El universo de Cervantes: don Quijote, un visionario; POR Juan Ibáñez Castro
Miguel de Cervantes no es un místico, es un hombre crítico con una fina ironía que ataca con virulencia los vicios de la sociedad de su tiempo. Para ello, recurre al sustrato ideológico del mundo profético y visionario en su obra literaria, hasta el punto de que algunos como el hispanista Cesare de Lollis afirman que Cervantes creía en «ese mundo irregular y lleno de patrañas» en el que vivió, de ahí, la presencia constante de la brujería y la astrología en obras tan relevantes como Persiles y Sigismunda y «El coloquio de los perros». Pero el manco de Lepanto, que tampoco es filósofo ni hombre de ciencia, parece situarse frente a la vida que le circunda de una manera definida y consciente a través de su profunda ironía y agudeza crítica. El culmen lo encontramos sin duda en la novela de El Quijote, donde juega continuamente con la realidad y el sueño, un contraste, el de la imaginación fantástica y la experiencia como base de conocimiento, que aflora por toda la obra, destellando con fuerza en el pasaje de la Cueva de Montesinos.
Este texto pertenece al artículo del autor 'Crítica utópica en tiempos de Cervantes: sueños, visiones y literatura', publicado por vez primera en Anatomía de la Historia el 12 de septiembre de 2016, que puedes LEER COMPLETO EN ESTE ENLACE.
El episodio de la Cueva de Montesinos está lleno de perspectivas del sueño, la distinción entre el mundo de las apariciones y los personajes encantados, así como el tópico barroco del desengaño. Una escena en la que la razón se ve superada, pues en el descenso don Quijote se ve sumido en un sueño visionario donde como en un éxtasis se ve elevado del mundo real a una región atemporal. El licenciado que les acompaña considera real lo soñado por don Quijote, le da validez a la capacidad profética del sueño, sin embargo, en la visión del hidalgo, y en su disertación con Sancho, predomina la discreción más que el delirio, dentro de la sutil ficción de Cervantes que revierte la realidad, una vez más, para presentar esa anhelada Edad de Oro de ideales caballerescos, no exenta de parodias, reparando en la degradación del mundo a través de una visión esperanzadora con la que compensar las falacias de la realidad.
«Dios os lo perdone, amigos; que me habéis quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado. En efecto, ahora acabo de conocer que todos los contentos desta vida pasan como sombra y sueño, o se marchitan como la flor del campo. ¡Oh desdichado Montesinos! ¡Oh mal ferido Durandarte! ¡Oh sin ventura Belerma! ¡Oh lloroso Guadiana, y vosotras sin dicha hijas de Ruidera, que mostráis en vuestras aguas las que lloraron vuestros hermosos ojos!». Don Quijote de La Mancha, Segunda parte, cap. XXII.
Una estructura que se asemeja a la de los sueños ficticios, sólo que en este caso, la ficción aparece dentro de la fantasía idílica de don Quijote. Pero don Quijote, o Cervantes, no le dotan de plena realidad al suceso, el hidalgo duda, se toca y se cerciora de que existe realmente, situando el mundo de lo onírico en un plano intermedio entre la realidad y lo sobrenatural o lo fantástico.
«Llegóse luego don Quijote, y dijo: Dime tú, el que respondes: ¿fue verdad, o fue sueño lo que yo cuento que me pasó en la cueva de Montesinos? ¿Serán ciertos los azotes de Sancho mi escudero? ¿Tendrá efecto el desencanto de Dulcinea?». Don Quijote de La Mancha, Segunda parte, cap. LXII.
En un juego que nos recuerda que si la vida es sueño, despertar de él es ver el mundo tal cual es, situación que veremos repetida en la muerte del incansable caballero. De este modo, el descenso a la Cueva de Montesinos se muestra como un viaje liberador de don Quijote, pues es en el mundo encantado donde el hidalgo puede actuar en pos de su ideal, aunque sea para que le den palos continuamente. Cervantes parece querer decir que el sueño visionario es una forma de conocer, una forma de vivir y perseguir un ideal.
«Fui recogiendo la soga que enviábades, y haciendo della una rosca o rimero, me senté sobre él pensativo además, considerando lo que hacer debía para calar al fondo, no teniendo quién me sustentase; y estando en este pensamiento y confusión, de repente y sin procurarlo, me salteó un sueño profundísimo; y cuando menos lo pensaba, sin saber cómo ni cómo no, desperté dél y me hallé en la mitad del más bello, ameno y deleitoso prado que puede criar la naturaleza, ni imaginar la más discreta imaginación humana. Despabilé los ojos, limpiémelos, y vi que no dormía, sino que realmente estaba despierto; con todo esto, me tenté la cabeza y los pechos, por certificarme si era yo mismo el que allí estaba, o alguna fantasma vana y contrahecha; pero el tacto, el sentimiento, los discursos concertados que entre mí hacía, me certificaron que yo era allí entonces el que soy aquí ahora». Don Quijote de La Mancha, Segunda parte, cap. XXIII.
A la altura de 1600, la sociedad hispánica se encontraba en plena ebullición de opinión, y Cervantes entró en el debate presentando su particular visión del mundo. Para ello, utiliza a sus personajes, como don Quijote, en su fantasmagoría irreal (en un estado de ensoñación literaria), y hasta cierto punto impersonal, para criticar con dureza la realidad. Pero que Cervantes utilizara estas estratagemas y que en su obra introduzca aspectos marcadamente oníricos y visionarios no quiere decir que creyera ciegamente en el profetismo.
Si lo tomamos desde una postura literal, pensaremos, como Marcelino Menéndez Pelayo, que Cervantes acudió a los trucos pueriles de la magia y la hechicería, o más bien, como estableció Américo Castro, Cervantes utiliza el poder alucinador de la superstición para ampliar los confines de la realidad, a la vez que los critica y denosta (lo que supondría una concesión hacia el espíritu inquisitorial para evitarse complicaciones). Lo que no significa que don Miguel no creyera en lo sobrenatural, ni mucho menos, algunos rasgos denotan que está imbuido de ese contexto profético y mesiánico de la época. No en vano defiende la buena Astrología en El Quijote, la reprueba en Persiles y Sigismunda, así como otra serie de supercherías a lo largo de sus obras.
Acerca de los sueños, Cervantes les da unas veces una explicación natural, otras veces fisiológica, pero también reconoce que es un mundo misterioso con capacidades adivinatorias, para bien (revelación divina) o para mal (engaño demoníaco). Hoy en día, es fácil calificar a Cervantes como un adelantado a su tiempo o como un vulgar ignorante y supersticioso, es fácil juzgarle, pero situémonos en la Historia y no en los tribunales de justicia revisionista. Miguel de Cervantes, al igual que otras muchas personas de finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, se encuentra entre la razón y la firme creencia de la acción sobrenatural (divina y/o demoníaca), con la diferencia, de que la fina e inteligente ironía cervantina parece cuestionarse casi toda fantasía engañosa y una realidad considerada injusta.
Este texto pertenece al artículo del autor 'Crítica utópica en tiempos de Cervantes: sueños, visiones y literatura', publicado por vez primera en Anatomía de la Historia el 12 de septiembre de 2016, que puedes LEER COMPLETO EN ESTE ENLACE.
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