Los Poemas humanos de César Vallejo (‘carne de llanto, fruta de gemido’)


Poemas humanos
. Menudo título para un libro. Para un libro de poesía. Un libro de versos del poeta peruano César Vallejo. Menudo título y menudo libro. De poesía.

 

“Reanudo mi día de conejo, /mi noche de elefante en                         descanso”.

 

La edición que he leído es la que en 2021 preparara para Galaxia Gutenberg Jordi Doce, quien aclara en una nota preliminar que ese lema, Poemas humanos, “proviene originalmente del título que su viuda Georgette Vallejo y Raúl Porras Barrenechea dieron al libro póstumo del poeta publicado en París en 1939 y que comprendía también los llamados Poemas en prosa, escritos entre 1923 y 1929, y el libro España, aparta de mí este cáliz, que no se incluyen aquí”.

En los Poemas humanos que Vallejo escribió entre octubre de 1931 y noviembre de 1937, poco antes de fallecer, nos dice la poeta española Julieta Valero, “culmina plenamente un proceso cuyo nervio central es la integración, a través del conocimiento vital, del ser del individuo en el ser colectivo”. Valero considera que, “como el pan de cada día, los poemas de César Vallejo siempre parece que acaban de ser escritos y siempre nos requieren desde su ferocidad humana, tan capaz de conjugamos como especie: en ellos, jamás tan cerca arremetió lo lejos”.

 

        “¡Ay, yo, que sólo he nacido solamente!

        con mi derecho soviético y mi gorra.

        Perdonen la tristeza.

        ¡Y lo demás me las pelan!”

 

Sí, ya estoy hilando versos de poemas distintos, pero el caso es que ese es César Vallejo. Así, para empezar.

Le gloso yo, escribo, sí, pequeñísimas exégesis de vértebra filamentosa, y habrá quién diga: ¿pero quién eres tú para hacer eso con la poesía del Insigne Vallejo? No puedo contestar sino que soyyoylomío. Lo mío y yo. Pobre Vallejo, que no le dejan vivir tranquilo…

 

“Los mineros salieron de la mina

calzados de senderos infinitos,

y los ojos de físico llorar,

creadores de la profundidad,

saben, a cielo intermitente de escalera,

bajar mirando para arriba,

saben subir mirando para abajo”.

 

Muchos de los versos, de los poemas de este libro, son para mí absolutamente incomprensibles. Otros no, otros son gozosas lecturas de eso que llamamos poesía para no volvernos locos. Y, algunos, auténticas obras de arte poético, inconmensurables, pura vallejía.

 

        “Pero antes de que se acabe

toda esta dicha, piérdela atajándola,

tómale la medida, por si rebasa tu ademán; rebásala,

ve si cabe tendida en tu extensión.

 

[…]

 

Silbando a tu muerte,

sombrero a la pedrada,

blanco, ladeas a ganar tu batalla de escaleras,

soldado del tallo, filósofo del grano, mecánico del sueño.

(¿Me percibes, animal?

¿me dejo comparar como tamaño?

No respondes y callado me miras

a través de la edad de tu palabra).

 

Ladeando así tu dicha, volverá

a clamarla tu lengua, a despedirla,

dicha tan desgraciada de durar.

Antes, se acabará violentamente,

dentada, pedernalina estampa,

y entonces oirás cómo medito

y entonces tocarás como tu sombra es esta mía desvestida

y entonces olerás cómo he sufrido”.

 

¿Por qué hay tanta muerte siempre en la poesía vital y feroz de la que sangran esas palabras demoradas? (“Cuando yo muera /de vida y no de tiempo”.)

 

        “Ahora vestiríame

de músico por verle,

chocaría con su alma, sobándole el destino con mi mano,

le dejaría tranquilo, ya que es un alma a pausas,

en fin, le dejaría

posiblemente muerto sobre su cuerpo muerto”.

 

“Desgraciadamente, el dolor crece en el mundo a cada rato”, escribe Vallejo en el poema ‘Los nuevos monstruos’: crece en un mundo en el que la mayoría ni nace ni muere. “Tal es la muerte, con su audaz marido”.

 

        “He aquí que caliente, oyente, tierro, sol y luno,

incógnito atravieso el cementerio,

tomo a la izquierda, hiendo

la hierba con un par de endecasílabos,

años de tumba, litros de infinito,

tinta, pluma, ladrillos y perdones.”

 

Morir cuando “mi último hierro dé el son de una víbora que duerme”. El 17 de octubre del año 1937 Vallejo escribe aquello de “así es la vida, detrás del infinito acaban los destinos en bacterias y se debe todo a todos”. Así es la vida. Así es la muerte. Y el infinito.

Llego al extraordinario poema que es ‘Considerando en frío, imparcialmente’, ese canto eterno al ser humano, llamado a la antigua usanza en esos versos ‘hombre’:

 

“Considerando en frío, imparcialmente,

que el hombre es triste, tose y, sin embargo,

se complace en su pecho colorado;

que lo único que hace es componerse

de días;

que es lóbrego mamífero y se peina...

