La primera novela del extraordinario escritor estadounidense Nathan Hill se tituló The Nix y la publicó en 2016. Yo la he leído en la excelente traducción que hizo de ella a mi idioma Carles Andreu (El Nix) dos años después.
Antes que El Nix yo ya había leído su magnífica segunda novela (Wellness), de la que dejé escrito que es una de las mejores novelas de lo que va de siglo XXI. En El Nix Hill ya construyó, como lo hará en Wellness siete años después (y ya expliqué hablando de ésta) un monumento literario plenamente actual y seguramente clásico (con el paso del tiempo). También aparece ya ese humor impresionante en su debut, ese humor que sabe ser hilarante sin dejar de ser profundamente inteligente y, claro, humano. Muy humano.
Sí, la dos son novelas inconmensurables,
sabias, lúcidas, divertidas, sensibles y ciertas.
El Nix comienza
así:
“De haber sabido
que su madre se marchaba, tal vez Samuel habría prestado más atención. Habría
podido escucharla con más interés, observarla con más detenimiento, anotar
algunos detalles cruciales. Quizá habría sido capaz de comportarse y hablar de
una manera distinta, de ser una persona distinta.
A lo mejor podría
haber sido un hijo por el que valiera la pena quedarse”.
De las relaciones
paterno/maternofiliales. De eso va esta novela genial. No solamente, claro. En
ella encontramos TODO. ¿Todo? Yo me entiendo. Reflexiones sobre los libros, por
ejemplo. Como esta que hace uno de sus singulares personajes, un editor. Sí, un
editor. Qué se le va a hacer. Uno de esos de alto standing que “aprendió
el idioma de los ejecutivos de rango medio, que consistía sobre todo en
convertir nombres absurdos en verbos absurdos: incentivizar, maximizar,
calendarizar, externalizar”.
“Me he dado cuenta
de que los libros no son más que un envoltorio, un recipiente. El error que
comete la gente del mundo del libro es creer que su trabajo consiste en crear
buenos recipientes. Decir que trabajas en el negocio de los libros es como si
un productor de vino dijera que trabaja en el negocio de las botellas. Lo que
en realidad producimos es interés. Un libro no es más que una de las formas que
puede adoptar el interés cuando lo convertimos en algo creciente e influyente”.
¿Cómo te quedas?
Sigo.
¿Qué es el Nix? Un espíritu noruego
de los que pueblan las historias antiguas que se cuentan en aquel país nórdico.
En la novela El Nix un Nix, el Nix, es eso. La moraleja de la historia
del Nix, una de ellas, es que “las cosas que más quieres serán las que más daño
te harán algún día”. Y la novela El Nix, al final, de lo que trata es de
la lucha que sus protagonistas mantienen con el Nix. Por eso es, a su manera,
una fábula. Una fábula portentosa. Estamos hablando de la literatura de Nathan
Hill, afilada, divertida, profunda, hipnótica. Única.
No olvidemos que hay gente como de la
que se habla en un momento determinado en la novela. Esta gente. No son pocos:
“Encendían el
televisor y veían alguna noticia sobre otra maldita crisis humanitaria, otra
maldita guerra en algún lugar dejado de la mano de Dios, y veían imágenes
de personas heridas o de niños hambrientos y sentían una rabia intensa, amarga
¡contra aquellos niños! por invadir y echar a perder el único momento de
tranquilidad, el único rato del que los vecinos disponían en todo el día para
ellos mismos. Se indignaban un poco, porque sus vidas también eran duras y, sin
embargo, nadie los oía quejarse. Todo el mundo tenía problemas, ¿por qué los
demás no resolvían los suyos sin montar tanto escándalo? Por su cuenta. Con un
poco de amor propio. ¿Por qué tenían que involucrar a los demás? Como si los
vecinos pudieran hacer algo. ¡Ni que las guerras civiles fueran culpa suya!”
Porque, ¿de quién son la culpa las
guerras civiles?
Sigamos con la madre del
protagonista, Faye, protagonista ella también, de la novela de Hill, para
quien, “cuando lo único que te queda es el recuerdo de una cosa, sólo eres
capaz de pensar en que la has perdido”.
En El Nix aprendemos cosas,
por eso es un libro maravilloso. Cosas como que la música es inevitable, pero
también aterradora. Y lo sabemos escuchando a uno de sus personajes
tocar el violín. Interpretando el Concierto para violín número 1 de Max
Bruch.
