Miguel de Cervantes, escritor genial a tiempo completo; por Jesús Hurtado Bodelón
Durante los siglos XVI y XVII la literatura en español experimenta un desarrollo vertiginoso y una acumulación de autores y obras de notabilísima –cuando no magistral– calidad. Una rápida y nada exhaustiva enumeración (La Celestina, si la incluimos ahora, el Lazarillo, Garcilaso, Fray Luis, Herrera, Cervantes, Lope, Quevedo, Góngora, Calderón, etc., etc.) nos indica que estamos en una época de creación sin par. Siglo de Oro es el término acuñado para tan fructífera etapa cuyos inicios están sujetos a dudas (1499, 1ª edición de La Celestina conservada; 1514, publicación de la Biblia políglota de Cisneros; 1517, llegada al trono de Carlos I; 1526, entrevista entre Juan Boscán y Andrea Navaggiero…) pero cuyo final suele situarse unánimemente en el año de la muerte de Calderón de la Barca (1681). Un periodo áureo de más de cien años: el siglo del Renacimiento y el siglo del Barroco.
Miguel de
Cervantes, su vida
Miguel de Cervantes Saavedra nace, a juicio de la
mayoría de estudiosos, en Alcalá de Henares en 1547. Poco se sabe de su
infancia y juventud. Su padre era el cirujano Rodrigo de Cervantes (el oficio
de cirujano no estaba, como ahora, prestigiado, ni muchísimo menos). De su
madre, Leonor de Cortinas, nada sabemos. Para mejorar la situación económica,
su padre se traslada a diversas ciudades: Córdoba, Valladolid, Sevilla, etc. En
alguno de estos viajes, su familia lo acompaña.
Se ha hablado de la naturaleza judeoconversa de
nuestro autor, pero nada hay definitivo. Pronto lo vemos en Italia adonde llega
con apenas 20 años. La razón de su temprana salida de España está poco clara.
Quizás tenga que ver una orden de destierro que se dictó contra un tal Miguel
de Cervantes en 1569 por haber herido en duelo a otro tal Antonio de Sigura. Ya
en Italia entra al servicio del cardenal Giulio Acquaviva (1546-1574), al cual
sigue por numerosas ciudades: Roma, Florencia, Milán… En 1570 se hace soldado e
interviene en la batalla de Lepanto (1571), en donde es herido, según sus propias
palabras, en “la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece
fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta
ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”.
De regreso a España, es capturado por los piratas
berberiscos cuando las costas catalanas estaban a la vista y es enviado a
Argel. Las cartas de recomendación que llevaba por su buen comportamiento en
batalla hacen creer a los piratas que es persona importante y que pueden sacar
apetecible rescate. Pero su familia es incapaz de costear lo que se pide y
permanece “cinco (años) y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en
las adversidades”. Tras varios intentos de fuga que darían para otras tantas
novelas, los frailes trinitarios consiguen rescatarlo. De vuelta a España
persigue sin éxito algún oficio que lo saque de la penuria; incluso en un memorial
donde ensalza los servicios prestados a la corona, solicita pasar a las Indias
para ocupar algún oficio de los que están vacantes. El mismo rey le contesta:
“Busque por acá en que se le haga merced”, es decir, búsquese la vida.
No sin esfuerzo, publica en 1585 su primera novela, La Galatea,
de género pastoril y de menos que escaso éxito.
Hacia 1587 consigue el cargo de abastecedor para la
Armada Invencible y de recaudador de impuestos, oficios muy estupendos que lo
llevan desde Madrid a Andalucía a través de esos campos y ventas manchegos. Son
años de penurias y sinsabores pero que le permiten entrar en contacto con la
variada gente de los caminos. Cervantes tiene mala suerte y da con sus huesos
en la cárcel en varias ocasiones. Según él mismo manifiesta, es en su estancia
en la prisión de Sevilla (1594) donde comienza a elaborar El Quijote,
quizás concebida en origen como novela corta. Por esta época escribe algunas de
las novelas y comedias que sacará en 1613 y 1615 respectivamente. En 1604 lo
vemos en Valladolid, donde se había establecido la corte. Desgraciados asuntos
familiares lo persiguen: delante de su casa es herido don Gaspar de Ezpeleta y
su familia (él y dos hermanas y su hija natural, llamadas las Cervantas)
es detenida. Publicado El Quijote, en 1606 lo vemos ya en Madrid,
adonde se había vuelto a trasladar la corte. Gracias al éxito de esta novela,
su nombre ya es conocido y, aun con penurias, decide centrarse exclusivamente
en su obra literaria y, así, en estos años publicará casi toda su producción.
