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Lo que España es (hoy)

El periodista y profesor universitario británico Michael Reid, profundo conocedor de la realidad de mi país (miembro del Consejo Asesor del prestigioso Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos), publicó en 2023 el libro Spain. The trials and triumphs of a modern european country, traducido al año siguiente espléndidamente a mi idioma simplemente con el título de España por Albino Santos Mosquera.

Un libro excelente (de 456 páginas) al que el único pero que se me ocurre ponerle es que pareciera tras leerlo que la formación política que conocemos más habitualmente como Podemos sería la principal responsable de muchos de los pocos (valga la expresión) defectos que tiene la España actual. Reid ha tenido poco cuidado en ocultar esa idea suya repleta de animadversión mal puntualizada, algo tan ajeno a su espléndido análisis de la realidad (y su vinculación con su pasado y con su posible futuro) de mi país.


Comienza el autor por admitir que España fue el primer país que conquistó su corazón y le permitió sentirse libre. Él que en su análisis tiene claro que “la historia no determina cómo pensamos el presente, pero sí influye”. Y que pretende demostrar con este libro que España no solamente fue “un caso de éxito inapelable” en el cuarto de siglo siguiente a la muerte del dictador Francisco Franco, en 1975, sino que, “pese a todo, continúa siéndolo en muchos sentidos”.

La historia contemporánea española, nos recuerda Reid, incluye (entre 1812 y 1975, podemos alargarlo hasta hoy mismo) seis constituciones, siete pronunciamientos militares triunfantes, cuatro abdicaciones regias, dos dictaduras y cuatro guerras civiles. De tal manera que, al amparo de la Constitución de 1978 “y del pacto de la Transición”, se diría que en España habíamos acabado con nuestros “demonios históricos” (¿) y habríamos “aplacado las causas de agitación e inestabilidad crónica”. ¿Demonios históricos? Continúo. Para el autor, había una “vieja actitud de consenso” proveniente de aquella Transición (que en realidad había acabado mucho antes de lo que él vislumbra) que fue sustituida por la llamada crispación desde la segunda legislatura gubernamental de José María Aznar y durante la consiguiente presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero (es decir, entre el año 2000 y 2011). Este último, de hecho, fue el que dio comienzo a una Guerra Cultural para provocar al Partido Popular. Tal cosa afirma Reid. O sea, que la Guerra Cultural que vivimos, al menos en España, fue cosa de Rodríguez Zapatero. El periodista británico afina, pero a veces tiene estas cosas.

En cualquier caso, desde 2015, “el sistema político se fragmentó”, de tal manera que el país ha tenido gobiernos en minoría uno detrás de otro (“y eso cuando han llegado a formarse”).

 

“La depresión de 2008-2013 y sus secuelas ha sometido a la sociedad española a grandes tensiones. […] La euforia del boom se trocó en depresión y sensación de fragilidad. Instituciones aparentemente sólidas hasta entonces, desde la banca hasta la Justicia, se hundieron en el desprestigio. La polarización y la fragmentación políticas desplazaron al consenso y la estabilidad anteriores: el sistema de dos partidos se fraccionó y dio lugar a uno de cinco, sin contar las formaciones nacionalistas y regionalistas periféricas”.

 

El pacto fundacional de la democracia española que tuvo lugar durante la Transición comenzó a ser cuestionado de una manera creciente. Pero para Reid lo único que diferencia los problemas españoles (aumento de la desigualdad, insostenibilidad de las pensiones, fragmentación política…) respecto de los de otras democracias españolas es el llamado problema territorial, “es decir, sus nacionalismos periféricos”. De Cataluña (a cuyo proceso secesionista ya a cuyo nacionalismo dedica numerosas y jugosas páginas) dice el libro que “proteger una lengua y un patrimonio cultural no tiene por qué convertirse en un arma de la política identitaria…, salvo, claro está, que precisamente de eso se trate”. Recurre Reid a Amartya Sen para sentenciar el asunto de la disidencia catalanista: indica que el economista indio señaló que “todos los seres humanos tenemos múltiples identidades relacionadas con nuestro género, nuestro trabajo, nuestras aficiones, nuestras preferencias, etcétera”. Sen escribió que «La imposición de una identidad supuestamente única es a menudo un componente básico del “arte marcial” de fomentar el enfrentamiento sectario». Y “esta es la base de lo que hoy conocemos como política identitaria. En el corazón del impulso independentista late este énfasis divisivo en una identidad catalana unidimensional basada en una lengua”.