Cosas como que el amor es narcisista. Como dice Faye: “Queremos a los demás porque nos quieren”. O como que “el tiempo cura muchas cosas porque nos sitúa en trayectorias que hacen que el pasado parezca imposible”. Cosas sobre los estadounidenses de ahora (los ciudadanos de un país que a veces creen que se merecen un azote y entonces votan a los republicanos derechistas y a veces quieren que los abracen y entonces votan a los ¿progresistas? demócratas):
“Es un secreto a
voces que el pasatiempo preferido de los estadounidenses ya no es el béisbol,
sino la indignación moral”.
Cosas como que aquello que más
queremos es lo que más nos desfigura (“tal es la codicia que nos provoca”).
Cosas como que “nunca olvidamos las cosas, sólo perdemos el camino para volver
a encontrarlas”. Por eso esta novela es la novela de un recorrido, el de un
doble recorrido, uno de llegada y otro de regreso. Una novela de
desplazamiento. Moral, de conocimiento. El viaje que en definitiva es vivir.
“En
realidad, todo recuerdo es una cicatriz”.
¡Ah! Y en El Nix sale Ginsberg. De hecho, Ginsberg, el poeta estadounidense Allen Ginsberg (“pobre flor muerta. ¿Cuándo olvidaste que eras una flor?”), es uno de sus personajes.
“Cuando parece que
se abre un hueco con forma oval en la multitud, en realidad es porque hay
decenas de personas sentadas. Están contemplando a Allen Ginsberg o
acompañándolo en su «Ommmmmm», mientras él mueve la cabeza y da palmas con el
rostro vuelto hacia arriba, como si estuviera recibiendo mensajes de los
dioses. Para la multitud ansiosa y aterrorizada, sus cánticos tienen un efecto
barbitúrico. En su monotonía, empeño y determinación, son el equivalente verbal
de los brazos cariñosos de una niñera que te quiere de verdad. Los que se unen
a su «Ommmmmm» se sienten mejor con el mundo. Es su armadura, la Sílaba sagrada
y articulada. Nadie osaría atacar a alguien que canta «Ommmmmm» sentado en
el suelo. Nadie osaría gasearlos. […]
Y así, la calma
avanza entre la multitud, en un círculo lento alrededor del poeta, en un
movimiento excéntrico que brota de él como las ondas que rizan el agua, como en
ese poema de Bash que tanto le gusta: la vieja charca, la noche queda, una rana
que salta.
Chof”.
Ginsberg, ladys and gentlemans.
Al fin y al cabo, buena parte de lo
que se nos cuenta en El Nix (escrita a lo largo de diez años) tiene
lugar en el Chicago de 1968, cuando las protestas duramente reprimidas contra
la actuación estadounidense en Vietnam:
“La única cosa
menos popular que la guerra en aquella época era el movimiento de quienes se
oponían a ella”.
El pasado, pasado es. No puede ser
cambiado, pero conocerlo, y esa es una de las enseñanzas básicas (simples, sí)
del debut literario de Nathan Hill, ayuda a entenderlo. También que “la
evolución nada tiene que ver con los valores: no se trata de qué es lo mejor,
sino sólo de qué sobrevive”.
Quizás lo que deberíamos hacer con
nuestras vidas sea intentar vivir el momento, sin permitir que el momento en el
que estamos (ahora mismo, por ejemplo) “pierda su brillo por culpa de las
fantasías sobre lo que debería ser”. Y quizás todo eso no sea un acto más de
cinismo aceptado para sobrevivir a la vida. ¿“Al final, todas las deudas deben
pagarse”?
Como Welness, El Nix (y
su deslumbrante literatura donde sentimos una vez más que “no es necesario que
algo pase para que parezca real”) se cierra con “estoy especialmente en deuda
con los siguientes libros” y la enumeración de los mismos, pero antes…
“Los hechos de
1968 descritos en esta novela proceden de una mezcla de datos históricos,
entrevistas con testigos presenciales y la imaginación, la ignorancia y la
fantasía del autor”.
Aclaración del propio autor: “Nix es
el nombre germánico de un espíritu al cual en Noruega en realidad llaman nøkk”.
Acabo este texto con la última
estrofa del poema de Ginsberg de 1955 que deja a lo largo de toda la novela una
impronta descomunal (‘Sutra del girasol’):
“No somos nuestra piel mugrienta, somos girasoles dorados por dentro, bendecidos por nuestra propia semilla y nuestros cuerpos peludos y desnudos, consumados, que se convierten en elegantes girasoles negros trastornados al anochecer…”
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