“Llevo desde la pubertad consumiendo música y posiblemente no ha hecho más que complicarme la existencia”. Eso dice el protagonista y narrador de la novela autobiográfica de Fernando Navarro Todo lo que importa sucede en las canciones, sobre la que ya tengo algo escrito y sobre la que prometí seguir escribiendo respecto de las canciones que daban título a cada uno de sus quince capítulos.
Esto…
Bob Dylan es “hermético, resbaladizo, solitario”. Su canción Workingman’s
blues #2 “es un vals, un extraño vals melancólico. Transmite paz
a alguien que la perdió o, como yo, a alguien que no sabe si llega tarde o,
peor aún, que ya no sabe adónde quiere llegar”. Esa canción es para Fernando
Navarro el “escudo ante los pájaros de la noche”. Desde que le atrapó, le
acompaña “una simple y llana tristeza”. Le llevó a algún sitio, “tal vez al que
me corresponde”, escribe.
De Are you
alright?, la canción de Lucinda Williams, dice el autor que hay
un hilo directo entre ese folk rock suave y su tristeza. Ella “se concentra en
su dolor cuando canta, como si con los ojos cerrados masticase tabaco y
apreciase cada partícula de su sabor amargo”, el suyo es “dolor rudo, exigente,
intenso”. Sin victimismo ni llamada alguna de socorro, es sencillamente “la
descripción al detalle de una aflicción, con perspectiva documentalista y con
toda la magnitud de la dura realidad”. El dolor de Lucinda “empasta con mi
tristeza, esa nube seca que me rodea”, le leemos a Navarro. “Su voz dolida se
cuela por los poros hasta invadir todo el cuerpo, removiéndote de arriba abajo”
Good vibrations, de The Beach Boys, que habla de “la experiencia total del amor”,
es “un canon de la nostalgia hecha música”, especialmente de la nostalgia de
Navarro, que “se encadena irremediablemente a determinadas melodías y luego se
traga la llave”. Es su magdalena de Proust. Good vibrations (que es todo
“un canto a la luminosidad del recuerdo”) de lo que habla es “de un momento que
son todos los momentos”: Brian Wilson se inspiró a la hora de componerla cuando
un perro se puso a ladrarle en un supermercado: “y su madre, que lo acompañaba,
le explicó que los perros tienen capacidad para captar las vibraciones de los
humanos”. Navarro llega a decir de ella que es la llave a “armonía secreta del
universo”.
Cuando Fernando Navarro escucha If i can dream, de Elvis Presley, piensa en su madre, “que, como la de Elvis, siempre estuvo en la retaguardia”: es sonar las trompetas, que Elvis se ponga a cantar y entonces el autor de Todo lo que importa… puede verla. “Elvis me levanta del suelo cuando canta if i can dream”. Ese sentimentalismo descomunal le lanza a Navarro “a otra órbita”. Primero se desgañita Elvis cantando eso de que estamos perdidos en una nube con demasiada lluvia y estamos atrapados en un mundo afligido por el dolor y, de inmediato, “propulsado por metales y coros estelares, llega a la enajenación y, como en otra dimensión, aborda todos los temores: Pero mientras un hombre tenga la fuerza para soñar / Puede redimir su alma y volar”. Son las puertas del cielo abriéndose de par en par. Toma ya.
Cuenta Navarro que “para un adolescente que ya venía zarandeado por el rock’n’roll”, el álbum Born to run de Bruce Springsteen “era como darse de bruces con el amor de su vida”. Aquel disco “lo tenía todo: música extraordinariamente sentimental y carnal, un torrente de emociones recorriéndote el cuerpo y el espíritu a lo largo de sus ocho composiciones”. Era un disco perfecto, “como solo son las mejores cosas imperfectas, elevándose por encima de sí mismas, superando sus debilidades con un pundonor que cautiva”. Un disco desenfrenado, también incontenible pero, sobre todo, “contagiosamente inspirador”. Un disco que revolucionó el yo soñador del autor de Todo lo que importa… En concreto, cada vez que él pone la canción que da título al elepé, Born to run, su corazón se acelera como un bólido: “los redobles de batería eran mis latidos desbocados y todo ese sonido compacto y sólido, como una verdad absoluta, era mi espíritu feroz; odas las preguntas parecían tener respuesta, todas las dudas parecían ser certezas y todos los silencios se convertían en canciones”.
