Este artículo es continuación de ‘El terrorismo en el País Vasco (1968-1981): cruzar la línea; por José Antonio Pérez Pérez’.
Después de la Guardia Civil, la Policía fue el cuerpo más golpeado por el terrorismo de ETA. Desde el final de la dictadura la banda puso a sus miembros en el punto de mira e incrementó sus ataques tras la muerte de Franco, sobre todo a lo largo del periodo más sangriento del terrorismo, el que transcurrió entre 1978 y 1980. Para la organización terrorista los policías pasaron también a ser considerados como txakurras a los que era necesario exterminar. La estrategia de ETA fue similar a la que aplicó contra los guardias civiles. Acosados por los terroristas y señalados por su entorno político, el objetivo fundamental de los policías consistió durante aquellos años en proteger a sus familias y protegerse ellos mismos sin levantar sospechas ni facilitar datos que permitieran su identificación en los vecindarios donde convivían con otras personas normales. Ello obligaba a repasar cada movimiento, cada rutina de la vida cotidiana por mínima e intrascendente que pudiera parecer. Y esa función recayó fundamentalmente sobre las mujeres de los agentes.
Aquellas jóvenes se vieron obligadas a llevar
una doble vida, a ser cautas en sus conversaciones, a oír, ver y callar frente
a los comentarios despectivos que escuchaban en las colas de las tiendas sobre
los txakurras, en definitiva, a
mimetizarse en silencio con el entorno hostil que las rodeaba. Se trataba,
fundamentalmente, de no llamar la atención, de ser discretas, casi
invisibles. El cuidado de los detalles, desde los horarios de la vida familiar
hasta el tendido discreto de los uniformes de sus maridos, era fundamental. Su
testimonio constituye un documento de vital importancia para comprender la
extensión del terror y la profundidad que alcanzó el odio contra los miembros
de las Fuerzas de Orden Público destinados en el País Vasco. Como ya se
abordó en el capítulo dedicado a las víctimas de la Guardia Civil, las esposas
de los policías tuvieron que aleccionar a sus hijos de corta edad para evitar
que se descubriera accidentalmente en el colegio o en la calle el verdadero
trabajo de los padres. Eva Pato, una de aquellas jóvenes, cuyo marido
terminaría suicidándose años más tarde, tras el atentado que acabó con la vida
de la hija de un compañero, describe la situación que padecieron durante años.
“Yo directamente tendía la ropa en la bañera. Es
decir, ponía las típicas cuerdas extensibles y cuando traía el uniforme para
lavarlo, yo lo tendía directamente en la bañera, porque si no, tendiese donde
lo tendiese, terminaba viéndose. Y de esa manera no se veía, y si alguna vecina
te preguntaba yo le contestaba: no, es que trabaja en una empresa en Donosti
en las oficinas”.
Sin embargo, todas aquellas precauciones
servían de muy poco cuando los atentados de la organización terrorista se
producían en emboscadas contras las patrullas que circulaban por las calles del
País Vasco. Su objetivo era asesinar al mayor número de agentes y provocar a
los sectores más reaccionarios para desestabilizar la situación del país y
poner en jaque a la joven democracia que trataba se asentarse en España. Tras
uno de aquellos atentados, cometido en la capital vizcaína el 13 de octubre de 1978,
donde la banda asesinó a tres policías, la tensión terminó por estallar. En los
funerales en memoria de los agentes que tuvo lugar al día siguiente las mujeres
de los agentes protagonizaron una protesta contra los mandos y autoridades
presentes, a quienes acusaron abiertamente de no proteger a sus maridos. En un
comunicado publicado en la prensa se decía lo siguiente:
“Asesinan a nuestros hijos, maridos, hermanos y
novios como si de alimañas se trataran. Son cazados como liebres, sin reacción
ciudadana en su defensa. Públicamente son insultados en romerías y fiestas,
incluso en festejos organizados por centros religiosos. [...] Jóvenes esposas,
casadas con guardianes de la seguridad, aguantan resignadamente insultos en
mercados, donde son tachadas de txakurras (‘perros’). Las familias sin
pabellón que han de vivir en pisos particulares tienen que ocultar la profesión
de sus esposos y mentir al vecindario para no delatar el servicio del marido”.
Esta fue la situación de miles de familias que
vivieron durante aquellos años acosadas por el terror. Sobre ello se
trata en el segundo capítulo de este libro, escrito por mí, José Antonio
Pérez Pérez.
[Este libro es, recuerda: Historia y
memoria del terrorismo en el País Vasco (1968-1981)]
[Fotografía: Funeral por el capitán de la Policía Nacional Basilio Altuna, asesinado por ETApm el 6 de septiembre de 1980. Archivo Municipal de Bilbao. Fondo de La Gaceta del Norte]
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