Leer a Pynchon no es cualquier cosa



Pynchon, tienes que leer a Pynchon. Me dicen los dueños de la Literatura sin ellos saber que me lo dicen, que tengo que leerle, que está a la altura de Cormac, de Philip y de Don en cuanto a escritores estadounidenses vivos. Y yo, obediente, voy y lo leo. ¿Y qué me encuentro cuando leo a Thomas Pynchon?, ¿qué he sentido cuando he leído a Thomas Ruggles Pynchon, Jr.?

He leído La subasta del lote 49, la segunda novela de Thomas Pynchon, aparecida en 1966 y dotada de la frescura enloquecida de la actualidad, hasta el punto de que he dudado de que la novela tuviera ya la edad que tengo yo, prácticamente. Y me ha parecido…

Un desquiciamiento apresurado, un vértigo limitado e hipnótico, un inteligente sinsentido atrabiliario de aspecto culto, cool y posmoderno, de esos que se ríen de la ineficiencia de la Historia y del insuficiente uso burlesco del pasado. Un acorazado y descorazonador asalto al coraje de la literatura encajonada en los límites de la vehemencia.

Si yo hubiera sido Pynchon cuando yo tenía tres años y apenas sabía hablar y en ningún caso escribir y hubiera querido burlarme de los lectores a los que hubiera querido mostrar mis paranoicas ideas sobre la escritura y la lectura, si yo hubiera sido él habría escrito por ejemplo también párrafos como este que te voy a endiñar ahora para tratar de explicarte qué es lo que he leído cuando le he leído a él, al Gran Pynchon, al Burlador del Nueva York:

Estoy feliz en la carretera, ¿lo soy? No hay nada detrás de mí, ni a mi izquierda ni a mi derecha. Sólo futuro. Escucho en mi coche canciones para enamorados, no necesito dinero, fui parte de dos almas perdidas, dos almas que escuchaban las canciones de fuego de Otis, mientras me cambiaba de vida, con otra carretera sobre mi cabeza, antes de oír nítidamente al último tren, donde viajará el ángel del amor hacia la ruptura y hacia los confines de la belleza.

Cuando Dylan me hablaba hace unas horas, esta misma mañana, antes de que me agenciara este coche que no sabrá llevarme más atrás del porvenir, creí entender en él que todo esto que he venido viviendo durante los últimos meses desde que llegué a Pensacola no era más que un sueño soñado por un mono loco a quien yo había confundido cuando fui al funeral de Pyre con el hermano mayor de mi antiguo amante belga, el que le grababa canciones a Marvin Gaye antes de dejar de ser Marvin Gaye para siempre. Yo le miraba a Dylan mientras no dejaba de pensar en el otro Dylan, el amigo de Pyre, el de los puros robados de las guanteras de los coches de los potentados brasileños que veraneaban en la costa de Fintrope, tan cerca de Cuba, tan lejos de los primeros fusilamientos, escasos por lo demás, de aquellos barbudos que leían como cosacos y bebían como espartanos.

Tengo la certeza de que ese futuro hacia el que me lleva este coche no debe de andarse lejos.

FIN

El primer párrafo ha salido casi completo del título de las canciones del último disco de Chris Rea, que no es paisano de Pynchon, titulado Road Songs for Lovers. El segundo es pura inspiración pynchoniana. El tercero también.

FIN


Comentarios

  1. No he leído La subasta, pero lo que has escrito, aunque inspirado en tu lectura de Pynchon, es de un estilo muy diferente a lo que este habría hecho.
    Sólo he leído El arcoiris de la gravedad (Gravity's Rainbow) y Al límite (Bleeding Edge). La segunda novela me gustó menos pero me pareció, al igual que esa joya que es Gravity's Rainbow, una obra inteligente y muy divertida.
    Creo que ahí está precisamente la clave para entrar en Pynchon: el humor. Una vez que renuncié a comprender todo y me abrí a su humor y al disfrute de su escritura (hay pocos escritores capaces de una narración tan poética, humorística e inteligente) entendí por qué tiene esa estatura colosal en la literatura estadounidense de los últimos 50 años.
    Por cierto, a ti que tanto te gusta la música, tengo que decirte que las canciones que mete Pynchon en Al límite y en El arcoiris de la gravedad son monumentales. Debería hacerse una ópera con las letras de las canciones que incluye en sus novelas. O decirle a Elvis Costello que haga algo con ellas.

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    1. Haré dos cosas, me replantearé leer más a Pynchon y le diré a Costello que me escriba dos canciones, una basada en la escritura Pynchon y otra basada en mi lectura de Pynchon.

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