¿Cuántas veces has llorado al acabar de leer una novela?
Sólo recordaba un caso, La Tía Julia
y el escribidor, de Vargas Llosa. Ahora ya hay una segunda novela que ha merecido ese sentimiento: Funny girl, del gran Nick Hornby.
Vargas Llosa y Hornby… Voy con Funny
girl.
El 1 de agosto de este año 2019, nada más acabar de leer la más reciente
novela del escritor inglés, la octava de las suyas (aparecida en su país en
2014 y publicada en España, con la habitual traducción excelente de Jesús
Zulaika, dos años más tarde) no pude evitar escribir en Facebook esto:
Sí quieres ser feliz este verano
leyendo (en cualquier momento en general, pero por centrarnos en tus
vacaciones)... LEE A NICK, un excelente escritor dueño de una literatura
alegre, de un cinismo tan humano, pura diversión inteligente.
Porque HORNBY es uno de los mejores
escritores vivos. Hablo de vida, más que de LITERATURA, en realidad.
Yo ya te he advertido.
Funny girl es un
hermoso, divertidísimo canto a una época de la televisión británica, la de los
años 60 del siglo pasado, en pleno Swinging
London, cuya protagonista encabeza un elenco muy popular en una serie de
comedia televisiva (compuesta por episodios de media hora de duración que contienen
“la clave de la salud, de la riqueza y de la felicidad”). Pero es sobre todo
una fabulosa novela repleta de un sentido vitalísimo del humor confortable que
mira al lado oscuro e insensible de la sociedad de soslayo, para evitar que
olvidemos que bajo los pliegues de las sonrisas se encuentran dos tipos de
lágrimas, las de cariño y las de dolor.
“Barbara sabía que no quería ser
reina por un día, ni incluso durante un año. No quería ser reina de nada en
absoluto. Lo que quería era trabajar en la televisión y hacer reír a la gente”.
La felicidad se esconde en las líneas de miles de libros. También es
esencial a la manera hornbyana en Funny girl, pues su protagonista, Barbara
(“un talento fiero con un físico de estrella”), desde las primeras páginas de
la novela, “deseaba ser feliz, y de qué manera lo deseaba; y deseaba no ser
diferente”. La felicidad entre iguales. A ella, a quien la cómica
estadounidense televisiva “Lucille Ball había convertido en una especie de
mártir de la ambición”. A ella, que a su agente lo primero que le dice es:
“Quiero ser cómica. Quiero
ser Lucille Ball”.
Porque de eso va la novela de Hornby, de la televisión (“podías irte de
rositas de cualquier cosa, al parecer, si salías en la tele”), de las series
cómicas, del humor, de hacer realidad la realidad por medio de la ficción
hilarante, divertida, amable o cínica, amable y cínica… Barbara, que en sus comienzos
balbuceantes “lo único que llegaba a sentir era que nunca sería feliz en
ninguna parte”. Ella, que tal vez se equivocara: tendrás que leer la novela
para saberlo. Ella, que vive en una época que parecía alumbrar un nuevo mundo:
“El sistema de clases, los hombres
y las mujeres y su relación mutua, el esnobismo, la educación, el norte y el
sur, la política, el modo en que el nuevo país parecía emerger del viejo y
sombrío en el que todos ellos se habían criado y se habían hecho adultos”.
Hornby es un tipo optimista, su literatura lo es, es una explosión vital
maravillosa no apta para quienes le guardan rencor a la existencia porque la
realidad no les ha sabido tratar ni ellos tienen idea de cómo tratarla. No
es de extrañar que uno de los personajes de su novela diga:
“Todo te puede parecer
fatal si tú quieres que lo sea”.
Frente a los principales protagonistas del libro de Hornby… los “malhumorados
sujetos” que pululan por los pasillos de aquella BBC, los ensimismados y ultrarreflexivos
dueños de la cultura, de los
programas culturales deliberadamente inaccesibles, “creían que la comedia era
el enemigo. De hecho, querían que la gente no se riese nunca”. Personajes muy
bien trazados en la novela, incorregibles pesimistas encantados de conocerse. Personas
a las que “no les gusta que la gente lo pase bien”; a las que tal vez ni
siquiera les guste la gente. Porque ¿es subcultura “una comedia de factura inteligente”?
