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No fue hermoso, pero fue lo mejor del mundo


Hijo de alemán y de francesa de origen alemán, Max Aub Mohrenwitz nació casi recién comenzado el siglo XX, en 1903, en la ciudad de París. Moriría en el exilio mexicano cuando yo tenía nueve años, ya en 1972. Max Aub sería reconocido como uno de los más destacados escritores españoles de aquella centuria en la que vivió.

Aunque se crio en Francia, a raíz del comienzo de la Gran Guerra (laque daría en ser llamada Primera Guerra Mundial), se trasladó a Valencia cuando su familia se vio obligada a salir de una hostil Francia, enfrentada a Alemania.


Pese a que había publicado una primera novela en 1934, y varias obras de teatro ya desde algunos años antes, y algunas otras de uno y otro género literario después, son sus novelas dedicadas a la Guerra Civil española lo que siempre llamó mi interés por él. Como a tantos. Muchos llaman a ese conjunto de libros los de los Campos (por razones obvias: sus títulos), pero lo habitual es que sean conocidas como El laberinto mágico (también como El laberinto español). Fueron publicadas en su exilio, entre 1943 y 1968, en Ciudad de México, excepto una que apareció inicialmente en Turín. Iban a ser cinco las obras, en un principio (Campo cerradoCampo de sangreCampo abiertoTierra de campos y Campo francés), pero acabó estando compuesta por seis volúmenes, ya que si Tierra de campos fue finalmente dividida en cuentos (que irían a parar a los libros de relatos No son cuentos, de 1944, y Cuentos ciertos, once años posterior) a aquellas cuatro que quedaban se le añadieron otras dos: Campo del moro y Campo de los almendros. Es decir, la serie novelística El laberinto mágico está compuesta por las novelas Campo cerrado (1943), Campo de sangre (1945), Campo abierto (1951), Campo del Moro (1963), Campo francés (1965, la única publicada fuera de la capital mexicana, lo fue en la italiana Turín) y Campo de los almendros (1968). Novelas que no se publicaron en España hasta que en 1978 apareció la primera de ellas y 1981, año de edición de la última.


Yo leí hace años al menos una de ellas, no recuerdo exactamente cuál. Puede que fuera, no estoy seguro, Campo de los almendros, la más larga de las seis, la última. En ella podemos leer (como se han encargado tantos y tantas de recordarnos una y otra vez, por ejemplo David Uclés en su impresionante novela La península de las casas vacías) algo tan terrible y certero sobre la Guerra Civil española como esto que, en el puerto de Alicante, en los días finales de aquélla, el padre le habla al hijo, que lo mira llorar sin comprender lo que se le dice: «Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo, contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia; cada uno a su modo, a su manera, como han podido, sin que les importara su comodidad, su familia, su dinero. Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos, esperanzados todavía en escapar, son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo mejor del mundo. No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides».

Nunca lo olvidamos, ni lo olvidaremos. Nunca se olvidó. Por más que muchos, como el propio Uclés, sostengan que la llegada de la reciente democracia a España se produjera tras un pacto de silencio amparado en el olvido deliberado. Ja.

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