 

Considerando

que el hombre procede suavemente del trabajo

y repercute jefe, suena subordinado;

que el diagrama del tiempo

es constante diorama en sus medallas

y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,

desde lejanos tiempos,

su fórmula famélica de masa...

 

Comprendiendo sin esfuerzo

que el hombre se queda, a veces, pensando,

como queriendo llorar,

y, sujeto a tenderse como objeto,

se hace buen carpintero, suda, mata

y luego canta, almuerza, se abotona...

 

Considerando también

que el hombre es en verdad un animal

y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza...

 

Examinando, en fin,

sus encontradas piezas, su retrete,

su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo...

 

Comprendiendo

que él sabe que le quiero,

que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente...

 

Considerando sus documentos generales

y mirando con lentes aquel certificado

que prueba que nació muy pequeñito...

 

le hago una seña,

viene,

y le doy un abrazo, emocionado.

¡Qué más da! Emocionado... Emocionado...”

 

¡Qué deslumbrante es el orden de las palabras cuando quien las ordena y las esculpe con las manos de su alma es un poeta, ¿verdad?!

 

        “¡Y si después de tantas palabras,

        no sobrevive la palabra!

        ¡Y si después de tanta historia, sucumbimos

        no ya de eternidad,

        sino de esas cosas sencillas, como estar

        en la casa o ponerse a cavilar¡

        ¡Y si luego encontramos,

        de buenas a primeras, que vivimos,

a juzgar por la altura de los astros,

        por el peine y las manchas del pañuelo¡” 

 

 

Y ese irse de Vallejo en vida, en París, que yo traigo ahora en un solo poema (sin versos), aunque él escribiera esto (y más) en dos (poemas) con sus versos versados y versantes:

 

“De todo esto yo soy el único que parte. De este banco me voy, de mis calzones, de mi gran situación, de mis acciones, de mi número hendido parte a parte, de todo esto yo soy el único que parte. Y me alejo de todo, porque todo se queda para hacer la coartada: mi zapato, su ojal, también su lodo y hasta el doblez del codo de mi propia camisa abotonada.

Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo. César Vallejo ha muerto, son testigos los días jueves y los huesos húmeros, la soledad, la lluvia, los caminos…”

 


Él, el poeta, él, el ser humano y su ser humano: “sé que hay una persona que me busca en su mano, día y noche, encontrándome a cada minuto en su calzado, sé que hay una persona compuesta de mis partes”. Sé: lo sabe y lo canta y lo escribe y lo poema y lo canta aquel hombre peruano salido de la nada del otro lado del mundo.

Hay que ver lo que dan de sí 76 poemas.

¿Era poesía aquello de “tengo un miedo terrible de ser un animal de blanca nieve”? Y si lo era, ¿a quién le pertenece el derecho de poder desenfocar la realidad a base de lo que habrá siempre quien lo tenga por arte, por el arte poético? ¿Qué es poesía? (Poesía es el andar de César Vallejo, como cine era el andar de Henry Fonda. El andar con palabras de César Vallejo, ese caminar de sonidos salidos de siglos de almas.)

A la alegría, como si existiera (“quisiera hoy ser feliz de buena gana, / quisiera en sustancia ser dichoso”):

 

        “¡Todo está alegre, menos mi alegría

        y todo, largo, menos mi candor,

        mi incertidumbre!

        A juzgar por la forma, no obstante, voy de frente,

        cojeando antiguamente,

y olvido por mis lágrimas mis ojos (Muy interesante)

y subo hasta mis pies desde mi estrella”.

 

Cómo no gozar de la deslumbrantemente triste/alegre elegía que es el poema ‘Alfonso: estás mirándome, lo veo’: “lo veo desde el plano implacable donde moran lineales los siempre lineales, los jamases; yo sufro, como te digo, dulcemente recordando lo que hubimos sufrido ambos a la muerte de ambos, en la apertura de la doble tumba, en esa otra tumba con tu ser y de esta de caoba con tu estar… Hoy es más diferente todavía, hoy sufro dulce, amargamente, bebo tu sangre en cuanto a Cristo el duro, como tu hueso en cuanto a Cristo el suave, porque te quiero, dos a dos, Alfonso, y casi lo podría decir, eternamente”.

Eternamente.

El surrealismo de vigilia de César Vallejo.

Mira que “nunca dar con el jamás de tanto siempre”: ¡también es mala suerte!

 

“Temblé en mi vaina, colérico, alcalino, parado junto al lúbrico equinoccio, al pie del frío incendio en que me acabo”.

 

En ‘Intensidad y altura’, le leo a César Vallejo “quiero escribir, pero me sale espuma, ¡vámonos, vámonos! Estoy herido, vámonos a beber lo ya bebido”. ‘Intensidad y altura’, el poema del verso aquél de “carne de llanto, fruta de gemido”.

