Acabo de disfrutar la tercera temporada de la magnífica serie británica de televisión After life.
La vida es como una atracción
de feria, eso le dice su padre al protagonista de la serie: rápida,
escalofriante y breve… Y sólo te puedes subir a ella una sola vez. Nada más.
Ricky Gervais, creador, guionista, director y protagonista de toda After life, de sus tres temporadas, de sus 9 horas bellísimamente dolorosas y divertidas, remata espléndidamente su genialidad sobre el duelo y la culpa, sobre la vida y la existencia plena, sobre el dolor y el vacío, sobre la ira y el amor. Nueve horas, 18 capítulos de unos 30 minutos cada uno: 6 medidísimos episodios cada temporada.
Junto al de Gervais, me han
resultado conmovedores en su grandeza o en su simple simplicidad de simples
humanos simples, con todas sus taras y todas sus singularidades
emocionantemente decepcionantes, los personajes interpretados por los demás
actores: Kerry Godliman (su esposa cuando estaba viva), Tony Way (su amigo y
compañero de trabajo), Ashley Jensen (la cuidadora de su padre), Tom Basden (su
cuñado), David Bradley (su padre), Jo Hartley, Diane Morgan, Joe Wilkinson (el
inefable cartero), Kath Hughes y Penelope Wilton (la viuda que comparte en sus
visitas al cementerio ese sentimiento de la pérdida absoluta y su candor brillante
y agradecido).
De la primera temporada de After life escribí en 2019, entre otras cosas, que es una serie deliberadamente pequeña que consigue agigantar su trama perfecta hasta situarla en el corazón enternecido y zarandeado de cada espectador receptivo.
Y un año después no pude
evitar afirmar que la segunda temporada de la serie
británica After life vuelve a ser espléndida.
No ha recibido unas críticas excelentes, por lo que veo, la última de las temporadas de la serie de Gervais, pero me quedo con estas dos, a las que defiendo, y añado una de las que la deja en muy mal lugar.
“Es descaradamente maliciosa, azucarada, adorable y
emotiva. Ya no se hacen series como esta".
James McMahon (NME)
"La serie entiende perfectamente la complejidad
del luto. After life es una joya a la que echaremos mucho de menos".
Greg Wheeler (The
Review Geek)
"Tiene la
misma profundidad emocional que una nota de post-it".
Chris Bennion (Telegraph)
Adiós Tambury, el asombrosamente
soleado pueblo inglés donde (sólo) habitan los seres de la serie de Ricky
Gervais. Digo ya adiós a After life como quien dice hasta pronto,
con dos poemas, dos poemas míos:
el estallido de una estrella
al morir,
el infinitesimal instante
íntimo,
el final de un sueño en la
eternidad,
el regreso a la luz desde la
muerte:
el Universo nos deja todo el
futuro,
siempre más poderoso que el
pasado…
El amor.
El amor a la música, a los
hijos, a los amigos, a los padres, a la amada (al amado), al talento y al
esfuerzo, el amor a la vida y sus pegajosas nostalgias y solemnes certezas, el
amor a uno mismo, el amor como fuerza excepcional.
El amor es un asunto de
gigantes.
El amor.
El amor y la muerte.
El amor sin la muerte.
El amor y el afán de
atesorarlo y hacerlo solvente y preciso y precioso.
El amor.
Nada somos sin el amor.
Amor.
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