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Lo (poco) que podemos hacer los historiadores


En el artículo ‘Desnacionalizar la historia’, escrito por la historiadora Mercedes García-Arenal y publicado el 4 de septiembre de 2024 en Revista de Libros (dedicado a glosar encomiablemente dos libros de ese mismo año: España diversa. Claves de una historia plural, de Eduardo Manzano Moreno; y Nous avons tous la même histoire. Les défis de l´identité, de Jean-Fréderic Schaub), encuentro reflexiones muy convenientes sobre la naturaleza de esa disciplina académica con rigor científico a la que llamamos Historia (muy similares a las que constaté en mi libro La Historia: el relato del pasado, publicado en 2020). Reproduzco a continuación un extracto de dicho artículo en el que García-Arenal se pregunta y se responde para qué sirve la Historia.

 


“No es tarea fácil desnacionalizar la historia; requiere una valentía de la que dan prueba los dos autores reseñados. Manzano relata cómo uno de los inventores del nacionalismo vasco, Telesforo Monzón, afirmaba que a él no le interesaba la «historia auténtica» sino la poesía histórica capaz de crear una «conciencia nacional». Y es que los fríos datos históricos, en efecto, son inservibles para escribir la épica que atiza los sentimientos nacionalistas inasequibles a cualquier discusión racional sobre el pasado: «Cuando los historiadores intentamos desmontar minuciosamente los mitos nacionalistas con esos datos históricos, por lo general solo recibimos el desdén altivo de esos políticos y activistas que responden que tales evidencias son únicamente carne de erudición para eternas discusiones académicas» (p. 427). Poco parece, pues, lo que podemos hacer los historiadores. Y es que, ¿para qué sirve la historia?

[…]

Los historiadores corremos el riesgo de convertirnos en irrelevantes si caemos en la trampa de ser los guardianes de identidades monolíticas, si no sabemos percibir y explicar la diversidad que recorre tanto las sociedades actuales como las del pasado. Para eso sirve la historia”.

 

Me interesa especialmente, también, aquello que García-Arenal admite y considera un lastre sustancial para que lo que hacemos los historiadores tenga la finalidad de eficiencia que uno espera de toda ciencia, sea social o no: admite que los historiadores españoles no solemos escribir libros como el de Manzano (que demuestra “que la diversidad es una característica de larga duración en la historia de la península ibérica, un territorio plural lingüística, cultural y políticamente; que los intentos realizados en diversas épocas por parte del poder político y de otras instancias por conseguir un territorio y una sociedad homogéneos no han tenido nunca un éxito total y que, por el contrario, han creado más conflicto del que pretendían suprimir”), que no crea enemigos dialécticos con los que combatir, sino, por el contrario, evalúa, “cuando surgen, las polémicas y los debates en un ejercicio riguroso de práctica profesional, en un intento equilibrado y matizado de explicación de las dificultades que están detrás de esas polémicas”; también constata García-Arenal que a la mayoría le “resulta casi imposible escribir sin notas al pie de página”, ni les “apetece hacer el esfuerzo de encontrar otros lectores, a sabiendas de que ese esfuerzo chocará con vivos antagonismos” y no les ganará el aprecio de sus alumnos o de sus colegas, que es para quienes escriben.

Porque los historiadores no deberían escribir para sus colegas, ni siquiera para sus alumnos. Los historiadores deberían escribir para la sociedad civil. Lo repito mucho.

Despido este artículo con algunas de las palabras que el propio Manzano (“el pasado no ocurrió con la obligación de producir el presente”) emplea para hablar respecto del pasado y el presente:

 

“Las condiciones y expectativas que marcaron la existencia de las gentes del pasado nada tienen que ver con las nuestras, e intentar convencer a la ciudadanía de que somos los mismos que aquellos que vivieron en otros tiempos, es irresponsabilidad y falta de deontología profesional”.

 

En efecto, como sentencia García-Arenal, “necesitamos más conocimiento y menos emotividad identitaria”. Menos emotividad identitaria de cualquier tipo. No solamente la nacionalista.

                                                                                            [arte de Juan Cossío]

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