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Porvenir y tradición (a vueltas con España)

Me acerco al libro Historia de España (seleccionada en la obra del maestro), de Marcelino Menéndez Pelayo, publicada en 1934, con prólogo y selección a cargo de Jorge Vigón, militar e intelectual ultraconservador, articulista destacadísimo de la revista contrarrevolucionaria católico-monárquica Acción Española, furibundamente contraria a la Segunda República. (Vigón, por cierto, entre 1957 y 1965, sería ministro de Obras Públicas durante la dictadura de Francisco Franco, época en la que obtuvo el Premio Nacional de Periodismo, en 1949, y el Premio Nacional de Literatura, un año después.)


La mayoría de las páginas de esta obra fueron extraídas de la voluminosa Historia de los heterodoxos españoles, que había ido apareciendo entre los años 1880 y 1882. No así las que me interesa destacar aquí ahora, las tituladas ‘Porvenir y tradición’ (parte segunda del epílogo de la Historia de España de Menéndez y Pelayo, salida de algunas de las páginas de su Ensayos de crítica filosófica, publicada en 1892, veinte años antes de la muerte del eminente filólogo e historiador español, miembro de todas las Academias españolas).

Se trata de un aldabonazo de gigante de la Cultura (así con mayúscula) para atornillar aquello de ‘Era mejor antes. Vamos a menos’, algo sobre lo que ya hablé antes aquí. (Mira.)

‘Porvenir y tradición’ decía (sigue diciendo) así:

 


“Hoy [estamos en 1892, pero para muchos ese hoy vale para este hoy en que me lees] presenciamos el lento suicidio de un pueblo que engañado mil veces por gárrulos solistas, empobrecido, mermado y desolado, emplea en destrozarse las pocas fuerzas que le restan, y corriendo tras vanos trampantojos de una falsa y postiza cultura, en vez de cultivar su propio espíritu, que es lo único que redime y ennoblece a las razas y a las gentes, hace espantosa liquidación de su pasado, escarnece a cada momento las sombras de sus progenitores, huye de todo contacto con su pensamiento, reniega de cuanto en la Historia nos hizo grandes, arroja a los cuatros vientos su riqueza artística y contempla con ojos estúpidos la destrucción de la única España que el mundo conoce, de la única cuyos recuerdos tienen virtud bastante para retardar nuestra agonía. ¡De cuán distinta manera han procedido los pueblos que tienen conciencia de su misión secular! La tradición teutónica fué el nervio del renacimiento germánico. Apoyándose en la tradición italiana, cada vez más profundamente conocida, construye su propia ciencia la Italia sabia e investigadora de nuestros días, emancipándose igualmente de la servidumbre francesa y del magisterio alemán. Donde no se conserve piadosamente la herencia de lo pasado, pobre o rica, grande o pequeña, no esperemos que brote un pensamiento original ni una idea dominadora. Un pueblo nuevo puede improvisarlo todo menos la cultura intelectual. Un pueblo viejo no puede renunciar a la suya sin extinguir la parte más noble de su vida y caer en una segunda infancia, muy próxima a la imbecilidad senil.

 

[Para evitarlo] trabajemos con limpia voluntad y entendimiento sereno, puestos los ojos en la realidad viva, sin temor pueril, sin apresuramiento engañoso, abriendo cada día modestamente el surco y rogando a Dios que mande sobre él el rocío de los cielos. Y al respetar la tradición, al tomarla por punto de partida y de arranque, no olvidemos que la ciencia es progresiva por su índole misma, y que de esta ley no se exime ninguna ciencia: Patet ómnibus veritas: nonduvi est occupata...

 

Un rayo de luz ha brillado en medio de estas tinieblas, y los más próximos al desaliento hemos sentido renacer nuestros bríos...”

 

Respetar la tradición, renegar de lo que nos hizo grandes. El espíritu de un lugar habitado por un único pueblo, el espíritu de un pueblo en un determinado lugar. Hay quien todavía sigue con ese errequeerre. Y quien no sabe que ese errequeerre es una invención.

¿La lucha por el relato? No. El combate por la Historia.


Menos mal que a veces los historiadores de hoy nos ayudan a comprender qué es España (yo mismo lo expliqué en un libro). Historiadores como José Álvarez Junco:

 

“Lo que hoy llamamos España ha sido una construcción histórica, producto de una conjunción de circunstancias políticas y culturales, aunque habría discrepancias, eso sí, sobre la fecha hasta la que podemos remontar su surgimiento: entre finales de la Edad Media, para quienes se conformen con la aparición de expresiones identitarias cobijadas por el término «nación», y las Cortes de Cádiz, para quienes exijan certificaciones explícitas de la soberanía popular”.

 

Menéndez Pelayo frente a Álvarez Junco. ¿Con quién te quedas?

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