Flores en las grietas. Autobiografía y literatura es un libro del escritor estadounidense Richard Ford traducido a mi idioma en 2012 por Marco Aurelio Galmarini.
Su entonces editor español Jorge Herralde explicaba, cuatro años más tarde, cómo surgió este libro creado inicial y exclusivamente para el mercado hispano (y compuesto por textos escritos por Ford entre 1992 y 2007):
“Mientras [Richard Ford] escribía
Canadá, pensé para dulcificar la espera de sus fans, en inventarnos
un libro. Le sugerí a Richard que pensara en reunir algunas de sus piezas de no
ficción, que ya había leído dispersas en antologías y revistas, y enseguida se
puso en marcha y me fue enviando textos. El resultado fue Flores en las
grietas (glorioso título, made in Richard Ford), subtitulado Autobiografía
y literatura. En él se reúnen piezas inolvidables sobre su padre y su
abuelo, y el boxeo y el golf. También sobre la escritura, subrayando la
importancia del cuento, un género que tanto ha practicado (así lo demuestran Rock
Springs, Mujeres sin hombres, Pecados sin cuento y Francamente,
Frank), subrayando la audacia y la concentración narrativa que supone”.
Sin menospreciar en modo alguno la categoría de los
cuentos que se incluyen en Flores en las grietas, lo que más me ha
interesado a mí de este libro brillante es la delicada y cercana reflexión
lucidísima de Ford sobre lo que la literatura es (para él).
En el primero de los textos, titulado ‘Qué
escribimos, por qué lo escribimos y a quién le importa’, nos dice Ford que
“el impulso de escribir o de leer una novela debería ser un impulso salvador”.
A su vez, nos lo cuenta el escritor estadounidense, su compatriota el poeta Philip
Larkin dejó dicho que “una de las razones para escribir es que todos los
libros que existen son de alguna manera insatisfactorios”. Para salvar,
salvarnos y para completar ausencias. Para eso escribimos.
Porque Ford nos habla de la literatura desde
la literatura y con la literatura:
“He aquí una de las
atrayentes presunciones de la literatura: la de ser específica y afrontar a
menudo el reto de poner a prueba la verdad de la sabiduría convencional con
detalles (incluso detalles inventados), y hasta de sustituir la pretendida
sabiduría si la encuentra defectuosa”.
Resulta imponente leerle eso de…
“Quiero que mis
historias, si es posible, afecten a los lectores como la gran literatura me
ha afectado a mí, es decir, que sea el hacha para el mar congelado que
está dentro de nosotros, que sea, como escribió Dürrenmatt, una rebelión
contra la muerte”.
Ford niega que la obligación de los escritores sea
halagar al lector o crear modelos positivos. La obligación de quienes
escribimos es “contar al lector algo que no sabía acerca de un tema que le
interesa, y que una vez que lo conoce, se vuelve esencial”. Ford trata de
representar la especie humana no para hacerse querer “sino para dignificarla
gracias a la insistencia en su humanidad y su complejidad, en su finalidad”.
La literatura es arte, y como el arte que es “se
desarrolla como un acto de libertad”. Aquello que “cuenta la literatura
es vital para nuestra supervivencia”, porque la imaginación que utilizamos
para escribirla nos aporta “información sobre nuestra naturaleza que los otros
órganos de conocimiento no pueden ni se proponen ofrecer”.
En otro de los textos que
componen Flores en las grietas, Richard Ford sentencia que la relación
entre escritor y lector, entre quien escribe y quien lee, se basa en que “el
acto de escribir ficción gira por entero en torno a la autoridad que los
escritores ejercen sobre los lectores”. El autor de Canadá nos trae
las palabras del escritor británico Martin Amis, quien explicaba en su
libro de memorias Experiencia que cuando leemos lo que hacemos es
conversar, incluso quizás discutir con las ficciones literarias.
Ford admite la influencia
que los escritores ejercen entre sí: un literato se deja llevar por lo que
le gusta, admite “que nunca podrá reproducirlo (en realidad, si pudiera, no lo
haría), se siente animado por ello pero finalmente lo que hace es “seguir el
camino en solitario”.
En ‘¿De dónde viene la
escritura?’, el autor de Acción de Gracias nos explica lo que él
hace cuando escribe literatura de ficción:
“Coger
algo poco verosímil o en lo que al menos no haya pensado antes, algo que
sienta como una especie de deseo no expresado, y luego tratar de ver qué
puedo idear, a partir o alrededor de eso, que me interese o me divierta,
con la esperanza de que, al darle sentido mediante palabras, lo haga
interesante e importante para alguien más”.
Los literatos (cuyo
oficio “consiste en ser un buen observador”) quieren transformar la vida en
arte por medio de un acto de creación que no pretende en modo alguno ser un
diseño industrial (algo que, esto lo añado yo, sí busca todo best-seller),
aunque “todos sabemos que las novelas son objetos artificiales y que
parte de nuestro placer estriba en no perder esto de vista”.
Pero conviene no olvidar
que (como escribe el autor en ‘Holgazanear mientras la Musa recarga pilas’)
muchos escritores “escriben como terapia, o (con inquietud) para expresarse,
también “para poner orden en sus larguísimos días, o para escapar de ellos”, o
“por dinero, o porque son obsesivos”. Otros lo hacen “como un grito de ayuda o
como un acto de venganza familiar. Etcétera, etcétera. Son muchas las
razones para escribir mucho”.
Pero Ford no, Ford no escribe por nada de eso, ya nos lo ha explicado. Él escribe porque…
Comentarios
Publicar un comentario
Se eliminarán los comentarios maleducados o emitidos por personas con seudónimos que les oculten.