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Cuando la patria son las canciones (en una novela de Fernando Navarro)


El tercer libro que leo del periodista musical y escritor español Fernando Navarro (el cuarto suyo) se titula Todo lo que importa sucede en las canciones y es maravilloso. Es una novela magnífica.

 

          “Soy de esas personas a las que al menos la música lo cura”.

 

Todo lo que importa sucede en las canciones fue publicado en 2022 y tardé tres años en ponerme a leerlo, inexplicablemente. No todo tiene arreglo, pero esto sí lo tuvo.

Música, vida: la música y la vida; la música y el amor; la música y el emparejamiento; la música y la maternidad; la música y la paternidad; la música y la muerte… Las canciones (esa “energía imponiéndose a todo lo malo”). Ahí está el meollo casi sublime de este maravilloso libro espléndidamente escrito, espléndidamente expuesto en el que Navarro hace todo eso, exponerse, desnudarse emocionalmente, mostrando a ese personaje narrador que sabemos que es él creando un mundo novelesco tan parecido a la realidad como la literatura excelente es capaz de serlo, una realidad aumentada, mejorada, revisitada, recreada, iluminada por la antorcha inmortal del arte humano.

 

          ¿Puede la música salvarme la vida?

 


Los títulos de los capítulos (del cancionero) de Todo lo que importa… marcan el territorio emocional por el que el autor nos va a hacer movernos desde nuestra quietud conmocionada de ávidos lectores. Estos títulos. Que son los de quince canciones como pequeños templos que servirán como hitos del magnífico hilo conductor que son las vicisitudes vitales del protagonista:

Workingman’s blues #2. Bob Dylan

Are you alright?. Lucinda Williams

Good vibrations. The Beach Boys

If i can dream. Elvis Presley

Born to run. Bruce Springsteen

In dreams. Roy Orbison

Tom Traubert’s blues (four sheets to the wind in Copenhagen). Tom Waits

That lucky old sun. Aretha Franklin

Keep me in your heart. Warren Zevon

Scenes from an italian restaurant. Billy Joel

Hey Jude. The Beatles

Because the night. Patti Smith

Rockin’ in the free world. Neil Young

Flirting with time. Tom Petty

Changing of the guards. Bob Dylan

Es difícil que, si has crecido entre las canciones de la música pop de su tiempo, y ese tiempo coincide, a grandes rasgos, con el de Navarro, no haya alguna de esas quince joyas que te toquen la fibra de manera muy personal: en mi caso nueve de ellas.

 

          “Una cosa es hablar de música y otra vivir”.

 

Ahora voy a hablar solamente de la novela, pero en otro artículo escribiré sobre la novela… y las canciones. Lo que no quita para que al hablar de la novela ahora no pueda evitar hablar de las canciones de la novela. No sé si me explico. No importa, voy…

 

“Bob Dylan dijo una vez que no importa tanto de dónde vienen las canciones sino adónde te llevan”.

 


El narrador/protagonista (que admite llevar dentro “un suicida o un estúpido, o las dos cosas”) abandona el hogar familiar que compartía con su mujer, Rosa (cuyo mayor poder él conoce desde la adolescencia: ser “capaz de transmitir un amor tan puro que era imposible no quererla, no arrimarse a ella para sentrise dichoso”), y su hijo, Alejandro, y se pone en el móvil una canción, Workingman’s blues #2, de Dylan: “como si cayese el telón de una función sin aplausos y, entre bambalinas, me esperase Bob Dylan con su voz rasposa para decirme: Vamos”. Eso es Todo lo que importa sucede en las canciones. Bueno, eso y la historia que sigue, y la que la antecede. Y no es poca cosa. Es mucho más.

Dylan es uno de sus grandísimos ídolos musicales, alguien que, dice el narrador/protagonista”, “simboliza algo más fuerte que yo” cuyo significado desconoce quien nos relata lo que leemos, pero algo en lo que cree; alguien a quien pareciera que no le interesara “nada más que el mundo fantasmagórico de las canciones” y que “está entregado en cuerpo y alma a preservar lo permanente”.

A Lucinda Williams la había entrevistado el narrador/protagonista “y había sentido que hablaba con un ser especial”. Un ser especial que le dijo que el mundo es triste.

Rosa, su pareja de años, la madre del hijo del narrador (cuyo amor “honesto, comprometido e inquebrantable” fue un ejemplo que él fue incapaz de seguir), nunca entendió del todo qué encontraba él tan importante en la música. Rosa, mucho más razonable que él. Alguien a quien, en definitiva, la música no le ha hecho perder la cabeza.


