El escritor Élmer Mendoza nos presenta al detective El Zurdo Mendieta
La quinta novela del escritor mexicano Élmer Mendoza es también la primera con el detective de policía Edgar El Zurdo Mendieta como protagonista: se titula Balas de plata y apareció publicada en 2008. La ciudad de Culiacán es el lugar donde transcurre esa novela, la ciudad natal del propio autor, de nombre tan parecido al de su genial personaje (Élmer/Edgar, Mendoza/Mendieta). He leído ya en tantos sitios lo de que Élmer Mendoza es el padre de la narcoliteratura que no sé si decirlo. Bueno, ya lo he dicho.
Cuando decidí conocer la literatura de Mendoza, sobre todo atraído por las recomendaciones de una gran lectora de novela negra (esta saga lo es, policiaca si se quiere), mi mujer, Marga Barrio, no dudé en comenzar por el principio. Por el principio de la serie de El Zurdo Mendieta. Porque lo mejor suele ser empezar por el principio.
“Bella: imposible describirla”.
Pronto se nos presenta al protagonista (“un policía normal de cuarenta y tres
años que siempre vestía de negro, con tres días sin afeitarse e incapaz de enamorarse”,
un hombre sin familia, cuyo único pariente es su hermano, que vive en Estados Unidos),
y enseguida sabemos de su pasado infantil traumático que le lleva a tener un tratamiento
especializado a cargo del doctor Parra (porque a menudo su “infancia lo apergollaba”):
lo sabemos finamente, con algo de brutalidad, pero finamente. “Quiero que la soledad
me destroce”. Así es Élmer Mendoza, un escritor de categoría capaz de afilar sus
textos a menudo feroces.
“No puedo con mi condición de individuo
abusado”.
“Mendieta entraba en una borrachera suave,
controlada, en la que jamás se consentía recordar salvo que debía rescatarse a sí
mismo. La última vez que se lo permitió no fue a trabajar en una semana”.
“Los asesinos carecen de algo que él
tiene a mares: aptitud para la tristeza”.
Sabemos en Balas de plata que el poli El Zurdo Mendieta abandonó Narcóticos,
de la policía mexicana, y de paso la tentación de enriquecerse encubriendo criminales,
tras haber sufrido dos atentados de los narcos. También que él mismo estuvo a punto
de serlo, un narco.
Abundan aquí esas frases rotundas tan caras a la literatura noir, a la
buena literatura también, sin olvidar que la negra puede serlo: excelente literatura.
La del mexicano lo es.
“Todas las cosas del mundo se pueden
falsificar menos el amor”.
“Las cosas de la vida y las de la muerte
son las mismas, solo que unas suceden a las siete y las otras a las siete y media”.
“Recordó que ningún experto sigue las
evidencias, que en su oficio la verdad siempre está en donde no debe”.
Me atrae enseguida de la lectura de Balas
de plata, su música, la que escucha sobre todo su protagonista: There’s
a kind of hush, de los sesenteros británicos Herman’s Hermits, la versión
de los Rolling Stones de Like a rolling Stone, A little bit me, a little
bit you, de The Monkees, Mi way¸de Frank Sinatra, Questions 67 and
68, de Chicago, un elepé de grandes éxitos de Santana (“que es una estupenda
música para reactivar cualquier mañana”), Daniel, de Elton John, y Reflexions
of my life, de The Marmalade. Aunque también se incluyen errores musicales de
bulto, como decir que The house of the rising Sun la cantaba “el maestro
Hermann” (sic), o que en un bar se oye, y alguien la baila, Under the influence
of love, de Barry White (en realidad, producida por éste, porque quienes la
cantaban eran Love Unlimited), pero quizás el desliz más grueso es hacernos creer
que Mendieta escucha Mr. Tambourine (así la llama, sin la palabra final man)
interpretada por… The Beach Boys.
Es asimismo muy significativa la relación entre la literatura y El Zurdo Mendieta
(que había estudiado Literatura Hispánica en la universidad “porque me gustaba leer”),
de manera que si hay un libro que sobrevuela toda la novela ese es Noticias del
Imperio, la muy exitosa internacionalmente novela histórica del escritor mexicano
Fernando del Paso. El propio protagonista recomienda la lectura de Pedro Páramo
y El llano en llamas, aquellas obras maestras de Juan Rulfo (sus “obras completas”,
como el propio policía se refiere a ellas). Otros libros que viven en la
novela, aunque menos, son uno de cuentos del también mexicano Eduardo Antonio Parra
o El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, y alguno
de Ricardo Piglia que lee alguien en Balas de plata.
La compañera del detective (“un mugroso detective sin grado”, según él mismo, al que unos le dicen comandante, otros teniente, algunos comisario, sin ser ni lo uno ni los otros), su ayudante, también es un personaje de interés, la agente Gris Toledo, que había sido traída a su departamento por Mendieta cuando era ella una simple policía de tráfico porque, según él, “posee una inteligencia espacial que ya quisiéramos la mayoría”. Y de la que enseguida vislumbró su potencial profesional cuando la conoció, porque le puso a él, un policía, una multa de tráfico antes de encararse ella sola y detener a un joven narco.
“De pronto fue presa de una aprehensión
inesperada, detuvo el carro en el malecón Valadés a un lado del club campestre Chapultepec.
Descendió, demudado caminó por la acera. Se detenía. Avanzaba. Volvía a detenerse.
Gris, a prudente distancia, comprendía que algo se estaba quebrando en su interior.
Tres minutos permaneció en ese estado.
Al final miró al cielo y se acercó a su compañera: Agente Toledo, ¿crees en el poder
de los abrazos? Masculló que sí. Pues dame uno muy fuerte porque me está llevando
la chingada”.
¿Todo lo que hacemos los seres humanos no es, finalmente otra cosa que “recordar y morir”?
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