Muere, en fin, el 23 de abril de 1616 y se le entierra en el convento
trinitario sito en la actual calle de Lope de Vega.
El retrato más conocido atribuido a Cervantes está
colgado en la Real Academia Española, pintado, según reza, por Juan de Jáuregui
en 1600. Sin embargo, la descripción más fiable del Manco de Lepanto corresponde
a su propia pluma, inserta en el prólogo de sus Novelas Ejemplares:
“Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello
castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque
bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de
oro, los bigotes grandes, la boca pequeña […], la color viva, antes blanca que
morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el
rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de
la Mancha”.
Obra poética y
dramática
Es lugar común citar la opinión que de sí mismo tenía
Cervantes como poeta: “…tengo de poeta la gracia que no quiso darme el cielo”,
decía en el Viaje del Parnaso. Y es, efectivamente, la
faceta menos valorada del genial escritor. Mucha de su poesía se encuentra
intercalada en sus obras en prosa, y usa tanto de la poesía italianista como de
los metros tradicionales. Además, están escritas en verso las obras teatrales
extensas conservadas y un par de entremeses: La elección de los
alcaldes de Daganzo y El rufián viudo.
Los dos libros donde encontramos mayor número de
poemas son La Galatea y el Viaje del Parnaso.
El primero, inscrito en el género pastoril, se publica
en 1585. La trama es un simple marco donde colocar los poemas, alguno de
considerable extensión, como el Canto de Calíope, compuesto en
octavas reales, que consiste en una galería por la que desfilan poetas de la
época.
El Viaje del Parnaso es su poema
más largo. Sale a la luz en 1614 y su contenido es parejo al Canto de
Calíope. Para la mayor parte de los críticos es un libro pesado,
reiterativo y con poco interés, aunque de calidad superior al Canto.
El teatro de Cervantes es muy superior a su poesía. El
mismo Cervantes, en el prólogo a sus Ocho comedias y ocho
entremeses (1615), lo divide en dos partes, atendiendo a la época
en el que fue compuesto. A la primera, entre 1580 y 1587, pertenecen dos
tragedias conservadas: Los tratos de Argel y, la más
importante, La Numancia, un canto épico al heroísmo
numantino. Para muchos es la mejor tragedia del XVI. En ese prólogo sostiene
que por aquella época compondría entre veinte y treinta comedias.
A la segunda época corresponden las ocho comedias a
que hace referencia el título citado arriba, entre las que mencionamos El
gallardo español, La casa de los celos, Los Baños de Argel, o Pedro
de Urdemalas. Posiblemente algunas sean refundiciones o
modernizaciones de textos escritos con anterioridad. Había que ponerse al día
y, por esta época (entre 1600 y 1614) el teatro del XVI era barrido por el
torbellino lopista: “entró luego el monstruo de la naturaleza, el gran Lope de
Vega, y alzose con la monarquía cómica”, nos dice en el prólogo citado.
Los ocho entremeses, publicados junto con las comedias
de la segunda época, son de una calidad extraordinaria. Están, salvo dos,
escritos en prosa y siguen y superan la senda que abriera el admirado sevillano
Lope de Rueda. De todos ellos, destacan de modo claro El viejo
celoso y, sobre todo, El retablo de las maravillas.
El primero ha sido objeto de atención por la osada
situación sexual que plantea. Una joven, casada con un viejo y obligada al
encierro, goza de su amante casi delante de su marido, tapiz por medio.
En El retablo de las maravillas,
dos cómicos llegan a un pueblo y despliegan un teatrillo que dicen es fabuloso.
Solo podrán ver la representación aquellos que posean absoluta limpieza de
sangre y sean hijos legítimos. Los cómicos comienzan a anunciar la aparición de
personajes en su retablo maravilloso pero, como en realidad no se representa
nada, los copetudos asistentes deben fingir ver lo que no ven. La crítica
social es patente. La hipocresía queda expuesta ante el ridículo general.