La canción In
dreams de Roy Orbison empieza “con unas frases sin música para
elevarse con las primeras notas hasta alcanzar un pasaje orquestal como sonando
en la galaxia. La estela de las guitarras, los violines y las violas danzaba
persiguiendo el lamento inalcanzable de Roy Orbison, cuyo eco cruzaba el
firmamento”.
Tom Traubert’s blues
(four sheets to the wind in Copenhagen) de Tom Waits
“cuenta la historia de un hombre atrapado y sin blanca en una tierra extranjera
donde nadie habla su idioma y todo está roto: al oír su sinfonía de
cuerdas y su piano llorón, Traubert se antoja un personaje simpático, al que
podrías acoger en tu casa una noche de lluvia, pero es evidente que habita un
infierno creado por él mismo. Un infierno que consiste en no llegar nunca a casa
porque se gasta todo el dinero que tiene en beber. El propio Waits reconoció en
su día que el personaje nació después de visitar los bajos fondos de Los
Ángeles. Para hallar la inspiración para esta canción, el músico pasó una noche
entera sentado en la esquina de la Quinta con Main
Street, una zona marginal del centro de Los Ángeles”. La melancolía hiriente de
la canción juega con dos ideas, con dos significados: bailar y vagabundear.
Podemos elegir lo uno o lo otro al escucharla, aunque pareciera que “los dos
funcionan al mismo tiempo”.
That lucky old sun y su lamento ante las fatigas “ante los desajustes de la vida cotidiana”
es una de las joyas sonoras de la gran colección de standards
estadounidenses que “transcienden generaciones y épocas”. Ha sido versionada
por numerosos artistas, LaVern Baker, Frank Sinatra, Jerry Lee Lewis, Sam
Cooke, Ray Charles, Chris Isaak, Willie Nelson, Johnny Cash, Bob Dylan o Brian
Wilson, pero es la interpretación de Aretha Franklin la que más conmueve
a Fernando Navarro, pues ella desprende toda su elegancia vocal, “con ese
timbre suyo tan dramático llenando todos los surcos”, con esa “voz imperial”
suya.
Keep me in your heart está en el elepé de Warren Zevon titulado The wind, su último disco, que decidió grabar en 2002 cuando le diagnosticaron un cáncer de pulmón muy avanzado. Se publicó justo diez antes de su muerte. Bruce Springsteen, Tom Petty, Jackson Browne, Emmylou Harris, Ry Cooder, Dwight Yoakam, T-Bone Burnett, Mike Campbell, Don Henley, David Lindley y Billy Bob Thornton intervinieron en aquella grabación. Navarro escucha Keep me in your heart para sentirse cerca de su madre y no espera que nadie lo entienda.
Dice Navarro que si
hay un disco que suena al Nueva York que ama ese es The stranger, de Billy
Joel (y su visión fascinada de la urbe, donde concentra “su amor juvenil
por esa ciudad de imposibles”), que incluye la canción Scenes from an
italian restaurant, una de las más largas del neoyorquino, una película
en sí misma, fruto de la unión de tres piezas independientes: una introducción
melódica de piano, un desarrollo de balada casi jazzística y una aceleración
final rocanrolera.
Hey Jude es la canción de The
Beatles (que son “una excusa para ser feliz: al menos son mi excusa para
serlo”) que Paul McCartney compuso/escribió a raíz del divorcio de John Lennon
y Cynthia, cuando el hijo de ellos, Julian, tenía cinco años: de hecho, la
canción comenzó siendo Hey Julian, y ya era entonces una canción “sobre
el desconsuelo y la tranquilidad” hasta acabar siendo esa gozada de “energía
interna demoledora”.
Llegamos a Because the night, la canción que grabara Patti Smith. Ella y Bruce Springsteen se conocieron en Nueva York y “hubo un flechazo artístico entre ellos: hablaban el mismo idioma”. Poco después Bruce le regaló a ella una de las canciones descartadas de las sesiones de grabación de su álbum Darkness of the edge of town y “Patti le dio los retoques necesarios” hasta darle “su carácter definitivo. Because the night fue el primer sencillo extraído de Easter, el elepé que publicó tras Horses. “Es una composición que bien podría haber salido de la cabeza de Patti, tanto ella como Bruce compartían por aquel entonces la misma visión del rock’n’roll”, ambos “eran dos románticos entregados a la causa, sin miramientos, sin negociaciones, anteponiendo todo a ella”.
