Tintín y la historia real (primera entrega); por Ángel Rodríguez Cardona


En un muy lejano 1929 hacía su primera aparición un personaje imprescindible no sólo para los amantes del cómic sino para varias generaciones de jóvenes a los que acompañó durante su adolescencia. Pero hay que ser más justo con Tintín y su impregnación social, añadiendo que no sólo nos acompañó en nuestra adolescencia sino que ha estado al lado de muchos de nosotros durante toda nuestra vida.

Y ¿cuál es la razón de este éxito que trasciende edades y fronteras? No hay una sola: la atractiva limpieza de trazo −la famosa línea clara−, el dinamismo de sus aventuras, la singularidad de sus personajes, el realismo distante reflejado o su conexión con la historia real podrían ser algunos de los motivos, que no todos.

En esta serie vamos a comentar brevemente los vínculos que mantienen los álbumes de Georges Remi (Hergé) con los acontecimientos históricos plasmados o involucrados en las peripecias que relatan.

 

Tintín en el país de los Soviets


Aunque había comenzado a publicarse por entregas un año antes, en 1930 se edita el primero de los álbumes, Tintín en el país de los Soviets. En esta época Stalin, que ocupaba el cargo todopoderoso de secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, reemplazó la política económica existente por una economía planificada quinquenalmente consiguiendo una rápida industrialización y colectivización económica en el campo. Pero como resultado de los cambios económicos, sociales y políticos de entonces, millones de personas fueron enviadas a campos de trabajo o deportadas a zonas remotas de la Unión Soviética. La agitación en el sector agrícola interrumpió la producción de alimentos a principios de 1930, lo que contribuyó a la desastrosa hambruna del bienio 1932-1933. Tomando como inspiración el libro Moscou san voiles de Joseph Douillet y bajo los auspicios del periódico Le XXe Siècle, de corte católico, donde semana a semana publicaba sus entregas, Hergé retrataba el tema de la colectivización, la agitación social, la omnipresente policía secreta (la GPU), la manipulación de las elecciones o los asesinatos del régimen.

En el álbum se describe cómo la condición de periodista de Tintín le pone rápidamente en el punto de mira de las autoridades comunistas, presentando bajo su prisma, a veces con acierto y otras manteniendo la sesgada visión conservadora, las vicisitudes por las que pasa nuestro reportero viñeta tras viñeta.

 

Tintín en el Congo

La siguiente aventura de Tintín se iba a desarrollar en África. El álbum Tintín en el Congo fue publicado en 1931, aunque conoció una segunda versión de 1946 casi totalmente redibujada y a todo color que es la que llegó a España. Esta obra ha sido frecuentemente objeto de polémica por reflejar una visión colonialista y racista. La idea de que tuviera como escenario el Congo belga correspondió al director del diario Le XXe Siècle y protector de Hergé, el abate Norbert Wallez, cuya finalidad era –como en el álbum anterior– netamente propagandística con el fin de suscitar vocaciones coloniales. El mismo Hergé reconocía en una entrevista:

 


“Con el Congo, igual que con Tintín en el país de los Soviets, ocurre que me alimentaba de los prejuicios del medio en el que vivía… Estábamos en la década de 1930. No sabía de ese país más que lo que la gente contaba en aquella época: “Los negros son niños grandes, menos mal que estamos nosotros allí”, etc. Y yo dibujé a esos africanos siguiendo aquellos criterios, dentro del más puro espíritu paternalista que era el de la época en Bélgica”.

 

En aquellos años, el antiguo Zaire y actual República Democrática del Congo, era una colonia unas ochenta veces mayor que Bélgica que se mantuvo bajo la administración del estado europeo durante el periodo 1908-1960, aunque desde 1885 había sido un territorio propiedad privada del rey Leopoldo II, cuya tutela había sido de brutalidad y terror, acompañada de una explotación sistemática e indiscriminada de sus recursos naturales. La administración belga se caracterizó por un colonialismo de corte paternalista, el sistema de enseñanza fue dominado por la Iglesia católica, y socialmente se practicó un cierto apartheid con numerosas limitaciones y restricciones sobre los nativos.

En el álbum de Tintín se reflejan los prejuicios que los europeos tenían sobre su visión de los nativos, que aparecen como niños grandes, ignorantes, holgazanes y supersticiosos, mientras que el hombre blanco se muestra ahogado por los tópicos y la nostalgia. Las escenas de caza son también tremendamente feroces, tanto es así que en sucesivas reediciones se fueron suavizando la mayor parte de ellas. A pesar de todo ello, el dibujo se hace más concreto y el dinamismo aventurero sigue una línea argumental básica aunque elocuente. El asunto del tráfico de diamantes propiciado por Al Capone que está en el núcleo de la aventura es el que servirá de nexo para enlazar con el siguiente álbum.

