Nick Hornby escribe para mí: es un gran chico
Mientras me decido o no a leer Solenoide, he pensado que era una buena cosa regresar al gran Nick Hornby. Y no me he equivocado. Solenoide va a seguir esperando. ¿Por
qué?
Había dejado al británico Hornby en su segunda novela y
llevaba años deseando seguir leyendo. Llegó la hora de ponerme manos a la obra
con la tercera: Un gran chico (About a
Boy), de 1998, publicada por vez primera en español un año después. Y no
sólo no me ha defraudado, más bien muy al contrario, sino que me ha hecho
preguntarme por qué tardamos tanto en regresar a los autores que de verdad nos
importan. ¿Por qué no leemos más a los
escritores que escriben para nosotros?
Will y Marcus no son padre e hijo. Pero Marcus es un niño muy especial (“el chico de doce años más viejo
del mundo”) que buscando una pequeña multitud que le salve la vida acaba
modificando la simple insignificancia desconectada de los sentimientos de Will, alguien para quien “la vida
exigía mucho trabajo”, alguien de quien “no podría decirse que la necesidad de
cambiar lo abrasara de forma particularmente intensa”, alguien que “se había
pasado toda su vida rehuyendo las cosas que de verdad cuentan”, alguien que
“tenía su vida programada de manera que no le afectasen los problemas de nadie”.
No cuento nada más, pero en el fondo Un
gran chico es una historia de amor.
De amor paterno filial. De amor.
Como en sus dos primeras novelas, en esta de Hornby suena música (sí, es también parte de
un tratado magnífico sobre el pop, sobre la música pop y sobre la televisión y
el cine para muchos) y podemos leer en ella, por ejemplo, que Pet Shop Boys son
del tipo de músicos que cantan “sin dejarse la piel, sin ir totalmente en
serio”. De Will se nos dice que “utilizaba la fuerza y la ira del rock como
sustituto de los auténticos sentimientos y no como medio de expresión de los
mismos. Y no le importaba demasiado. ¿De qué servían, además, los auténticos
sentimientos?”. De hecho, en este sentido musical del libro, de alguna manera, Kurt Cobain acaba por ser casi uno de
sus protagonistas, una persona que no es una persona de verdad hasta que se
muere (sí, aquí también muere Kurt, también se suicida).
“La
única consecuencia de que Kurt Cobain se hubiera pegado un tiro era que Nevermind
sonaría mucho más cojonudo que antes”.
Es también Un gran
chico un viaje hacia el compromiso
(“para cantar Both sides now con los ojos cerrados había que estar
comprometido”) en el que Will (“un visitante de la vida” que “no tenía ganas de
que nadie visitase la suya”) creía preferir “una vida libre de toda depresión”
favorecida por la evitación de las buenas obras, que siempre acaban “por volver
loco al más pintado”. Y todo con ese afinado humor amable en ocasiones, que
sabe también titubear ante la crueldad de algún sarcasmo, de Hornby (que asimismo
hace aparecer en la novela adolescentes que se pasan “todo su tiempo deseando
que la vida fuese una mierda y haciendo todo lo posible para que lo fuera”,
fanáticas por cierto de Kurt Cobain). Un humor particularmente sabio, actual y
clásico a la vez. Un humor salvífico.
En una de sus conversaciones, Marcus, que quiere saber por qué su amigo mayor
no dejó de ir al colegio si al final parece ser que no lo ha necesitado, le
dice al adulto que aparenta ser (y es, ya veremos que sí) Will (el tipo de
persona que no tiene inscrita la realidad en su código genético)…
“No
te hace falta saber historia para ir de compras ni para leer, ¿no?”.
A lo
que Will le responde:
“Depende.
Si quieres leer libros de historia”.
Como lo que Marcus necesita es ayuda para ser un chico, el
chico que no es, y no el adulto en el que se ha convertido en su aproximación a
la adolescencia, Will acaba por ser alguien que no necesita, ni sabría,
explicar cómo se madura pero sí será quien pueda explicar “que Kurt Cobain no
jugaba al fútbol en el Manchester United. Y para un chico de doce años que iba
al colegio a finales de 1993, ésa tal vez fuera la información más importante
de cuantas podía recibir”. Al mismo tiempo, Will aprenderá muchas otras cosas,
como que enamorarse no es tan sólo un
motivo para tener pánico. Y eso que lo de Will tiene mérito de por sí,
porque no es “nada fácil ir flotando sobre la superficie de las cosas”. Para
eso se necesita “habilidad y coraje”.
Algo que yo he aprendido en las páginas hilarantes, vitales,
de Un gran chico: es bueno saber esperar
hasta que se tienen “ganas de volver al
mundo”.
“Tener razón
no servía de nada si el resto del mundo estaba equivocado”.
Se me olvidaba, de lo que va la tercera novela de Hornby es sobre el sentido de la vida. ¡Toma ya!
“La
vida era como el aire. No había forma humana de mantenerla lejos de uno, o al
menos a cierta distancia; por el momento, todo lo que podía hacer era vivir y
respirar. Le resultaba un misterio cómo se las apañaba la gente para metérsela
en los pulmones sin atragantarse; era demasiado áspera, un aire que casi se
podía masticar”.
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