Obra en prosa
Ya hemos citado que La Galatea es
la primera novela que publica Cervantes. El mundo pastoril, con sus
idealizaciones, sus versos interminables, sus pastores con nombres tan
sugerentes como Elicio, Erastro o Galatea, pese a saber perfectamente que este
género era artificioso y convencional, este mundo, digo, era muy querido por
nuestro autor. La novela parece inconclusa en su tenue acción y Cervantes
prometió durante toda sus vida escribir la segunda parte. El mérito de la obra,
sin embargo, es escaso, pero tiene el valor de mostrarnos que el manco genial
anhelaba lo ideal y lo bello como oposición casi terapéutica al fracaso y
desengaño personal. De hecho, El Quijote amplía,
magistralmente a mi juicio, esta lucha entre el mundo que pudo ser,
que debió ser y la cruda y agraz realidad.
Las doce Novelas ejemplares (1613)
son el contrapunto al extenso Don Quijote. Cervantes afirmaba ser
el primero en escribir novela (en aquella época se llama novela a
lo que hoy llamaríamos novela corta) pues, efectivamente, sus
argumentos eran originales y no estaban sacados del río italiano, como así
hizo, por ejemplo, Timoneda. El significado del adjetivo ejemplares ha
sido discutido ampliamente por la crítica que ha considerado dos variables. O
bien nos decantamos hacia la supuesta enseñanza moral que impregnaría cada
narración, por lo menos en oposición al molde original italiano; o bien
consideramos el hecho de que son ejemplares en cuanto a su elaboración. Es
decir, que Cervantes era bien consciente de que estaba abriendo un nuevo
camino.
Generalmente se suelen dividir en dos grupos. En el
primero están las narraciones de corte más idealista y mundano, con personajes
más aristocráticos. Son las que más se acercan a la novella italiana.
Aquí encontramos El amante liberal, Las dos
doncellas o La española inglesa. En este grupo son
especialmente interesantes, La Gitanilla y La
ilustre fregona, donde la trama comparte protagonismo con la descripción
de la realidad, todo ello envuelto en un amable sentido del humor muy del gusto
de Cervantes. El segundo grupo está constituido por las novelas más típicamente
cervantinas. En algunas, El coloquio de los perros,
el Licenciado Vidriera o la magistral Rinconete
y Cortadillo, por ejemplo, importa más el retrato de la sociedad que la
trama. En otras, El casamiento engañoso o El
celoso extremeño, la intriga es, sin embargo, elemento importante.
Los trabajos de Persiles y Sigismunda, publicados de modo póstumo en 1617, pese a gozar de
grande éxito en su momento y a ser considerada la mejor de sus criaturas por el
autor, ha sido la novela peor tratada por la crítica posterior. Posiblemente la
escribiera desde fines del XVI y es una nueva inmersión en el idealismo tan
caro a nuestro autor. De los cuatro libros de los que consta, el último es el
más breve y parece escrito apresuradamente. Quizás la muerte estaba llamando al
insigne manco. Esta obra, que narra las innumerables aventuras de sus
protagonistas, Persiles y Sigismunda, por tierras boreales hasta llegar a
España y Roma, se inscribe en el género bizantino.
El Quijote
Argumento
La obra se publicó en dos entregas, en 1605 y en 1615,
ambas con éxito rotundo. Algunos ejemplares de la edición de 1605, aparecida a
principios de enero en Madrid, habían sido llevados en diciembre de 1604 a
Valladolid, en esos momentos corte real. Así, los vallisoletanos tuvieron el
honor de leer, antes que nadie, la magistral novela.
En la primera parte se recogen las dos salidas del hidalgo de su pueblo (sobre cuya identidad “irrecordable” se han vertido ríos de tinta). Alonso Quijano decide convertirse en caballero andante y, ridículamente vestido con vieja armadura y a caballo sobre flaco rocín, abandona su casa. Es nombrado caballero por un ventero, vuelve a su casa molido a palos y el cura y el barbero examinan y queman los libros que supuestamente lo enloquecieron. Se piensa que este sería el final del primitivo Quijote, pensado tal vez, como novela corta. La salida segunda, esta vez acompañado de Sancho, al que promete el gobierno de una ínsula, incluye, entre otras, la famosa aventura de los molinos, la de los “ejércitos” de ovejas, la del yelmo de Mambrino y otros muchos materiales ajenos a la trama principal, como la Novela del cautivo, de tema morisco, o la Novela del curioso impertinente. Don Quijote regresa a su casa encerrado en una carreta, convencido de que está encantado.
