Dos cuentos de Joyce Carol Oates (que) son mucha literatura


La prolífica (y excelente) escritora estadounidense Joyce Carol Oates publicó en 2020 Cardiff, by the Sea: Four Novellas of Suspense, de la cual dos años más tarde ofreció en mi idioma la editorial española Siruela un par de los relatos largos contenidos en aquélla: los (muy) góticos a la par que actuales El legado de Maude Donegal y El hijo superviviente. Brillantísimos ambos. Misterio, thriller, género negro, intriga… ¡Qué más da! Literatura deslumbrante a cargo de una de las principales figuras del arte literario mundial de las últimas décadas. (Dos novelas de misterio es como subtitula Siruela este libro.)

El primero de los relatos, la primera novella contiene, por cierto (y, dicho sea de paso), esta interesantísima reflexión referida a la profesión de su protagonista:

 

“Las mujeres artistas casi nunca sobreviven a su generación, con independencia de su talento y originalidad. Dan igual los premios que reciban sus obras; ni siquiera importa con qué artistas masculinos han tenido algún tipo de relación. En cuanto mueren, su obra comienza a desvanecerse y morir. Clare condena la injusticia y está decidida a ayudar a remediarla”.

 


Su trasunto, el trasunto de El legado de Maude Donegal (Cardiff, by the Sea, su título original) es una herencia, una herencia que recae en una hija adoptada (“desesperada por saber si sus padres están vivos o muertos” que “no recuerda nada de su familia desvanecida” y “sabe mejor que nadie que no conviene refutar la interpretación del pasado de otra persona”):

 

          Cuando eres adoptada, mejor no preguntar por qué.

El mismo hecho de saber que eres adoptada es la respuesta a cualquier pregunta que puedas hacerte sobre tu adopción”.

 

No es del argumento de lo que quiero hablar (como me pasa habitualmente cuando hablo sobre la narrativa que leo), sino del estilo, el trasfondo literario, la argucia artística de la magnífica Oates:

 

“Paisajes, arte. Música. Se puede disfrutar de todo ello sin necesidad de poseerlo.

Al igual que se puede disfrutar de las personas, de los amantes, sin que sean de tu propiedad”.

 


No poseemos la literatura, menos aún la de alta categoría, la disfrutamos a sabiendas de que no es nuestra, de que no nos pertenece, de que, como la de la genial escritora estadounidense, está ahí para nuestro deleite ensimismado. Como si la estuviéramos esperando. Al fin y al cabo, como dice alguien en el largo relato de Oates, “en el arte, incluso lo feo es hermoso de alguna manera, ¿no es así?” (Clare, la protagonista, responde que “cuanto más desafiante y misteriosa sea la fealdad, mayor será la belleza, sí”).

En la localidad de Cardiff-by-the-Sea (donde transcurre la primera de las dos novellas del libro del que vengo hablando) la gente ni olvida ni perdona, “qué amarga sabiduría”. Es un sitio donde “no se puede mirar hacia delante; sólo se puede mirar hacia atrás”. En Cardiff-by-the-Sea “el tiempo es siempre el presente”.

Oates nos cuenta una historia espeluznante (y muy humana, a la vez) llevándonos finalmente a un escenario del pasado: “allí no había ningún Dios”.

Mucho más corta, pero en absoluto más leve, que la primera, El hijo superviviente es otra demostración de poderío literario cuya lectura te mantiene en vilo sin más trucos que el arte de la escritura de Joyce Carol Oates:

 

Los mejores suicidios son los espontáneos, los no planeados, igual que el mejor sexo.

No deberías planificar un suicidio más de lo que planificarías un beso o una carcajada.

 

En realidad, Joyce Carol Oates no tiene obras menores.

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