 

[…]

 

Hablemos de Franco’ es el título del capítulo quinto. España no es el único país que se ha inhibido a la hora de afrontar el pasado. Si acaso el que más está tardando en hacerlo de todos los de su entorno. Y es entonces cuando Reid aborda el asunto de la llamada (él lo entrecomilla, yo no) memoria histórica.

 

“Cuando la democracia llegó a España a finales de la década de 1970, no vino impuesta por ejércitos extranjeros de conquista, como en Alemania o Italia al término de la Segunda Guerra Mundial. Se instauró más bien como el fruto de acuerdos entre los moderados del régimen dictatorial anterior y una oposición democrática realista. Hubo una ruptura con el pasado, consagrada en la Constitución de 1978, pero esta no fue tan radical como, por ejemplo, en la vecina Portugal tras su revolución de 1974. Uno de los pilares de la transición española a la democracia fue la Ley de Amnistía y el consenso general para no utilizar el pasado como un arma política, unos acuerdos a los que hoy suelen referirse algunos —⁠en forma engañosa⁠— como un «pacto del olvido». Dado lo hondos y crudos que eran los conflictos del pasado, aquella fue una actitud sensata. Además, los acuerdos no impidieron el rápido desmantelamiento del franquismo. Lo que sí implicó la amnistía, sin embargo, fue que ningún funcionario ni soldado franquista fuese llevado a juicio por sus actos.

Muchos valoraron aquella Transición, generalmente fluida, como un éxito. Pero, entre las generaciones más jóvenes y entre ciertos sectores de la izquierda, causa inquietud el hecho de que España nunca haya afrontado los crímenes del pasado ni algunos de los traumas profundos que este dejó. Ellos piensan que debería afrontarlos”. 

 


¿Hay que afrontarlos? ¿No se han afrontado? Reid considera que verdad, justicia y reconciliación “forman una trinidad imposible de compaginar”. Considera muy probable que el éxito de lo que ocurrió durante la Transición radicase en no haber incorporado la justicia transicional como uno de sus principios fundacionales. Ello habría impedido la llegada de la democracia o, cuanto menos, habría dado como resultado un proceso verdaderamente violento. Y creo que tiene razón.

Veamos cómo explica el autor de España la Guerra Civil (a la que no considera en cualquier caso un suceso inevitable) después de haber escrito sobre ella lo que vimos que escribió. En su origen hubo una “intentona golpista” que acabó derivando en “guerra civil, revolución y contrarrevolución”. Al final, los llamados por ellos mismos nacionalistas (los golpistas y sus correligionarios) ganaron tras casi tres años de guerra sin cuartel por dos motivos principales: “en primer lugar, recibieron un apoyo exterior más temprano y más efectivo que la República” y, en segundo, “tuvieron tanto un mando como un propósito unificado”. Si el Gobierno republicano tenía una legitimidad democrática de origen, la rebelión franquista era ajena a semejante asunto:

 

El proyecto de Franco era autoritario, represivo, oscurantista y ultrarreaccionario: una rebelión contra el mundo moderno”. 

 

Reid recoge los cálculos comúnmente admitidos por los historiadores a día de hoy sobre las muertes provocadas por la guerra y por la represión inherente durante ella y durante la posguerra. Pero concluye que “no hubo ningún holocausto español, pues “fueron más los prisioneros a los que se les terminó perdonando la vida que aquellos a los que se fusiló finalmente”.

El régimen franquista, explica el autor, “se basaba en tres pilares institucionales: el Ejército, la Iglesia y el Movimiento” (aquel complejo suprapartidista que creó él mismo para unir todos los partidos derechistas anteriores a la guerra). Añade Reid un cuarto pilar: el funcionariado profesional y meritocrático, a partir de la década de 1960.

