad de las canciones y el tiempo. Fui editor de los herederos
de aquellos que inventaron el mundo cuando los seres humanos aprendían a
caminar con la cabeza bien alta.
Yo fui editor de Emilio y César y
Matías y Francisco y… Fui editor porque me lo propuse, porque quise, porque me
lo permitieron y porque algunos contadores de mentiras deliciosas confiaron en
mí su talento y parte de sus vidas. Fui editor y yo les doy a todos los escritores a los que edité las gracias por
haberme permitido ser como un dios durante algún tiempo.
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