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A vueltas con Franco Battiato

Titulé uno de los últimos capítulos de mi libro La música (pop) y nosotros ‘Espero no haberme olvidado de nadie’. No se llamaba así por mera broma. Era consciente de haber olvidado en sus páginas anteriores a “muchos músicos (mujeres y hombres) importantes, de una influencia superlativa, incluso de muchos que forman parte de mi memoria enamorada del arte de los sonidos con arte”. Así que decidí reservarles a muchos de aquellos a quienes había olvidado un hueco y unas palabras. (“A todos, menos a aquellos de los que ahora me olvide”, decía.)

Comenzaba así:

 

Fito Páez (mencionado aquí muy de paso) y su poesía roquera argentina; Caetano Veloso, como estandarte de la prodigiosa música brasileña del siglo XX (y de este); los británicos surgidos del humo del post-punk The Cure (a quienes pude ver en directo el 21 de junio de 1985 en el pequeño estadio madrileño Román Valero, tras la final del VIII Trofeo Rock Villa de Madrid); los también británicos Lloyd Cole, Jesus and Mary Chain, Massive Attack o Tricky; el californiano, y para mí tan futuro como presente de la música pop desde la década de 1990, DJ Shadow; los italianos Franco Battiato, Mina (de la que Louis Armstrong, Sarah Vaughan y Liza Minnelli dijeran, respectivamente, que “es la mejor cantante de raza blanca del planeta”, “si no tuviera mi propia voz, querría tener la suya” y “es la más grande cantante que existe”) y Lucio Battisti…

 


Atención: Franco Battiato. Pocos meses después de publicarse aquel libro mío dedicado a la música (pop), aparecía en la misma editorial, Sílex ediciones, y en la misma colección (Sílex Música), un libro excelente dedicado al genio siciliano escrito por Eduardo Laporte. Un libro sobre el que su autor escribió a petición mía, para mi blog-revista Insurrección, un artículo. Este artículo, titulado ‘La presencia esencial de Franco Battiato’, que vio la luz el 7 de marzo de 2023.


Tardé algún tiempo en leer aquel espléndido libro de Laporte, que lleva por título En presencia de Battiato. Se aprende mucho con él. Por no hablar de la enorme categoría de la escritura de su autor, absolutamente moderna, actual, y sin embargo clásica. No sigo que va a parecer que es mi amigo. (Que lo es.)

El escritor italiano Alessandro Gianetti dice en el prólogo del libro que todo en Battiato “era una forma de elevación, incluso, por supuesto, la música”, a la “que consideraba, a la manera de los antiguos, una forma perfectamente codificada de hablar con los dioses”.

Una forma perfectamente codificada de hablar con los dioses. No está nada mal como definición sublimada del arte magnífico, superior, que nos entregó el creador de Voglio vederti danzare.



Laporte comienza por confesarnos que, gracias a él, a Battiato, descubrió “la música misma, con apenas siete años”. Fue su Luis Mariano, su Tom Jones… Eduardo Laporte, que escribe este libro para aprender y conocer mejor a quien tanto le influyó desde siempre.

Que quede claro que “Battiato no es de nadie” y que el autor prefiere escribir sobre él a escribir una biografía de Eric Clapton porque de la fuerza del rock pareciera que ya nada puede decirse, pero de Battiato…. Ahora, con Laporte, el italiano universal es ya un poco más de todos.

 

“Battiato como alguien capaz de dar un sentido nuevo a todo aquello que antes no eran sino preciosos cascotes sin pórtico”.

 


Es este un libro sobre Franco Battiato en el que hay también mucho de Eduardo Laporte (que suelta genialidades como: “ese battiatiano ejemplar que fue Rafael Berrio).

 

“Battiato desarrolló su particular técnica del collage musical y aprendió a alimentar al Mozart libérrimo y audaz que tenía adentro mientras acallaba a los Salieri aguafiestas que le pudieran salir al paso. Y a mezclar como nadie la música culta con la electrónica y los ramalazos más pop. Y a descubrir las posibilidades de la música popular como caballo de Troya que cuela un legado artístico sutil en las antípodas de las basuras musicales qué producía (y produce) Occidente en cantidades industriales”.

 

Eduardo Laporte se pregunta por el hecho de que, si no existe nada original, nada sólido, nada puro, ¿eso debería inclinarnos hacia la liquidez posmoderna absoluta? Y se formula (nos formula) esa pregunta cuando trata de explicar los posicionamientos políticos del creador de L’animale (partidario de la unión de culturas, por otra parte), el nómada que no toma partido, siempre en contra de las ideologías.

Acabo. Laporte escribe unas palabras sobre esa magia a la que llamamos música, esa magia que le descubrió el genio italiano. Para el escritor español, la música llegó “como un nuevo juguete que el niño asume con una dicha que le acompañará siempre y que le aportará otras alegrías”. Para él “fue un descubrimiento tan jubiloso como los posteriores del sexo y del alcohol, juguetes adultos tan peligrosos como tentadores”. A diferencia de ellos, la música “se antojaba como un regalo virtuoso que no ponía en riesgo nada, al contrario”: la música es “un placer que nos hace mejores sin apenas esfuerzo” (y sin producir resaca), algo que “no deja de ser misterioso y justifica que sea considerado el arte más elevado”.

Palabra por palabra, hago mío todo eso. La música es el arte más elevado. Lo vengo diciendo. Hasta quise explicarlo en un libro (que casi nadie leyó).

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