“¡Cuánto catorce ha habido en la existencia!” es tres veces verso en el poema ‘Aniversario’, aquél de “que me brillan los seres que he parido, que no hay nadie en mi tumba, y que me han confundido con mi llanto”.

Me encanta eso de “fraternalmente, piadosamente echadme a los filósofos”, y aquéllo de “en suma, la vida es, implacablemente, imparcialmente horrible, estoy seguro” de su ‘Panteón’. La vida que es, por cierto (‘Dos niños anhelantes’), “cosa bravísima, también fundada, escénica”.

Besarle a alguien “en su Dante, en su Chaplin”: las cosas de Vallejo. Aquellos versos suyos de vaso de vino torturado: tener “sed del vaso, pero no del vino”, dolerle a uno “la suerte mucho”. Poemas humanos sobresalientes, numéricamente en la espuma de la belleza dañada, en la bravura de las ruinas sin sombras.

 

“Ya va a venir el día, ponte el alma… Abstente de ser pobre con los ricos… Ya va a venir el día, ponte el cuerpo.”

 

Esplendido es también el poema ‘Palmas y guitarra’, que empieza con esta estrofa:

 

“Ahora, entre nosotros, aquí,

ven conmigo, trae por la mano a tu cuerpo

y cenemos juntos y pasemos un instante la vida

a dos vidas y dando una parte a nuestra muerte.

Ahora, ven contigo, hazme el favor

de quejarte en mi nombre y a la luz de la noche tenebrosa

en que traes a tu alma de la mano

y huimos en puntillas de nosotros”.

 

Y se cierra con esta otra:

 

“Ahora,

entre nosotros, trae

por la mano a tu dulce personaje

y cenemos juntos y pasemos un instante la vida

a dos vidas y dando una parte a nuestra muerte.

Ahora, ven contigo, hazme el favor

de cantar algo

y de tocar en tu alma, haciendo palmas

¡Hasta cuando volvamos! ¡Hasta entonces!

¡Hasta cuando partamos, despidámonos!”

 

La vitalidad dolorosa del espléndido poema ‘Yuntas’ es literariamente magnífica:

 

“Completamente. Además, ¡vida!

Completamente. Además, ¡muerte!

 

Completamente. Además, ¡todo!

Completamente. Además, ¡nada!

 

Completamente. Además, ¡mundo!

Completamente. Además, ¡polvo!

 

Completamente. Además, ¡Dios!

Completamente. Además, ¡nadie!

 

Completamente. Además, ¡nunca!

Completamente. Además, ¡siempre!

 

Completamente. Además, ¡oro!

Completamente. Además, ¡humo!

 

Completamente. Además, ¡lágrimas!

Completamente. Además, ¡risas!...

 

¡Completamente!”

 

¡Que ningún músico haya cantado nunca este poema gloriosamente musical, sinestésicamente pop! Además. Completamente. Además.

Luce con su hermosa elocuencia ese otro poema que comienza con los versos “ello es que el lugar donde me pongo el pantalón es una casa donde me quito la camisa en altavoz y donde tengo un suelo, un alma, un mapa de mi España”; ese que nos dice que “sufro con gran cuidado, a fin de no gritar o de llorar, ya que los ojos poseen, independientemente de uno, sus pobrezas, quiero decir, su oficio, algo que resbala del alma y cae al alma”; y que acaba con “una gana espantosa de ahogar Lo que ahora siento, como un hombre que soy y que he sufrido”: ese poema. El lugar donde me pongo, el lugar donde te pones, César, que al final vaya si moriste en París, aunque no sé si llover, llovía.

 

        “En suma, no poseo para expresar mi vida,

        sino mi muerte.

César Vallejo, tente pena.

        ¡César Vallejo, te odio con ternura!”

 

Hay sabiduría en los versos del poeta peruano, si no, leerle sólo sería un entretenimiento del alma. Nada más. Y nada menos.

 

        “Embriaguez te sobra, y no hay

tanta locura en la razón, como este

tu raciocinio muscular, y no hay

más racional error que tu experiencia”.

 

Me despido con estos tres versos que pertenecen al último poema del libro, versos escritoe en diciembre del año 1937:

 

“¿Es para eso que morimos tanto?

¿Para sólo morir,

tenemos que morir a cada instante?

 

 

 

[LOS DESCARTES

“Me puede matar perfectamente […] / y padezco sentado borracho en mi ataúd”.

“Y la gallina pone su infinito, uno por uno”.

“¡Lloved, solead […] / concíbase el error, puesto que lloro, […] / desacostumbrar a Dios a ser un hombre, creced […]! / Me llaman. Vuelvo.”

“Walt Whitman tenía un pecho suavísimo y respiraba y nadie sabe lo que él hacía cuando lloraba en su comedor”] 

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