Finalizada la dictadura se produjo… ¿Lo que se produjo fue un pacto de olvido, como tantos sostienen? Para Reid, la democracia nace de un pacto que más bien fomenta el recuerdo. Evidentemente. Recoge lo que escribiera el historiador francés Jacques Le Goff respecto de la memoria histórica (defendía por quienes más favorable son a considerar que en España lo que hubo fue un pacto de olvido. Le Goff mantuvo que…

 

“La memoria solo busca rescatar el pasado para servir al presente y al futuro”.

 

Luego, Reid se hace un pequeño lío porque defiende que la Historia debería consistir en la dilucidación de los hechos del pasado y sus complejidades, siempre con la mayor objetividad posible. Pero es que la Historia no solamente es (debe) ser eso, es que además también busca servir al presente y al futuro. No solamente es un entretenimiento de reconstrucción de lo que fuimos.

 

“La pregunta importante en la práctica es si el fantasma de Franco continúa ejerciendo alguna influencia sobre la sociedad española y sobre las instituciones de su democracia. Y la respuesta es que sí, pero muy poca”. 

 

Y ahora lo de Vox (el partido “fundado en 2013 por dirigentes del PP de Cataluña y el País Vasco que habían roto con el partido furiosos por la presunta pusilanimidad de Rajoy ante los nacionalismos de ambos territorios”).

 

“Lo que despertó al nacionalismo español de su largo letargo fue, sobre todo, el procés independentista en Cataluña. En otoño de 2017, aparecieron banderas españolas en balcones de todo el país. Y Vox emergió de la sombra”.

 

Vox (liberales en lo económico, pero ultraconservadores en todo lo demás) crece, viene creciendo, por tres razones, a juzgar por el análisis que de su existencia se hace en el libro: la visibilidad que el mismo hecho del procés catalán les dio ya en su momento (es decir, como reacción a algo; aunque, “a medida que el problema del separatismo catalán ha ido perdiendo perentoriedad, Vox ha puesto mayor énfasis en la cuestión de la inmigración ilegal”: más reacción), “su defensa de las tradiciones —⁠como la caza o los toros⁠— frente a la corrección política y al feminismo” (esta gente se niega a aceptar que la violencia de género fuese un problema como tal) y, por último, el hecho de que “WhatsApp y otras redes sociales han permitido que el partido se salte los medios tradicionales para llegar directamente al electorado”.

No estoy de acuerdo con Michael Reid cuando dice (tras admitir, creo que correctamente, que “es evidente que Vox bebe de algunas de las mismas tradiciones del nacionalcatolicismo de las que bebía el franquismo, anteriores incluso al propio Franco”) el éxito de esta ultraderecha no tiene nada que ver con “un presunto fracaso de la Transición”. Claro que es un fracaso del pacto que fundó la nueva democracia.

 

[…]

 


Llega Reid al meollo de la principal problemática actual de los españoles, que no es ni los nacionalismos ni la memoria histórica. Un problema “que no recibe ni de lejos la atención que merece”:

 

El Estado del bienestar cuida bastante bien de los españoles de más edad, pero las generaciones jóvenes no reciben tan buen trato y se enfrentan a unas perspectivas inciertas”.

 

En definitiva, estamos ante una obra que merece una lectura detenida debido al diversísimo ámbito de sus planos de estudio, algunos esbozados aquí hasta ahora, otros, como el feminismo español y la situación de la mujer, la inmigración, el asunto de la llamada España vacía o la pérdida del carácter católico como definitorio y el papel de la Iglesia católica ni siquiera mencionados por mí.

 

[…]

 

El último ámbito de comportamientos españoles que estudia el libro España se titula ‘El foso infranqueable entre izquierda y derecha’.

Despido este breve estudio del indispensable libro de Reid con esta última cita del mismo:

 

“Como Ortega y Gasset, muchos de sus compatriotas intelectuales tienden a estar obsesionados por lo que los españoles son, por el problema de la esencia, en vez de por lo que hacen y por la necesidad de que tengan una mejor calidad de gobierno a todos los niveles”.

 

Estoy absolutamente de acuerdo, esa fue la razón por la que hace años escribí yo mismo ¿Qué eres, España?, para explicar que España no es lo que queremos creer que es, sencillamente es lo que podemos explicar tras conocer su pasado y su presente.

 

Este texto pertenece al artículo ‘Lo que los españoles hacemos (no lo que somos)’, publicado el 13 de octubre de 2015 en Nueva Tribuna, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.

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