Sobre la existencia de inteligencia en la indudable manifestación cultural que
es la comedia, televisiva en este caso, es sobre lo que se profundiza, con la
liviandad habitual de Hornby, en Funny
girl. Y de paso, como lector, yo he creído ver que lo que el escritor
inglés reivindica es su propia literatura, la que él escribe, la que él ama.
Porque Funny girl es pura modernidad
en los tiempos que comenzaban a alumbrar el oscuro objeto del deseo de los
posmodernos. Una crítica de la exitosa serie de sus protagonistas merece una
brillante reseña como esta en The Times:
“La existencia misma de Barbara (y Jim) es señal del nacimiento
de una Gran Bretaña moderna, de una Gran Bretaña dispuesta a reconocer que sus
ciudadanos están tan obsesionados por el sexo como nuestros vecinos del otro
lado del Canal, y que aquellos que no han podido educarse en una institución
(colegio o universidad) privada están tan perfectamente cualificados para hacer
observaciones inteligentes y divertidas como aquellos que sí han tenido ese
privilegio, e incluso más […] Barbara (y
Jim) no pueden ser guías mejores, más divertidos y afables para una década
que parece sacudirse al fin la mano muerta de su predecesora”.
Es esta una novela donde se vislumbran jóvenes que parecen vivir “en un
mundo que acaba de ser especialmente inventado para ellos”, una juventud
repleta de caras “intocadas por la vida”. Y la protagonista, ante esa otra
vertiente de los nuevos tiempos, se pregunta “si no había algo de tramposo en
esta gente, como haberse ido de rositas en algo”. Una sociedad consciente de
los nuevos tiempos imparables versus
una parte de la juventud inconsciente en su atrevimiento inane. Eso es lo que ve la protagonista de la novela. Ojo, la
protagonista. Porque la protagonista no es Nick Hornby. Porque los
protagonistas de las novelas no son (enteramente nunca) sus escritores.
“Se pasaba la mayor parte del
tiempo escuchando el LP Revolver de
los Beatles una y otra vez, hasta que a Tony empezó a no gustarle.
—¿Te acuerdas de cuando eran todo «I love you yeah yeah yeah»? —dijo Bill.
—Creo que era «She loves you» —dijo Tony.
—Es lo mismo.
—¿Y qué quieres decir?
—Ellos han ido de aquello a esto
en… tres años. ¿Adónde hemos ido nosotros?
—¿Adónde quieres ir? ¿Adónde
deberíamos ir?
—Deberíamos movernos.
—¿Movernos adónde?”
En aquellos tiempos que a los protagonistas de Funny girl “les había tocado vivir repentinamente”, aquellos
tiempos en los que era tan difícil “no ser un niño en una tienda de golosinas
sin caja registradora”. Aquellos tiempos en los que “el entretenimiento se
había adueñado del mundo” y no pareciera existir nadie que quisiera dedicarse “a
encontrar una cura para el cáncer”. También los tiempos en los que quería
pensarse en el futuro, “vivir en el presente, en lugar de en el pasado”.
Una frase lapidaria en esta novela que a su manera es también, como casi
todas, una novela de amor:
“El hombre que no es capaz de
decirle a una mujer que la ama no la merece”.
Tal vez Nick Hornby sepa que no hay nada divino, mayestático, supremo, en
escribir, aunque a quienes escribimos de vez en cuando nos lo parezca. Conviene
no olvidarse de los límites (sobre todo de los propios). Incluso si se es un
creador, un escritor. Incluso si se es Nick Hornby:
“No nos creamos más de lo
que somos, Somos guionistas”.
Y hay, además una notable diferencia, entre escribir para un público
masivo, aquél que se sentaba a ver la televisión cuando la televisión reinaba
en el mundo occidental (intentando “adivinar los pensamientos y sentimientos”
de millones de seres humanos) y escribir para el “puñado de miles de personas”
que uno sí conoce.
Hornby despide Funny girl con
unos agradecimientos en los que reconoce vivamente “el trabajo de Ray Galton y
Alan Simpson [,que] ha ejercido una influencia enorme en mi escritura, y sin
ellos —por muy diversas razones— no sólo no habría existido este libro sino
tampoco mis libros anteriores”.
[“Soy escritor. Se supone
que la vida se me pasa mientras la estoy mirando”.]
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