“Hay siempre mucho
poder en el momento en el que comienza Rockin’ in the free world”,
de Neil Young, “en el instante en el que imaginas lo que podría pasar,
pero todavía no ha pasado”. Al fin y a la postre, Neil “siempre suena engrasado
y caliente, como si rodara a la misma velocidad que le marca su corazón”. Dice
Navarro (que afirma llevar el rocanrol en el corazón), y creo que no le falta
razón, que es como si Neil “jamás buscase la perfección, como si ni siquiera
tratase de acercarse a ella, que lo que hace es buscar “la esencia, esa llama
que esconde toda emoción, por triste, alegre o rabiosa que sea” con esa música suya
tan íntegra, “aunque pueda ser desatinada o un fracaso”.
Flirting with time, de Tom Petty, es una de las canciones que nunca le han abandonado al autor de Todo lo que importa…: “una de esas canciones que me han elegido”, dice, cuya melancolía le rodea “como esas brisas que se levantan de repente”. Cada nota, cada acorde y cada compás hace que se pueda sentir el latido de la canción. La música de Petty “posee una vigorosa fuerza para arrojar luz”, y ello pese a que él pasó “más tiempo hundido que a flote en esta tierra” y “habitó demasiado la oscuridad”.
Changing of the
guards (que nace de un extenso poema dedicado al comprometidos
socialmente cantante de folk Tom Paxton), la segunda
canción de Bob Dylan que titula uno de los capítulos (y lo cierra) de Todo
lo que importa…, “suena viniendo de lejos”, con ese comienzo suyo “que es
el mejor comienzo en la historia de una canción” e incluso “el mejor en la
historia de un disco”. Ese arranque, no exagera Fernando, “es como si se
subiese un telón y llevase sonando una hora antes, un día, un mes, un año…,
puede que toda la vida”. Dylan y sus músicos esperándonos. Dylan cantándonos
que vuelve a nacer y vuelve a ser otro. Otro artista. Esa canción es “un ciclón
fabuloso” en el que lo que está pasando es… la vida.
Los álbumes musicales favoritos de Fernando Navarro son “esos discos que participan en lo que eres tanto como el aire que respiras, pero tú también participas en ellos”, esos con los que “compartes como si fuera tuyo el acontecimiento vital que guardan, conectando tus pensamientos con su psicología, coordinando tu ritmo cardíaco con su latido”, los discos que, “cuando los escuchas, no estás escuchando unos discos: estás viviendo su experiencia”, de los cuales “puedes afirmar sin ningún riesgo a equivocarte que has estado ahí; aún más, puedes asegurar que están dentro de ti, como esa energía que te mueve, como ese espíritu que no se ve, como ese carácter que define a las personas”: West, de Lucinda Williams; Pet sounds, de The Beach Boys y Born to Run y The wild, the innocent and the E Street shuffle, de Springsteen. También Blood on the tracks y Street legal, de Dylan, y What’s going on, de Marvin Gaye; Astral weeks, de Van Morrison; A love supreme, de John Coltrane; Horses, de Patti Smith; Closing time, de Tom Waits; Summerteeth, de Wilco; The beast in its tracks, de Josh Ritter; y The wind, de Warren Zevon.
Seguidos por In the wee small
hours, de Frank Sinatra; Kind of blue, de Miles
Davis; Exile on Main St., de los Rolling Stones; Tapestry, de
Carole King; The rise and fall of Ziggy Stardust and the Spiders From
Mars, de David Bowie; Coney Island baby, de Lou Reed; Otis
blue, de Otis Redding; Grace, de Jeff Buckley; At
my age, de Nick Lowe; Figure 8, de Elliott Smith; I
am a bird now, de Antony and The Johnsons; Cole’s Corner, de
Richard Hawley, o The greatest, de Cat Power.
Menuda selección.
“La música no es un uniforme que te puedas quitar y poner. Escucharla es
formar parte de algo. Participar en su misterio. Las canciones de mi vida
forman parte de mí. No puedo despojarme de ellas. Tampoco quiero. He
participado tanto en lo que contienen que ignorarlas sería conspirar contra mí
mismo”.
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