Siempre me he preguntado por qué muchos artistas hacen sus mejores obras al principio de sus carreras.
Y creo que la respuesta es sencilla:
la tensión, la necesidad, las ganas de comerse el mundo.
Cuando uno empieza no hay red, hay hambre, hay miedo.
Y de ahí sale lo más auténtico.
La urgencia por
demostrar, por dejar huella, convierte cada canción, cada cuadro o cada libro
en una especie de grito vital.
Y ese grito suele ser el que más
llega.
Con el tiempo llegan la
comodidad y la calma, y eso está bien, todos lo buscamos.
Pero rara vez encienden la misma
chispa.
El autor, Vicente Mañó.
El talento sigue ahí, claro, y puede
aflorar puntualmente, pero cambia el combustible.
La tensión se transforma en rutina, y
la obra pierde parte de ese fuego inicial.
Al final, la creatividad necesita un
poco de incomodidad.
Sin esa presión, muchas veces la
magia se diluye… porque lo que nos remueve de verdad casi nunca nace desde la
calma.
Las mejores obras no suelen nacer del confort, sino de la necesidad.
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