Este artículo es continuación de ‘El terrorismo en el País Vasco: la extorsión económica etarra; por José Antonio Pérez Pérez’.
El contencioso originado en torno a la central nuclear que pretendió construir la empresa Iberduero en la localidad vizcaína de Lemóniz contuvo en sí mismo buena parte de los ingredientes que caracterizaron a la Transición en el País Vasco, como ha recordado el historiador Raúl López Romo. El origen del proyecto nuclear durante el franquismo y el clima de movilización que se vivía en los últimos años de la dictadura propiciaron la aparición de una amplia oposición popular. Esta circunstancia fue aprovechada por ETA para intervenir en el conflicto tratando de legitimarse en su autoadjudicado papel de adalid del «Pueblo Trabajador Vasco». Al mismo tiempo, el nacionalismo radical desplegó una estrategia de satelización de los nuevos movimientos sociales, incluido el antinuclear. Todo ello condujo a que una parte significativa de la población vasca respaldase el empleo de la violencia para la obtención de unos fines asumidos como justos. La contaminación de la violencia operó como una carcoma moral que se reflejó en el contraste entre la soledad de las víctimas de la violencia terrorista y los continuos homenajes y rememoraciones públicas de que eran objeto los miembros de ETAm muertos en acciones contra la central.
Cinco personas
fueron asesinadas a lo largo de aquella campaña, tres trabajadores, Alberto
Negro, Andrés Guerra y Alberto Baños, y dos ingenieros jefe de la central
nuclear de Lemóniz, José María Ryan, luego de un dramático secuestro, y Ángel Pascual. Tras el atentado que
costó la vida a este último, cometido el 5 de mayo de 1982, la revista Interviú
publicó una estremecedora entrevista con tres ingenieros en un lugar discreto a cambio de que sus nombres permanecieran
en el más absoluto anonimato. Dos de ellos eran madrileños y uno vasco. Su
testimonio reflejaba el miedo y la desolación que sintieron tras aquel crimen.
Ángel Pascual había conseguido convencer «uno a uno» a la mayor parte de los
ingenieros para que siguiesen en sus puestos tras el asesinato de Ryan. Y lo
había conseguido con un gran esfuerzo. Por ello, aquel atentado que acabó con
su vida provocó una enorme conmoción entre ellos. ETAm seguiría matando y nada
ni nadie parecía capaz de proteger sus vidas.
“Vivimos
como conejos, agazapados en la clandestinidad. Muchos de nosotros cambian
continuamente de domicilios, otros duermen alternativamente en diferentes
lugares. Otros no contestamos al teléfono. Parecemos delincuentes. A varios de
nosotros nos han cantado eso de «que se vayan, se vayan...» Y no solo en la
calle, sino la gente que trabaja en la misma empresa. Es como si el enemigo
estuviese entre nosotros, conviviendo y comiendo con nosotros. Cuando ETA
atenta contra un poste de tendido eléctrico o contra alguna sucursal de la
empresa, inmediatamente se ven dentro del recinto de Lemóniz pintadas y
carteles en contra de la central o de los ingenieros, porque saben que somos
los únicos que podemos poner en marcha el complejo atómico. [...] Vivir en Euskadi es un infierno, un
castigo. Vivimos sometidos a las consecuencias emocionales de una sociedad
conflictiva donde no solo todo se resuelve con el lenguaje de las armas y donde
la misma política es visceral y de odios, sino que
además, tenemos que pagar con nuestra propia sangre el que a una cuadrilla de
asesinos se les haya metido en la cabeza que Lemóniz no debe entrar en servicio”.
El puesto de Ryan y
Pascual quedó vacante ante la evidencia de que nadie quería ocuparlo.
Veintisiete ingenieros abandonaron Lemóniz tras el asesinato de este último y
numerosos altos empleados pidieron el traslado. A pesar de que aún se
anunciaron algunos planes para tratar de salvar la puesta en funcionamiento de
la central, que a esas alturas se encontraba prácticamente terminada, ese fue
el golpe definitivo. En septiembre de 1982 el Gobierno central se hacía cargo
de la central de Lemóniz para asumir por su cuenta la reactivación de la
instalación nuclear. Sin embargo, la victoria del PSOE en las elecciones
generales de octubre de 1982 alteró estos planes. Dos años después, el
proyecto de Lemóniz fue paralizado en la revisión del Plan Eléctrico Nacional
dentro de un proceso más amplio de repliegue de los planes de nuclearización
del país por parte del gobierno socialista. Fue una de las grandes victorias
del terrorismo de ETA.
Sobre todo
ello, sobre la actuación de ETA contra la central nuclear de Lemóniz, escribe Iñaki
Fernández Redondo en el sexto capítulo de Historia y memoria del terrorismo en el País Vasco, 1968-1981, coordinado por José Antonio Pérez Pérez y editado
por Confluencias (2021).
No me quiero ni imaginar lo que vivieron en el País Vasco esos ingenieros ni cualquiera que estuviera en el objetivo del terrorismo de ETA durante esos años.
ResponderEliminarEste libro te ahorra el esfuerzo de imaginarlo. Es lo que tiene la Historia. Gracias por tu comentario.
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