Cientos de historias de maquis (él prefiere llamarlos no ya guerrilleros, sino partisanos) se pueden leer en el libro que en 2024 publicó el historiador español Arnau Fernández Pasalodos titulado Hasta su total exterminio: la guerra antipartisana en España, 1936-1952.
Una de ellas es la siguiente.
Cuando, en abril de 1939, los
guerrilleros vigueses César Rosas y Antonio Iglesias se suicidaron antes de
ser capturados, nos explica Fernández Pasalodos (quien, a su vez, recurre a la
página 325 del libro de Xoán Carlos Abad Gallego Héroes o forajidos. Fuxidos
y guerrilleros antifranquistas en la comarca de Vigo, publicado en
2005), “los guardias que entraron en la habitación en la que yacían sin vida
encontraron la siguiente carta firmada por el primero de ellos”:
‘Fecha 3.4.39.
Ya
vemos que estamos descubiertos y que nos toca morir,
podríamos hacer frente y mataros a algunos, tenemos bastantes balas y estamos
serenos para haceros frente, pero no queremos porque no somos criminales. Esta
gente no sabe quiénes somos y si sois buenos debéis tener en cuenta nuestra
actitud en beneficio de ellos, yo los he engañado y creen que estoy en libertad
y trabajo en Marín. […]
Os estoy escribiendo y desde aquí podría matar al cabo y a otros guardias, pero no queremos para que no os ensañéis con estos pobres infelices que son inocentes […] no os digo más sino que no os olvidéis que el que a hierro mata a hierro muere y esto no va por nosotros que cuando pudimos no matamos a nadie y buena prueba de ello os la hemos dado aquí’.
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