 

Tintín en América


En 1932 ve la luz Tintín en América, que se reedita en colores en 1945, aunque en esta ocasión no hay excesivos cambios entre ambas ediciones. Hergé se sirve del libro Scènes de la vie future de Georges Duhamel y de la revista satírica Le Crapouillot para situar la vida en la América de la época. Al Capone (1899-1947) en los años veinte dirigía el hampa de Chicago que explotaba la prostitución, el juego ilegal y el tráfico de alcohol, especialmente durante la época de la llamada Ley Seca. Y nuestro héroe debe enfrentarse con él, además de con otros gánsteres y matones en la primera parte del álbum.

Sólo en la segunda parte hacen su aparición los indios, de los que el autor era un apasionado desde sus tiempos jóvenes como boy scout. Persiguiendo a uno de los cabecillas de las bandas, Tintín se desplaza al Far West, la tierra de los indios. La descripción que Hergé hace de ellos es bastante precisa en lo esencial. Sus vestidos y adornos se reproducen con escrupulosa minuciosidad. Además, muestra un profundo respeto por su cultura, por esos hombres orgullosos pero explotados por el rostro pálido, muy próximo a la visión actual. Las viñetas en las que muestra el descubrimiento casual de petróleo en territorio indio, la consiguiente expropiación de sus tierras bayoneta en mano y la vertiginosa construcción de una ciudad son realmente sobrecogedoras.

Aunque inicialmente Hergé plasmara en sus álbumes una gran ingenuidad política, empieza a mostrarse –lo que será ya una constante en su obra– como un incansable defensor de los débiles y las minorías, No en vano, el creador de Tintín creía firmemente en la justicia y la igualdad, rechazando al mismo tiempo el comunismo y el capitalismo exacerbado.

 

Los cigarros del faraón

En 1934 Tintín decide tomarse unas vacaciones en las que se verá envuelto en nuevas aventuras. El álbum Los cigarros del faraón traslada al reportero a Egipto, Arabia y la India. En él, Hergé alcanza la mayoría de edad en el desarrollo de la historia y en la complejidad de la trama que mezcla lo exótico con aventuras detectivescas de misterio y suspense, convirtiéndole en el primero de los álbumes que marcarán la definitiva historia del personaje. En 1955 fue redibujado y publicado en color.

Su argumento está claramente influido por los descubrimientos arqueológicos de la época que venían fascinando a la gente desde el hallazgo en 1922 por Howard Carter de la tumba del faraón Tutankhamon. Al mismo tiempo introduce como elemento que da continuidad a la historia un delito contemporáneo: el tráfico de drogas. Pero para enriquecer la trama no duda Hergé en incorporar secuencias o personajes que toma de los noticiarios de la época: la ayuda que le brinda al héroe al encontrarle perdido en alta mar un marino inspirado en el aventurero francés Henry de Montfreid (1879-1974), escritor a la par que contrabandista y traficante de armas; un magnate de cine hollywoodense –que introduce al personaje Rastapopulos que rueda con un protagonista inspirado en el Rodolfo Valentino (1895-1926) una película que rememora la famosa El Jeque (1921); los dibujos y motivos egipcios de la pirámide que encuentra Tintín; el símbolo del faraón Ki-Osk tomado del Yin y el Yang que descubrió en la portada de un libro de uno de sus escritores favoritos, el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung (1875-1961); sus peripecias cerca de La Meca –Yabecca en el libro– durante la época convulsa de la creación de Arabia Saudí; el avión en el que huye el protagonista es un De Havilland DH-80 Push Moth de 1929 que Hergé dibuja a partir del perteneciente al rey de Arabia Saudí Faisal (1905-1975, reinó entre 1964 y 1975, pero que ya pilotaba a sus 24 años) reproducido por la prensa, etc.


La segunda parte del álbum se desarrolla en la India, que en aquella época estaba todavía bajo el control británico. Hergé la retrata a la perfección, muebles, decorados, personajes contribuyen de manera muy eficaz a crear esa atmósfera colonial. El libro aquí deja sus secuencias trepidantes de la primera parte para entrar en una narración rica en misterio y drama. El encuentro con el Maharajá de Rawajpurtalah, una clara referencia al Maharajá de Kapurthala (capital del principado del mismo nombre en la India Británica); el faquir asesino con su jugo de Radjaidjah, “el veneno que vuelve loco”; la aparición de una sociedad secreta tapadera de una organización delictiva como sucede habitualmente en la realidad… son algunos de los personajes y tramas que dan efectividad y dinamismo a esta ´segunda mitad.

