El primer artista que pintó usando ambos ojos.
Aquellas manzanas son bañistas en las colinas
de la vida.
Toda la modernidad humana en tu paleta
naranja y verde y azul y absoluta…
Tierras clásicas en los museos inabarcables, desafío
espléndido, poderío moral.
Jugando a los naipes en la casa de la luz,
desde la oscuridad siniestra hacia donde cada
cosa acaba muriendo
en el monte Santa Victoria.
De tus brochazos brotamos personas o pliegues
de manteles o botellas o paisajes de ocres…
Bodegones, naturalezas muertas, una butaca
roja.
Perspectivas sin un pasado, sin futuro, acuarelas
y óleos, mi alma seducida por un baile detenido.
Ninguno de tus desnudos engaña a los árboles:
Cézanne, al final, la luz, el color, la forma.
Siempre la luz, el color y la forma.
Tu sensible luz misteriosa, tus colores y tus
formas.
Ahora lo comprendo todo: realmente tú, Paul,
fuiste su padre. El padre de todos nosotros.
Cézanne “había mirado a los maestros del pasado para llevar el arte más allá”, me dice en uno de esos libros suyos tan libros Will Gompertz, un experto en explicarnos el arte a quienes el arte nos parece el sueño de los dioses.
“Antes
de Cézanne, después de Cézanne”.
Este artículo comenzaba con una frase del
artista británico David Hockney sobre el Gigante pintor francés fallecido en
1906. Porque Cézanne pintaba usando no sólo sus dos ojos, sino también cuanto
quienes viven el arte, porque lo son en sí mismos, sacan del interior de todo
lo humano para alzarse contra la superficialidad del mundo. Del mundo moderno
de Cézanne o de este mundo posterior al mundo posmoderno en que mis dos ojos
tratan de entender la realidad y los retos de su transformación.
“Uno debe ver la naturaleza como nadie la
haya visto antes”: así era Paul Cézanne.
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