Juan Fernández Ayala, llamado Juanín (27 de noviembre de 1917-24 de abril de 1957)

 


A JUAN FERNÁNDEZ AYALA, JUANÍN

Alteza de la soledad: otra vez vives en una de mis novelas,

vas y vienes por la tierra verde, naces y mueres y matas

y te matan en esa muerte tuya reconocible en tu oscuridad;

espíritu y carne ensangrentada, te veo yacer en Internet

y huelo el miedo en tus ropas húmedas,

el respeto y el odio, todo lo que fuiste durante años,

todo lo que eres todavía en estos días ignorantes de tus días ignorados.

Alteza de la soledad: decidiste ser una leyenda pero te equivocabas,

eres una triste página de historia, puro pasado enardecido…

sigues estando muerto.


 

A MÍ

Inventaste un ser humano real para tu novela, le abrigaste para las noches frías en su montaña, caminaste a su lado en aquellos días de lluvia, en las tardes de verano evocadoras y sólidas.

Le rodeaste de hombres y mujeres de una pieza, tan ciertos como él y tan ficticios como tú: animales arrinconados en un pliegue decadente, protagonistas de una guerra eterna y helada.

Conseguiste hacer creer que aquello ocurrió, que todo cuanto respiran fue aire cántabro…

Cuánto habías soñado con escribir esta obligación y cómo disfrutaste ciñendo a los valles tu alma, haciéndoles cantar y pedalear y amar y morir.

Qué satisfacción produce dar vida a los muertos, das gracias a la escritura por hacer de ti un dios, al menos en el instante en que la escuchas en sus labios.

 


A TI

En el sitio de los espejos.

un universo paralelo y helado

donde cantan Rascayú.

como los maquis de mi novela;

un cielo de briznas de esparto

o de nubes esmeraldas sin agobio.

¡Qué maravilla despiadada les llama,

inexplicable cita con un destino:

cuántos serán todos ellos ya allí,

en el sitio de los espejos!

 


Repetimos oportunamente los errores hasta que hacemos de ellos certeras certezas, vamos del final al principio para aprender lo que ya sabíamos, lo que las estrellas ocultan: somos cada vez más los indispensables actores del Universo fugados de los sueños de los dioses, huidos y supervivientes, como los maquis del siglo pasado, somos pequeñas obras de arte de una fugaz consistencia milenaria, abnegados seres indolentes a los que solamente nos interesa estar vivos y frotarnos de poesía.

Espíritus suicidas, recordemos que somos mortales... la suerte está echada, la vida mata.

Sobre la leyenda del viento, soñaste con un sol invisible porque la vida es lo último que se pierde.

En la cárcel de la memoria, la rosa inmortal del poeta.

Ese imposible equilibrio lejos de la música: eclipsado el corazón de las tinieblas.

Sé el mar. Yo tus costas.

Todavía le escucho al protagonista de mi novela cantar Serás mi tumba.

Pero, ahora, hoy, en este instante, necesito tanto tu amor en esta Edad de Oro…

Juanín, legendario.

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