La séptima novela del escritor y cineasta español David Trueba lleva por título Queridos niños y fue publicada a finales del año 2021, el Segundo Año de la Gran Pandemia.
En esta novela se aprenden
muchas cosas, yo las he aprendido, o las he recordado más bien: por ejemplo,
respecto de “la incomprensible superioridad que exhiben sobre los políticos”
quienes no lo son. ¿Quiénes? “Mis queridos niños”, los de Amelia,
catedrática de Historia Contemporánea y candidata a presidir el Gobierno
español, la protagonista de la novela. ¿La protagonista?
Todo cuanto se nos cuenta en
la novela de Trueba nos lo cuenta Basilio, el escritor de los discursos de
campaña de Amelia. Bueno, en realidad se lo cuenta él a Amelia, a Amelia
que ya lo sabe… Aunque no todo.
Basilio se gasta esa
causticidad de quien está de vuelta de todo porque cree haber ido ya a todas
partes, y cuando alguien le tacha de escritor frustrado le dice, se dice, te
dice a ti Amelia: “como si no pudiera existir un escritor frustrado después de
Cervantes y Shakespeare”.
Esos queridos niños, los que dan título al libro de David Trueba (a quien tengo por uno de los condes de la Gran Escuela Española de la Literatura Amable), lo que hacen, lo que hacemos (porque somos tú y yo, lector que me lees) es “jugar a la democracia”.
En la página 38 de esta
novela de 450 yo empezaba a cansarme de la verborrea descreída del narrador, de
Basilio y su talante burlón y despreciativo contra todos, especialmente contra
los votantes, pero también contra los militantes y, por supuesto, contra los
políticos.
“Como no tengo sueños, no me doy de bruces con la
realidad”.
Fue un pequeño bache. La
novela es excelente, es una roadnovel (me acabo de inventar un
género, me temo) escrita con ese estilo, entre la suave acidez y el candor
curtido, de David Trueba donde vuelve a palpitar, lo escribo una vez más, el acicate de la vida que nos
hace sabernos vivos y sernos vivos.
Basilio en estado puro:
“Yo había querido a mi padre. En su grisura y su falta
de talento, fue honesto recto y generoso. Se guardó las angustias para sí, en
lugar de regárnoslas encima a los de alrededor. Mi madre y él fueron felices
juntos, para mí son la imagen de la concordia que guardo en el seco corazón.
Envidiaba esa felicidad suya simplona. Aprendí de ellos que para ser una buena
pareja es necesario ser algo necio y primario”.
Más Basilio:
“El mundo no mejora, empeora, pero se tecnifica para
disimularlo”.
[…]
Será tachado por algunos de
equidistante el autor de Queridos niños por esta sátira cabal y muy
medida de la sociedad civil española. Pero yo he creído ver en la novela de
Trueba una afilada mirada, divertida pero sobre todo muy analítica, de ese cómo
somos los españoles en esta España que da de sí lo que da de sí.
La gente de izquierdas, por ejemplo, siempre desde los
ojos del descreído redomado que es Basilio:
“La izquierda, desde que asumió la representación del
puritanismo se lo puso muy fácil a sus rivales. Ellos mismos meten la cabeza en
la boca de un león que los devora, porque nadie es capaz de sostener esa
moralidad impostada que predican”.
Y la gente de derechas. Parece muy cierto que “los
ideólogos de la derecha fundan sus premisas en que han hecho más daño las
buenas intenciones de la izquierda que toda la codicia de la derecha”. El
recorrido del autobús en el que viaja la candidata a presidir el Gobierno,
Amelia, y sus ayudantes, entre ellos Basilio, es el recorrido de campaña de un
Partido Popular encubierto, literario, no nombrado:
“Una de las más ágiles conquistas de nuestro discurso
era apelar a las clases desfavorecidas con la promesa de algún día escalar
hacia una mejor situación que nosotros representábamos, pues nuestro aliado era
el capital eterno. Lo aspiracional es una medida que no falla. Lo hacíamos con
un elemento diseñado con pericia. Todos tenemos derecho a ser ricos. Pero no
equivoques el camino para lograrlo, para ser rico hay que votar a los ricos. La
izquierda está obsesionada con hacer a los ricos pobres. Eso es lo que
pretenden cuando hablan tanto de igualdad”.
[…]
A medida que la novela avanza
uno va sintiendo, va sabiendo, que el verdadero protagonista no es la
candidata. El verdadero protagonista es el narrador, es Basilio.
¿“Como sucede siempre, quien
escribe no es capaz de tratar al personaje, sino que termina por retratarse a
sí mismo”, tal y como afirma el narrador de Queridos niños?
“Estoy convencido de que si Dios existe y se
presentara a las elecciones lo haría sin éxito. Porque mis queridos niños saben
que nadie es lo suficientemente perfecto para mandarles a ellos. Así que
fracasar es el destino de una campaña, pero fracasar poco, fracasar despacio,
fracasar con tiento. Y, sobre todo, que los demás rivales fracasen más
ampliamente que tú”.
¿De verdad somos, los españoles, como nos ve David Trueba, o, mejor dicho, como nos ve el personaje que narra lo que leemos en la novela de David Trueba?
“El voto es de una rara viscosidad mental que se
apodera de mis queridos niños al nacer, al crecer, en el cole, que va por
dentro de una intimidad inconfesable, mezclada de ideales y carencias, de
honestidad y profunda corrupción moral”.
Quizás me quede más tranquilo
cuando leo en Queridos niños frases como esta: “vivimos en un mundo
acelerado y superficial, por lo que el reto es flotar, siempre flotar”.
Lo de más tranquilo es un decir, evidentemente.
Pero lo que me hace amar más
aún la novela de Trueba es ver reafirmada mi visión de la realidad política
española, esa que viene a decir que los políticos no son unos extraterrestres: somos
nosotros.
“En realidad, los políticos no son más que una
prolongación obscena y simétrica de la propia sociedad. No hay otra. Y,
entonces, mis queridos niños se asustan, porque si no piensan que ellos son
mejores que sus políticos les da un pasmo depresivo. Su autoindulgencia no
tiene límites. Es casi tan potente como su soberbia.”
[…]
Y, al final (esto no es un
destripamiento, bueno sí, mejor no sigas leyéndome a mí si no has leído la
novela de David Trueba, te aviso), Basilio nos dice: “porque mis queridos
niños al final son la pieza necesaria para que se tenga en pie esa cosa llamada
felicidad, plenitud, lo que sea que nos hace alejarnos de las ventanas
abiertas, del gatillo engrasado del revólver de la mesilla. Mis queridos niños
sostienen la Navidad, la paternidad, el veraneo, las canciones de amor, las
chucherías, los besos, las hipotecas, los himnos, los estadios repletos y por
lo tanto sostienen el mundo. Yo soy un puñetero lastre”.
Por cierto, el final de la
novela, el final total, es magnífico, es un cierre espléndido a una pequeña
obra de arte literario sobre este mundo en el que vivimos los españoles y las
españolas, nosotros: esos queridos niños.
“Creer es
querer creer”.
[…]
Este texto
pertenece a mi artículo ‘David Trueba y la senda oculta del carácter español’,
publicado el 19 de enero de 2022 en Analytiks, que puedes leer
completo EN ESTE ENLACE.
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