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Tener a punto el hueco de una tumba: After life, de Ricky Gervais

After life es una serie excepcional. Sus tres horas son una joya vitalista salida de la creatividad absoluta (no única, hay otros actores, técnicos, etc.) del comediante británico Ricky Gervais, responsable del guion, de la dirección y de protagonizar esta brillante serie para televisión de seis episodios breves. Suya es la casi absoluta responsabilidad de semejante creación artística, en su primera temporada, ideada además también por él y llevada a cabo en 2019.

Hay trauma, hay incapacidad y hay un sucumbir triste magníficamente combinado con la esencia principal de la serie, un toque simpático a fuer de mezclarlo con la antipatía dolorida del protagonista, a quien seguimos a través del ámbito local del pueblo donde vive, un ámbito singular, cercano y distante a la vez donde reconocemos buena parte de las categorías morales con las que los seres humanos nos topamos en nuestros aconteceres habituales.
 
Una serie deliberadamente pequeña que consigue agigantar su trama perfecta hasta situarla en el corazón enternecido y zarandeado de cada espectador receptivo. Porque, lo aviso ya, hay que poner de nuestra parte. Ninguna obra maestra lo es sin nuestra sintonía.



¿Dónde está la tristeza cuando se la necesita?
¿Dónde la lúgubre ceremonia de la soledad?
¿Dónde dar con la silenciosa nada del tedio?
¿Cuántas ganas de llorar se necesitan para un llanto?
¿Cuánta velocidad para llegar hasta la desdicha?
¿Cuánto desdén para entumecernos en un abismo?
Déjame aconsejarte:
regodearse en el trauma no ayuda, nunca,
dejarle a la memoria una puerta a tu alma envejece,
siempre es preferible esculpir sonrisas a
tener a punto el hueco de una tumba
y no te creas todo lo que te dicen.


Se esconde en la tristeza siempre un animal herido,
un gato o una pantera o puede que un insecto,
tal vez sea un paquidermo,
tras ella duerme una ameba primigenia a punto de morir
y no ser la vida que conocemos,
en ella late ese polvo de estrellas anterior a la nada,
el poso ácido de la melancolía del dios creador y ofuscado,
todo cuanto nos recuerda el dolor y el sufrimiento
y la pérdida y la derrota y la soledad.
Se esconde en la tristeza a menudo una canción triste,
las notas de la descorazonadora sintonía del abandono,
del martirio inútil
y del estiércol en tierra baldía,
se esconden las cenizas y el fuego tras la tristeza,
o quizás dormitan en su interior
como pisadas sobre una arena gris atlántica
que nos convierten en extraños avatares sin ensoñaciones
y hacen de nosotros marionetas sin hilos,
los animales heridos que se lamen tras la tristeza.

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