Pensando históricamente (toma once)

Dado que preferimos lo que queremos saber a lo que necesitamos saber, muchas veces cuanto queremos conocer del pasado está ya en nosotros antes de que nos lo expliquen, de tal manera que no nos importa preferir las mentiras.

Leyendo el cuento ‘Poética’, del más reciente libro de Sergi Pàmies (El arte de llevar gabardina), se me ocurre pensar que la Historia pudiera ser considerada como un análisis de sangre, al leer en él: “Como el análisis de sangre que, a partir de una pequeña muestra, explica el pasado, el presente y, quizá, el futuro de un organismo pletórico o moribundo”.

¿Cómo puede volver algo que se extinguió? ¿Puede regresar lo que se difuminó en eso que a veces llamamos pasado? ¿Los acontecimientos pertenecen exclusivamente a un tiempo pretérito? El pasado es cuanto ocurrió: determinar qué hay de él en el hoy es un trabajo esforzadísimo, como bien sabemos los historiadores. Pero lo que acabó no regresa nunca. Detectar sus restos memorables o acuciantes es nuestro trabajo. Nada se repite. Nada regresa. O mejor, nada puede regresar. Lo que ocurrió fue, pasó. Tuvo lugar en un tiempo y un espacio determinados debido a unas causas concretas, y tuvo unas determinadas consecuencias. Y, supusiera o no un cambio ese acontecimiento, ya nada fue igual después. Las permanencias son otra cosa. Por eso es tan importante que la Historia que escribimos los historiadores contraponga las permanencias en el presente y los cambios acaecidos en el pasado. Transformación frente a inmanencia. ¿O nada pasa del todo?

[26 de junio, presentación de Las conspiraciones del 36…, del historiador Roberto Muñoz Bolaños]
HISTORIADORES
Acabo de asistir a la presentación de un libro de mi amigo el historiador Roberto Muñoz Bolaños dedicado a las conspiraciones que dieron al traste con la Segunda República tras provocar la Guerra Civil española. Ha sido un acto magnífico en el que he tenido nuevamente la oportunidad de aprender asuntos que ya conocía y otros que no sabía que sabía e incluso ignoraba, de la mano de tres historiadores de los que nos enorgullecen a los que nos dedicamos a divulgar el conocimiento histórico. Junto a Roberto, la exposición introductoria de Álvaro Soto Carmona y las preguntas que sobre su libro le ha hecho el también catedrático Fernando Puell han logrado reiterarme en la convicción de que la Historia, nuestro oficio de historiadores, sirve para salir de la perplejidad en la que la realidad acaba siempre por sumirnos.

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