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Noemí Sabugal y la playa de Los Locos (en Suances)


En el libro Laberinto mar: un viaje por la vida y la historia de nuestras costas, la escritora Noemí Sabugal nos traslada en dos ocasiones al pueblo de mi madre, Suances: en la primera de ellas, el protagonista es otro escritor, Miguel Delibes, y sobre aquella anécdota ya he escrito antes aquí; en la segunda oportunidad, el ámbito de esa visita es la maravillosa playa de Los Locos.

 

“El sol parecía un gran globo blanco sobre el mar la tarde de noviembre en la que conocí la playa de los Locos, en Suances, Cantabria”.

 

Sabugal llegaba a la playa tras reunirse con los alumnos y alumnas del instituto Marqués de Santillana, de la cercana ciudad de Torrelavega. Y nos cuenta que volvió trece meses después, ya en enero, cuando “las mareas del invierno habían arrojado muchos troncos de árboles”, troncos que “eran como huesos humanos, blancos y redondeados” a los cuales “el mar los había empujado contra los cantos rodados que se aprietan en la base del acantilado que fortifica la playa”.


Cuando sube la marea, Los Locos queda cubierta completamente por el mar y aquel día de enero “había tanta niebla que apenas se veía el mar, el horizonte no existía” “y “las nubes se fueron retirando como capas de hojaldre y el mar surgió crecido, inmenso”.

Nos cuenta Sabugal que “en otras playas el mar parece estar a tus pies, en ésta es un muro de agua alzado frente a ti”. También que “la playa de los Locos es una de esas playas cantábricas de espuma batida y acantilados como un mordisco”.

La autora de Laberinto mar especula con el origen del nombre de la playa, ayudándose de lo que la dicen en el área de Turismo del Ayuntamiento de Suances: playa de la Garrera es como se nombraba a Los Locos en las cartas náuticas. Lo que no se nos aclara es si sigue teniendo esa denominación en ese tipo de mapas. El caso es que “se ha quedado con el que le pusieron desde que, a mediados del siglo pasado, un hospital psiquiátrico empezó a traer de excursión a sus pacientes”, debido a lo complicado que les resultaría a éstos escaparse de ella, tan cerrada.


Sabugal nos recuerda que la escritora Elena Soriano “se inspiró en ella para una novela que tardó treinta años en publicarse” porque “la censura franquista consideró que aquella historia sobre una mujer locamente enamorada, que regresa a la playa de los Locos para rememorar al amor perdido, a ese hombre que conoció aquí siendo joven, no resultaba sana para sus lectores”. La novela se titulaba La playa de Los Locos. Leerla da muchas pistas sobre por qué los censores de entonces (de cuando la dictadura del general Franco imposibilitaba cualquier atisbo de libertad) consideraban que los españoles no podían ni debían acercarse a sus páginas: “desde la propia protagonista, mujer inteligentísima y cuyas consideraciones sobre las relaciones entre hombres y mujeres consideraríamos hoy feministas, hasta algunas alusiones al tema político y a los muertos durante la Guerra Civil, pasando por un suave erotismo que está por todas partes”. La autora de Laberinto mar imagina “que no les gustó nada a aquellos censores la escena en la que a la protagonista se le rompe un tirante del bañador en la playa de Los Locos pero, absorta en el disfrute del mar, no se preocupa y sigue nadando con un pecho fuera. Ese pecho que, tal vez sí, tal vez no, será visto por el chico que la observa desde la orilla y del que se enamorará”.

Yo he disfrutado docenas de veces de (y en) la playa de Los Locos, también leyendo la novela de Elena Soriano y Laberinto mar.

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