Brian Wilson
, el principal compositor de The Beach Boys, “llegó al color de los sonidos”. Al menos eso dejó dicho el productor de The Beatles, el insigne George Martin, el cual, ni corto ni perezoso, añadió que “si Bach estuviese vivo, compondría como Brian Wilson”.

Si con el Good vibrations de The Beach Boys el narrador había conseguido imaginar, con las canciones de Elvis Presley aprendió “a ser”. Al fin y al cabo, Elvis “latía apasionadamente en sus canciones” y “era como si lo hiciese por todos nosotros”. Elvis “poseía algo innombrable”.

 

“Elvis, el músico más magnético que pisó la tierra, era en realidad un chaval normal, que llamaba todos los días a su madre para saber cómo estaba”.

 

Bruce Springsteen llenó en el narrador de Todo lo que importa… ese espacio del padre o el hermano mayor que nunca tuvo. Desde hace muchos años es en las canciones de Springsteen donde él quiere vivir.

Roy Orbison “era capaz de transmitir su inocencia absorbente y conservar su plenitud sentimental como si el encantamiento nunca se acabase”.

Las canciones son tan protagonistas del libro como lo que le sucede en cuerpo y alma al narrador/protagonista (“mi patria son mis canciones”). Es fácil coincidir con él en que no elegimos las canciones que nos atrapan, sino que son ellas las que nos escogen a nosotros. “Y siempre tienen un motivo”. Su madre le decía, cada vez que le veía escuchando sin parar determinadas canciones: ¿Te vas a quedar a vivir ahí o qué? La música “juega con nuestra imaginación más que ninguna otra disciplina artística, sea literatura, cine, teatro, pintura o escultura. No hace falta entenderla ni tener conocimientos técnicos. Cierras los ojos, te dejas invadir por la canción y te transportas allí donde la música te lleva”. La música suena, junto a la vida y la misma muerte “como un relato imprevisible”: ese es “el gran acontecimiento de la humanidad” al que llamamos rocanrol (rock’n’roll, como lo escribe Fernando Navarro).

 

“Estoy en un punto en el que creo que todas las canciones hablan de mí”.

 

El protagonista quiere creer que Help! es su canción preferida de The Beatles, pero enseguida se da cuenta de que “decir eso es como ponerle puertas al universo: siempre hay una canción de los Beatles que puede ser mejor que la que ya era mejor” porque las mejores canciones de los Beatles poseen un ciclón de energía interior en el que se cruzan varias emociones; se trata de “una energía incandescente y vibrante, con una tensión llena de vitalidad, que te mueve en más de una dirección a la vez”.

 



Me gusta eso que dijera Neil Young de que “el rock’n’roll no se ve desde lejos porque el rock’n’roll es siempre ahora”. Y me gusta leerlo en Todo lo que importa… Esa pequeña Biblia del rocanrol.

O aquello que nos cuenta el narrador/protagonista, aquello de que no dejó de llorar cuando falleció Tom Petty: “no estaba triste, estaba agradecido”.

La madre del protagonista “poseía una cualidad imbatible: una contagiosa pasión por vivir”. Es un personaje esencial en la novela. De ella leemos que “como la gran mayoría de las madres a sus hijos, la mía me quería por encima del bien y del mal, y, además, me apoyaba con una determinación inalterable”. Poco antes de fallecer “deslizó un consejo” que nuestro protagonista no valoró en exceso: recuerda que no hay nada más valioso que la bondad.

 

“Supongo que, a veces, todo lo auténticamente bueno tiene que durar lo que dura una canción y lo demás es adaptarse”.

 

En la novela hay algo de ese Madrid que tan bien conoce Fernando Navarro. Y se agradece. (Bueno, en realidad, es que todo lo del libro es de agradecer: muy de agradecer.)

 

“A las muchas de la madrugada, la gente decadente brilla más que el resto del mundo. Es el secreto de la noche madrileña”.

 

Me conmocionó leerle que su hijo Alejandro se merece que él haga lo que hacía su madre cuando era él quien ponía su música: no decirle jamás que baje el volumen. Que Alejandro “terminará encontrando sus canciones y, seguramente, no tendrán que ver con las mías. No importa”. Me pasa lo mismo con mis propios hijos: cuando pongan su música, “será su vida, no la mía".

En Todo lo que importa… suenan muchas más canciones y salen muchos más artistas musicales. Los descubrirás cuando leas esta novela que yo te recomiendo vivamente.

 

          “Una canción es la lupa con la que analizar tu dolor”.

 

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