“La música es una manera de pensar el aire, un modo de aprender la vibración que la atmósfera deja en el oído”. Ramón Andrés
El músico y musicólogo español Ramón Andrés defiende el carácter sagrado que desde la noche de los tiempos le fue asignado a la música (“lo intangible y evanescente, lo inalcanzable”):
“La invisibilidad reducida a sonido, a vibración esparcida
por el aire como polen, llevó a los antepasados a establecer una analogía que
invitaba a identificarla con la naturaleza de los dioses, presentes como ella
aunque inaprensibles, revelados pero ocultos, extraños y, sin embargo, dadores
de sentido”.
Hablo brevemente de/con Filosofía y consuelo de la música, el libro de Ramón Andrés publicado este año malhadado por la editorial Acantilado.
La música es
un arte, el de la “continua evocación”. Para aquellos humanos que la crearon
sin saberlo, su origen era divinal pues ese existir suyo “en el solo instante
de su expresión” tenía un destino único: “diluirse para siempre en un
silencio que no procedía del mundo”. Un silencio que hacía regresar a la
música “al lugar de donde había partido, a saber, de los labios de un dios”. La
música nos permite visitar “lo que de originario hay en nosotros”, pues “su
unidad temporal refleja la unidad que fuimos”.
Es más
antigua que la literatura: el sonido conectó con seguridad antes que la
escritura al ser humano con el todo que eran su propia existencia y sus miedos
y sus deseos.
Para Ramón
Andrés —ese es el objeto esencial de su libro, mostrar esa relación—, “una de
las facultades mayores de la música —acaso la más importante—es la de prestar
consuelo”. Es conmovedor leer un pequeño epígrafe de su libro que titula ‘Consuelo
de la música’, uno de cuyos párrafos dice así:
“Una melodía cubre tanto como la tierra. Nos distrae, invoca
no sabemos qué, hace que miremos hacia arriba mientras lo abominable sucede
abajo, a oscuras. Este apartar la vista y fijarla en lo alto consuela. La
música construye altura, fabrica un por encima; en ella suena un
estar a salvo”.
El primer, espontáneo, sistema de comunicación de la humanidad, anterior al habla, fue la mera imitación de los sonidos escuchados a la naturaleza. Según recoge Ramón Andrés, el pensador italiano Emanuele Severino escribió a finales del siglo XX que el ser humano comenzó a reunirse “alrededor de su propio grito”, y “la evocación del grito es la música originaria de los mortales”. Para Severino, el grito habitaría “la casa natal de la palabra”. Por su parte, la pensadora española María Zambrano dejó escrito a mediados de aquello siglo XX que “la música nace cuando el grito se allana, se somete a tiempo y a número, y en lugar de irrumpir en el tiempo se adentra en él”.
Comentarios
Publicar un comentario
Se eliminarán los comentarios maleducados o emitidos por personas con seudónimos que les oculten.