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La vida según Philomena Cunk (y Guillermo Jiménez)

Veo el mockumentary, llamémosle falso documental, La vida según Philomena Cunk y, tras descacharrarme durante setenta y un minutos, le leo a mi amigo Guillermo Jiménez en Facebook un post titulado ‘El sentido de la vida’ que pareciera escrito tras saber que yo había visto esta nueva entrega de las movidas hilarantes (y muy meditadas) de Philomena Cunk (ese personaje más inventado que tú y que yo).


Yo ya había disfrutado del antecesor de ese falso documental, el también falso documental La Tierra según Philomena Cunk, así que no es que ya estuviera sobre aviso, sino que esperaba este La vida según… con paciencia y muchísimas ganas.

El británico Cunk on life se estrenó a comienzos de 2025 y, como el anterior, es una creación de Charlie Brooker (creador asimismo de la prestigiosa serie Black mirror), que escribe su guion junto a un largo equipo encabezado por Ben Caudell, Erika Ehler y Charlie George. Dirigido por Al Campbell, Diane Morgan vuelve a ser una perfecta Philomena Cunk inquisitorial y de una simpleza profundamente compleja que sigue avasallando a todos los (verdaderos) expertos a los que abruma nuevamente con sus aparentemente estúpidas preguntas, esta vez sobre lo que la vida es (y cosas así).


Por su parte (vuelvo a él ahora, porque sí), Guillermo Jiménez contaba en ese post suyo en Facebook que “hay personas que pasaron experiencias duras y las convirtieron en libros, como le ocurrió al psiquiatra Víctor Frankl, que escribió su El hombre en busca de sentido después de haber sobrevivido durante tres años en campos de concentración nazi”, y también que, además, “existen libros interesantes como el del sociobiólogo y especialista en hormigas Edward O. Wilson sobre El sentido de la existencia humana, que avisa, informa y educa”. Si bien, continuaba Jiménez, “hay muchos más testimonios del hombre buscando sentido a lo que cree que no lo tiene, como por ejemplo el del científico Jared Diamond en su Armas, gérmenes y acero”, en donde intenta “demostrar o explicar lo injusto que es el mundo occidental moderno y las causas de las desigualdades que perduran y persisten”. Pero claro, “luego está la película de los Monty Python, menos conocida que La vida de Bryan, pero más hilarante, titulada El sentido de la vida”.

Jiménez comenzó a buscar el sentido de la vida entre libros cuando llegó a su adolescencia. Aunque cree que comenzar, comenzó mal, porque convirtió El lobo estepario de Herman Hesse en su vademécum de cabecera, pero cuando, ya adulto, lo volvió a leer (“y Demian, Bajo las ruedas, Siddhartha y más”), reconoce que “la decepción fue tremenda”. Continuó “con Kafka, Alfred Jarry, Pirandello, Henry Ibsen, Camus, Sartre (ahora que caigo, todos hombres porque a Hanna Arendt, Virginia Woolf, Sylvia Plath o Simone de Beauvoir las leí después), Dostoievski, Knut Hamsun, Boris Vian, Cioran (el que decía: Soy un simple accidente ¿por qué tomarme todo en serio?), Schopenhauer (yo creo que el más misógino y negativo de todos ellos, más incluso que Cioran), Kierkegaard, Nietzsche y algún que otro tipo pesimista, cenizo y con ganas de morir antes que de perder la vida”. Todo eso leyó.

 

“De mucho de lo que leí años ha no me enteré, pero dejaron en mí un poso un tanto negativo de la vida. Menos mal que enseguida se me pasó”.

 

Pero Jiménez nos dice que cuando realmente se dio cuenta del sentido de la vida fue un día que se fugó, estando en 1º de BUP, con cuatro o cinco colegas y… Pero le dejo a él que siga contándolo:

 

“Nos dio por meternos en unos tubos de conducción de una obra que estaba cerca de los Salesianos [de Mérida], a la altura de donde estuvo el restaurante Quini, al lado de una gasolinera. Nos tuvimos que agachar, ponernos en fila e ir arrastrándonos. No sé a quién se le ocurrió meterse en ese pasadizo tan estrecho y oscuro: a mí no. Yo fui de los torpes (mejor torpe que cobarde) que los siguió. De los siete u ocho que íbamos yo me coloqué por la mitad”.

 


Sigue Jiménez narrando semejante riesgo torpe y loco: nos dice que tras recorrer “diez o doce metros tubo adentro”, el primero de ellos se quedó atascado (“sólo de recordarlo para escribirlo me entran escalofríos” y quiso de repente “ir marcha atrás”, algo que “se lo impedía el que iba detrás de él y así uno tras otro”. Que fue agobiante, nos cuenta, que no podían salir “y encima los últimos empujaban para que siguiéramos adelante”, mientras “los del medio estábamos cada vez más apretujados entre los de delante que se iban agobiando y gritando desesperados y los de atrás que no se enteraban de lo que pasaba”. Tras el pánico (enorme), sin saber cómo acabaron por salir del atolladero, justo cuando notaban que les faltaba el aire:

 

“Aquí sí que vi el sentido de la vida, no entre tanta tontería de libros existencialistas, ateos, pesimistas, llenos de tíos tristones que seguro que no habían visto la película de los Monte Python porque aún no la habían inventado. Y es que parece que no, pero uno cree que sólo el humor nos salvará”.

 


Volvamos  (y despidamos ya) a Philomena Cunk, esa conductora de un sarcástico documental que, como leo en FilmAffinity, “frustra a filósofos y eruditos con su afán por desentrañar el significado de la vida”. De La vida según Philomena Cunk se me ocurre decir, con Guillermo Jiménez, y para concluir, que sólo el humor nos salvará sólo el humor nos salvará sólo el humor nos salvará sólo el humor nos salvará sólo el humor nos salvará sólo el humor nos salvará…

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