El Capitán Corsario Ambrós dibujó mi alma de héroe


Albuxec, en la zona norte del litoral de la provincia española de Valencia, es una pequeña localidad hoy llamada oficialmente Albuixech, en la que nació a comienzos del siglo XX alguien que iba a dibujar algunas de las ilustraciones más reconocibles de la historia reciente del tebeo (historieta, cómic, llámalo como quieras) español. Miguel Ambrosio Zaragoza vino allí al mundo el 31 de agosto de 1913: sería conocido artísticamente como Ambrós, uno de los más destacados creadores del cómic europeo, mundial.


Dibujante vocacional desde crío, comenzó a dedicarse profesionalmente al mundo del tebeo en 1946, tras emplearse en las labores campestres familiares y luego de haber sido maestro hasta el fatídico año de 1936 (profesión que abandonó ante los derroteros del país a raíz de la victoria franquista en la Guerra Civil, a cuyo bando combatió tras alistarse para ello) y haber estudiado también dibujo en la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, en la capital de la provincia. Su primer gran personaje fue El Jinete Fantasma (un tebeo, un cuaderno de aventuras, que comenzó llamándose Las Hazañas del Caballero Fantasma), dibujado por él entre 1947 y 1951 con guiones del también valenciano Federico Amorós.

Ya como miembro de la plantilla de la editorial Bruguera, en 1956 Ambrós comenzó a dibujar la exitosísima serie de El Capitán Trueno, el personaje creado y escrito por el, con el tiempo, destacadísimo guionista barcelonés (y clandestino militante comunista) Víctor Mora, dieciocho años más joven que él, que llevaba dedicado al ámbito de la escritura de historietas desde el año 1948 y firmará sus guiones para aquel personaje como Víctor Alcázar.


Pese a las numerosas ventas de los cuadernillos de aventuras de El Capitán Trueno (más de un millón de ejemplares cada mes), semanales tras haberlo sido quincenales, que también aparecían en el semanario historietístico Pulgarcito, Ambrós se consideró muy mal retribuido y en 1960 abandonó la serie para trasladarse a París con la intención de dedicarse a la pintura, algo que no se le dio muy bien y cuyo fracaso le llevó a regresar cuatro años después a los brazos de Bruguera, donde dibujó brevemente el personaje de Mora. Abandonó la popularísima editorial de tebeos en 1965 para pasar a engrosar durante cinco años las filas profesionales de su gran competidora, Editorial Valenciana, donde dibujará, entre otros tebeos, entregas de la serie de Roberto Alcázar y Pedrín Extra.


Cuando apareció el primer número del tebeo semanal de Bruguera Mortadelo, que yo corrí al kiosco de al lado de mi casa el primer domingo que tuve ocasión para comprar su primer número… y luego muchos de los que vinieron después, durante años, corría en la España de Franco el año 1970, vi que, al abrirlo, yo que no había sido muy (ni poco) del Capitán Trueno, contenía las maravillosas aventuras de mi personaje infantil por excelencia, El Corsario de Hierro, el regreso a la colaboración conjunta de los magníficos Víctor Mora y Ambrós. Una delicia que duró hasta que en 1981 el ilustrador valenciano decidió retirarse profesionalmente a sus 68 años, cuando yo tenía cincuenta años menos y todos los álbumes de El Corsario de Hierro en mi poder.


Sólo en un par de ocasiones volvería el dibujante valenciano a publicar algo suyo. La primera vez tuvo lugar cuando dos años después de su jubilación regresó brevemente con el Capitán Trueno para ilustrar uno de los 48 fascículos de la Historia de los Cómics que Toutain Editor publicara en 1983 y 1984, dirigida por el erudito en el mundo de la cultura popular Javier Coma y escrita por destacados especialistas a nivel mundial: aquella historieta se titulaba El adivino de los ojos muertos, y fue escrita, claro, por el propio Mora, con el entintado y coloreado a cargo de Amador García. Y, en 1987, ya en su despedida absoluta, cuando el sello Forum, la división de cómics de Planeta DeAgostini, quiso revitalizar su revista de historietas Aventuras Bizarras (que había durado de 1982 a 1985) creando Aventuras Bizarras, Serie Roja y llevando otra vez el Capitán Trueno al público, en una época tan distinta a la de sus primeros tiempos (los dictatoriales de Franco), con Víctor Mora como guionista y contando con quien había sido su creador gráfico como portadista y autor de algunos pósteres, pero ya con Luis Bermejo y Jesús Redondo como ilustradores de sus viñetas.

La segunda vez que se entregó el prestigioso Gran Premio del Salón del Cómic de Barcelona (por el conjunto de una obra) recayó en Ambrós, quien lo recibió en 1989, un año después del primero, el guionista y dibujante español Alfons Figueras (creador de Aspirino y Colodión, y de Topolino, el último héroe), y un año antes que otra figura destacadísima de Bruguera, Manuel Vázquez (creador de Anacleto, la Familia Cebolleta o las Hermanas Gilda…).

Ambrós, de quien cuentan que a sus fascinantes dibujos los llamaba garabatos, murió el 30 de septiembre de 1992 en Barcelona. En el exterior de la Casa de la Cultura de Albuixech se puede contemplar desde ese año 92 una estatua del Capitán Trueno esculpida en su honor e inaugurada tres meses antes de su fallecimiento.


 

Mi hermano Ricardo es un auténtico especialista en el mundo de los tebeos, los cómics, las historietas, las novelas gráficas… Cuando le pedí que escribiera algo sobre Ambrós, a quien tanto queremos, accedió usando estas palabras:

 

“Ambrós es al tebeo español lo mismo que Jack Kirby al cómic estadounidense. Él diseñó los héroes que inspiraron los sueños de una generación, auténticos iconos de la aventura desenfadada, así como de la justicia social que el país por entonces no ofrecía. Sus dibujos, en los que lo apolíneo del héroe y sus contrapartidas femeninas contrastaban con el desenfado estrafalario de los personajes secundarios y la peligrosidad a veces cómica de los taimados villanos, le convirtieron en un maestro de la narración en viñetas. Especialista en escenas de acción, cuando los personajes fintaban o corrían, magistral en los duelos de espada, imaginativo en los diseños de escenarios fantásticos, Ambrós sabía esconder las deficiencias de un trabajo en cadena, mal pagado y sin consideración de autor con un talento capaz de dotar de un gran atractivo y una enorme expresividad a cada escena. El Jinete Fantasma, aunque en menor medida por su falta de popularidad, el Capitán Trueno, especialmente y por todo lo contrario, y el Corsario de Hierro, por la calidad global de la obra y como culmen de su capacidad narrativa y artística, son tres muestras de la grandeza de este artista total, no debidamente valorado, que, sin embargo, forma o debería formar parte de los nombres más grandes del noveno arte”.

Ambrós por Luis Lonjedo.

Comentarios

Entradas populares

Los textos incluidos en este blog son propiedad exclusiva de sus autores. Se permite su uso y reproducción, siempre y cuando se respete su integridad, se cite la fuente y su utilización no busque fines comerciales ni implique la obtención de ingresos económicos de cualquier tipo.