Tener miedo a que no te dejen hacerlo y tener miedo a no saber hacerlo, también tenerlo a no querer hacerlo. No querer amar, no saber amar, no dejarse amar… La vida, los humanos, las mujeres que no saben si quieren querer ser madres o si siéndolo quieren saber serlo, los hombres y las mujeres inseguros o llenos de miedo a comprometerse... La segunda temporada de Vida perfecta vuelve a ser una gozada de diversión y emociones. No es fácil ver en una serie, en una película, a tanta gente de verdad, personas auténticas que son ficticias pero que dicen más de nosotros mismos, de nuestro alrededor, que lo que nosotros mismos somos capaces de decirnos. Vida perfecta es perfecta. Como la vida es imperfecta.
Cuando escribí sobre la primera temporada de esta extraordinaria serie para
televisión, puro cine, en realidad, ya dije aquello de que Vida
perfecta es una serie de mujeres, pero no es
una serie para mujeres.
Leticia Dolera, su creadora, vuelve a contar con la magnífica aportación actoral de ella misma y del prodigioso Enric Auquer y las magníficas Celia Freijeiro y Aixa Villagrán, también de Manuel Burque, que vuelve a escribir con ella el brillante guion de los seis capítulos de media hora cada uno. Tres horas de magnífico cine con un formato serial equilibrado, muy entretenidas, de las que te hacen llorar (un poquito, yo es que soy así, sobre todo si escucho cantar a Cecilia), sonreír y a veces reír. Dolera lo borda imaginando, escribiendo, dirigiendo e interpretando. Es una cineasta consumada, no cabe duda.
(Te aconsejo que prestes atención a una fabulosa Betsy Túrnez interpretando a la psicóloga de la protagonista).
Ojalá haya más temporadas de Vida perfecta, no me las perdería por
nada del mundo. Repito:
Como la vida misma. Esa vida perfecta que siempre está del revés porque es así. La vida del revés. Correctamente incorrecta.
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