La octava novela (roman, no nouvelle, ya sabes) del escritor (e intelectual) francés Michel Houellebecq se publicó en 2022 con el título de Anéantir, y apareció ese mismo año en español, como Aniquilación, con la magnífica traducción de Jaime Zulaika. Aniquilación: menuda manera de titular una novela. Menuda novela Aniquilación. O Aniquilar, como se llama realmente en mi idioma (antes de pasar por la edición española).
Después de haber conocido
su segunda novela, Las partículas elementales,
no me quedaron muchas ganas de seguir leyendo la obra del reputadísimo y a
menudo controvertido Houellebecq (“los franceses en general son tristes”), pero
con esta he sucumbido.
Aniquilación nos enfrenta a la
muerte. Sobre todo, pero no sólo, porque de paso nos enfrenta hermosamente a la
vida. Al amor, al dolor, al miedo, a la desconfianza, a la vejez, a la
necesidad de la auténtica compañía. Y al mundo occidental tal y como lo
(des)conocemos: “gris claro, casi blanco” (esto es mío, extraído del libro,
pero aquí está porque yo quiero):
“La lentificación y la inmovilización de Occidente,
preludios de su aniquilación, habían sido progresivas”.
Y ahí, comandando las
operaciones, el nihilismo europeo:
“Devaluar el pasado y el presente en beneficio
del futuro, devaluar lo real para preferir una virtualidad situada en un futuro
incierto, son síntomas del nihilismo europeo mucho más decisivos que todo los
que Nietzsche pudo detectar”.
La novela empieza así:
“Algunos lunes de los últimos días de
noviembre, o de principios de diciembre, tenemos la sensación, sobre todo si
uno es soltero, de estar en el corredor de la muerte. Hace mucho que las
vacaciones han pasado y el nuevo año está todavía lejos; la proximidad de la
nada es inhabitual”.
Houellebecq (“que mucha
gente hoy día se había vuelto gilipollas es un fenómeno contemporáneo evidente,
indiscutible”) es un maestro en esa intención de algunos escritores de mezclar
novela y ensayo como si lo que prevaleciera fuera la narratividad ficticia
intrínseca de la primera, cuando lo que subyace con toda su fuerza (sumisa pero
explícita) es el análisis de los tiempos en que vivimos:
“La reflexión y la vida son simplemente incompatibles”.
Su protagonista es Paul
Raison, un alto funcionario de la República francesa que considera que tal vez
no haya que saber nada y que quizás baste “con dejarse guiar”, que es incapaz
de recordar “a nadie al que en su juventud hubiese podido calificar de amigo”.
Un hombre que sabe que “las mujeres tienen un valor casi increíble”, que Dios
sólo se comunica en silencio (pero no con él) y que es “inútil pensar en el
pasado, incluso inútil pensar demasiado en el futuro; basta con vivir”. También
que él mismo pertenece al grupo de gente que trabaja para mantener un “sistema
social irremediablemente condenado”. Estamos en 2027, en plena campaña
electoral para la presidencia de Francia. Y el pesimismo de Houellebecq (que
hace decir a uno de sus personajes más cualificados intelectualmente que “la
violencia es el motor de la historia”) no se desprende del todo de este Houellebecq
más amable:
“La semana pasó rápidamente, como la felicidad”.
¿El mundo es o, simplemente, sucede? Según el narrador de Aniquilación cuando es la mente de Paul, cuanto acontece modifica nuestra vida, en ocasiones la destruye: “¿y qué podemos decir? ¿Qué podemos hacer? Sin duda, nada”. Bueno, en realidad sí: vivir. Atravesar la realidad “con una incomprensión asustada”. Y hacerlo contando “mentiras maravillosas”.
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