 

El loto azul


Los cigarros del faraón
 es el primer álbum que no es autoconclusivo sino que continúa en el siguiente, el fantástico El loto azul, editado en 1936 y redibujado y coloreado diez años después.

En este caso Hergé se documenta a fondo: el libro de André Malraux La condición humana (1933); las influencias de la prensa, en la que China incrementaba su presencia poco a poco con numerosos artículos sobre Manchuria y Shanghái; el libro Von China und Chinesen (1930), de Heinz von Perckhammer, etc. Pero sobre todo, nuestro autor recibe información de primera mano por parte de Zhang Chongren, un estudiante de escultura de la Academia de Bellas Artes de Bruselas oriundo de Shanghái. Es el comienzo de una gran amistad entre ambos que duraría hasta la muerte de Hergé, y que queda retratada en el álbum a través del personaje del joven Tchang Tchong-Jen, que salva a Tintín de morir ahogado en el río, y al que también nuestro héroe rescata en varias ocasiones, amistad que incluso se refleja en otro álbum muy posterior Tintín en el Tíbet, del que hablaremos en otra entrega.

El loto azul destaca por la visión precisa y verídica de la política. Eran tiempos ya posteriores a las Guerras del Opio, cuando las potencias extranjeras campaban a sus anchas en Shanghái, tras obtener derechos extraterritoriales con los llamados tratados desiguales. Las ambiciones imperialistas y subversivas de los japoneses son plasmadas con mucho acierto por Hergé en varios momentos: el incidente de la línea ferroviaria Shanghái-Nankín es un trasfondo del verídico ocurrido en Mukden (Manchuria) en septiembre de 1931 en el que los nipones sabotean la vía para cargar con las culpas a los chinos y así justificar una intervención militar por parte de Tokio; el abandono de la Sociedad de Naciones por parte de los diplomáticos chinos quince meses después que intentaban sin éxito justificar la invasión o la connivencia entre algunos jefes de la concesión internacional de Shangai −que tenía su propia jurisdicción y fuerza policial− con las tropas ocupantes…

Y el opio. El tráfico y los fumaderos de opio son el leitmotiv del argumento, Tintín trata de desmantelar una banda internacional de traficantes de opio, compinchada con los ocupantes japoneses y británicos asentados en Shanghái. Aunque esta sustancia ya era cultivada en China en el siglo XV, el gobierno imperial chino al observar los problemas de salud y sociales vinculados con su consumo generalizado, lo prohibió en 1829. Pero el empuje económico de los británicos que veían en esta sustancia un gran potencial mercantil condujo a su tráfico clandestino que Hergé representa con gran acierto, así como el ambiente y la estética de los fumaderos, uno de los cuales presta su nombre al título del álbum.

 

La oreja rota


Y cerrando la primera entrega de esta serie dedicada a las aventuras de Tintín nos encontramos con La oreja rota, editado en 1937 y redibujado y coloreado seis años después.

El decorado de la historia corresponde a la guerra entre San Teodoro y Nuevo Rico por culpa del petróleo, lo que es en raelidad un retrato de la Guerra del Chaco que enfrentó a Paraguay y Bolivia de 1932 a 1935. Se trata de una historia policíaca originada por el robo de una estatuilla, el llamado fetiche arumbaya inspirado en la figurilla de madera procedente de la cultura chimú que está expuesta en el Museo del Cincuentenario de Arte e Historia de Bruselas.

Las compañías británica y americana que pugnaban por el petróleo apoyando a Paraguay y Bolivia, respectivamente, también tienen su hueco en esta historieta de Tintín. E incluso un conocido traficante de armas Basil Zaharoff (1849-1936) tiene su alter ego en el personaje de Mazaroff/Bazaroff, que conserva además íntegramente su aspecto físico, encargado de la venta de armamento variado y munición a los dos países.

Las dictaduras militares sudamericanas también son evocadas satíricamente en el álbum, la república de San Teodoro con sus 49 cabos y 3.487 coroneles, al mando de los cuales está el general Alcázar unas veces o su oponente el general Tapioca.

Y por último los indígenas de la ficción, los arumbayas, una tribu que habita a orillas del río Badurayal y que se disputa el territorio con los bíbaros −obviamente inspirados en los jíbaros−, para los que de nuevo Hergé recoge la información de la prensa internacional.

 

Hasta aquí hemos intentado revisar acorde con la realidad de la época, los primeros álbumes de este personaje universal que aunque ha cumplido más de 80 años se mantiene más joven que nunca.

 

[Este texto de Ángel Rodríguez Cardona apareció por vez primera publicado el 26 de noviembre de 2014 en la revista Anatomía de la Historia, que yo dirigí.]

 

Continúa en Tintín y la historia real (segunda entrega)

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