Año 2023, 8 de junio, al anochecer. Madrid, Real
Jardín Botánico Alfonso XIII de la Universidad Complutense. Como esperábamos y
casi sabíamos, comienza a llover. Estamos sentados preparados para la inminente
salida al escenario del principal ser vivo en el planeta Tierra dedicado (absolutamente),
durante los últimos seis decenios, a la creación cultural. Yo sé que va a
interpretar completo el disco suyo de hace tres años que no me gustó
absolutamente nada (ese de las maneras rudas y pendencieras) y
a versionear como suele alguna, dos, tres, cuatro… de esos temas de su repertorio,
un conjunto de canciones contra el que nadie en su sano juicio que se dedique
hoy en día a la música sería capaz de competir. Y no me importa. Demasiado. La
lluvia permanece y él y su banda ya suenan en estas Noches del Botánico a las
que solemos acudir año tras año desde hace varios Marga y yo. Marga está más ilusionada
que yo. Que ya es decir. Dios esboza esos cantos verdaderamente humanos como si
estuviera rindiendo cuentas ante los miles de humanos que estamos entregados a
preservar su legado en nuestras almas. Dios es, a su manera avergonzada y nada
autoritaria, más bien poderosamente musical y literaria, Bob Dylan. Tiene 82
años, siete menos que mi madre, veintidós más que yo. 82 años vivo, la mayoría
de ellos imaginando cómo es la realidad para cantárnosla como si quienes la
cantáramos fuéramos nosotros.
Sentado al piano, Dylan se acompaña de Tony Garnier al
bajo, Charley Drayton a la batería, Bob Britt y Doug Lancio a las guitarras y
Donnie Herron al pedal steel, al violín y a la mandolina.
Dos horas más tarde, puede que algo menos, Bob, que ya tiene algunos problemas perceptibles de movilidad, se levanta, saluda junto a su banda, agradece lánguidamente y se va. Seguiremos esperando el milagro. Yo, por lo menos, me conformo con haberle tenido cerca haciendo una de las mejores cosas que sabe hacer, interpretar esa música suya que no contiene sólo multitudes, que alberga en su interior a toda la humanidad. La otra cosa que mejor hace, deberías saberlo, es componer canciones. Marga está entusiasmada, hay mucho de epifanía a su alrededor. Y en ella.
Y todo sin móviles. El único móvil era nuestra razón de ser y estar aquella noche frente al mito que nunca quiso ser más que un cantante que compone sus propias canciones.
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