La tercera salida ocupa la segunda parte. En esta no
hay historias que distraigan al lector de la trama principal. Entre otras
muchas peripecias, Sancho y don Quijote se encuentran con unos duques que los
invitan a su palacio en donde sucede la aventura del caballo de madera
Clavileño y el nombramiento de Sancho como gobernador de la ínsula Barataria,
todo ello montado para regocijo de los duques. Don Quijote cambia de planes y,
en vez de dirigirse a Zaragoza, decide ir a Barcelona, donde conoce al bandido
Roque Guinart. Allí, nuestro héroe ve por primera vez el mar y, también allí,
en las playas de Barcelona, es vencido por el misterioso Caballero de la Blanca
Luna y obligado, en pro del honor debido a la orden de caballería, a regresar a
su casa por tiempo de un año.
Vencido y cansado, nuestro hidalgo regresa a su hogar,
donde recobra la razón antes de morir.
El Quijote, parodia
La obra fue concebida por el autor, y así entendida
por el público, como una parodia de los libros de caballería. Todos los
recursos de este género aparecen ridículamente desarrollados en nuestra obra,
incluso la figura del supuesto sabio o autor “verdadero” del que el escritor de
la novela caballeresca no era más que un recopilador, aquí convertido en el
moro Cide Amete Benengeli. La técnica consiste básicamente en contrastar la
figura del caballero y las alucinaciones dementes de su mundo idealizado con la
cotidiana y poco caballeresca realidad manchega: sus ovejas, sus posadas y
mesoneras, sus odres de vino y sus galeotes. Naturalmente, para el lector del
XVII, conocedor del género caballeresco, el contraste entre ambos mundos
provoca mayor hilaridad que en nosotros, alejados de todo aquello. Sin embargo,
a medida que avanza la obra, es la realidad la que se trasforma “dando la
razón” al hidalgo (y a Sancho). Así, surgen caballeros retadores (el Bachiller Sansón Carrasco convertido en el Caballero de los Espejos y de la Blanca Luna),
caballos encantados como Clavileño, gobiernos insulares, cabezas articuladas
que hablan, etc.
Los personajes
Tradicionalmente se consideró a Sancho una mera
contraposición de don Quijote. Efectivamente, a un personaje espigado,
idealista, culto y valiente se oponía otro bajito, realista, zafio y cobarde.
Esta postura se ha ido abandonando. Es cierto que uno es contrapunto de otro,
pero a un héroe tan complejo como el hidalgo, tan polifacético, tan humano,
corresponde otro igual de complejo y no menos humano. Cervantes, magnífico
escritor y descriptor, no utiliza a sus personajes como estáticos símbolos. Son
creaciones humanas que modifican su postura conforme viven. Así, por ejemplo,
se ha hablado mucho de la quijotización de Sancho y de
la sanchización de don Quijote. A su lado, una multitud de
personajes, cada uno de ellos también magníficamente caracterizados, un mundo
de ventas, caminos… paisanos y paisanajes que hacen de esta “la mejor novela
del mundo”, la más leída, la que más ha influido en otros escritores y la más
traducida del mundo mundial.
En 1614 se publicó inesperadamente el Segundo
tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de un tal Alonso Fernández de Avellaneda. Quién se esconde detrás de este nombre sigue siendo
un misterio. Pese a ser una novela a veces divertida, no resiste ni de lejos
una mera comparación con el original. Los personajes son planos, estáticamente
ridículos y la trama repite hasta la saciedad la serie “visión alucinada de don
Quijote −aviso de Sancho− golpes al caballero”. Casi el único mérito estriba en
que fue conocida por Cervantes mientras escribía la segunda parte de su obra y
le hizo cambiar de planes en la redacción de El Quijote para
hacer ver al lector que él era el verdadero autor del hidalgo y su Quijote, el
único e irrepetible.
[Extraído del libro del autor titulado Historia de la literatura española (en español) y publicado en Punto de Vista Editores.]
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