Grandes esperanzas en la noche fenomenal, Walt Disney lee un cuento a sus hijas antes de la oscuridad y sus maniobras orquestales, hay una delgada línea entre el amor y el odio, canta Chrissie Hynde, yo podría soñar con androides de piel de cordero, con redes embellecidas por un gol huérfano, la historia no se repite, el futuro tampoco…
El Hombre de Flores era una mujer y la Dama de Baza una guerrera embellecida por el pasado herrumbroso: esperamos demasiado de la poesía, quizás, tal vez esa sea la causa de tanta insatisfacción; no olvidemos que la memoria es un monstruo (tú olvidas, ella jamás)…
En la noche fenomenal, Grandes esperanzas, las novelas de Dickens siempre ocultan algo, una moneda de un valor incalculable, como todo el oro de la Tierra, pero dejemos a las hijas de Disney escuchar ese cuento, el cuento del niño que contempló el mar.
¿Cuántas tiendas de campaña caben en el Paseo del Prado? ¿Cuántos hogares ocuparía un alma muerta?
Existe una delgada línea
entre el amor y el odio, y al menos una canción al respecto. Una muestra más de
lo estrecho de las situaciones que vivimos los humanos, ese mundo tan sucinto
que nos alberga y en el que ahora y luego se repelen tan a menudo. No obstante,
hay quien opina que hay grosor, que entre el presente y el pasado y el futuro
hay una dimensión suficientemente impenetrable en la que movernos, una
superficie que nos permite distinguir a quién amar de a quién odiar. Amar y
odiar. Hoy te odio, ayer te amé. Ayer te amaba. Y el asunto es que nunca me ha
pasado, y aunque a mí eso no me ha ocurrido, no sólo lo admito, es que lo
entiendo… más aún, lo comprendo. Soy capaz de comprender que haya quien esté
enamorado de alguien a quien en realidad odia, y entonces lo que le ocurre a
ese alguien es sencillo, el tiempo se lo hace ver claramente, era odio lo que
sentía por ese ser equivocadamente amado. Amor y odio. Canta Chrissie.
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