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El terrorismo en el País Vasco: ETA contra Lemóniz; por José Antonio Pérez Pérez

Este artículo es continuación de ‘El terrorismo en el País Vasco: la extorsión económica etarra; por José Antonio Pérez Pérez’.

Funeral por Andrés Guerra Pereda, trabajador asesinado por ETAm junto a su compañero Alberto Negro Viguera el 17 de marzo de 1978, al hacer explosión una bomba colocada por la organización terrorista en la central nuclear de Lemóniz. Fuente: Archivo Municipal de Bilbao. Fondo de La Gaceta del Norte.


El contencioso originado en torno a la central nuclear que pretendió construir la empresa Iberduero en la localidad vizcaína de Lemóniz contuvo en sí mismo buena parte de los ingredientes que caracterizaron a la Transición en el País Vasco, como ha recordado el historiador Raúl López Romo. El origen del proyecto nuclear durante el franquismo y el clima de movilización que se vivía en los últimos años de la dictadura propiciaron la aparición de una amplia oposición popular. Esta circunstancia fue aprovechada por ETA para intervenir en el conflicto tratando de legitimarse en su autoadjudicado papel de adalid del «Pueblo Trabajador Vasco». Al mismo tiempo, el nacionalismo radical desplegó una estrategia de satelización de los nuevos movimientos sociales, incluido el antinuclear. Todo ello condujo a que una parte significativa de la población vasca respaldase el empleo de la violencia para la obtención de unos fines asumidos como justos. La contaminación de la violencia operó como una carcoma moral que se reflejó en el contraste entre la soledad de las víctimas de la violencia terrorista y los continuos homenajes y rememoraciones públicas de que eran objeto los miembros de ETAm muertos en acciones contra la central.

Cinco personas fueron asesinadas a lo largo de aquella campaña, tres trabajadores, Alberto Negro, Andrés Guerra y Alberto Baños, y dos ingenieros jefe de la central nuclear de Lemóniz, José María Ryan, luego de un dramático secuestro, y Ángel Pascual. Tras el atentado que costó la vida a este último, cometido el 5 de mayo de 1982, la revista Interviú publicó una estremecedora entrevista con tres ingenieros en un lugar discreto a cambio de que sus nombres permanecieran en el más absoluto anonimato. Dos de ellos eran madrileños y uno vasco. Su testimonio reflejaba el miedo y la desolación que sintieron tras aquel crimen. Ángel Pascual había conseguido convencer «uno a uno» a la mayor parte de los ingenieros para que siguiesen en sus puestos tras el asesinato de Ryan. Y lo había conseguido con un gran esfuerzo. Por ello, aquel atentado que acabó con su vida provocó una enorme conmoción entre ellos. ETAm seguiría matando y nada ni nadie parecía capaz de proteger sus vidas.

 

“Vivimos como conejos, agazapados en la clandestinidad. Muchos de nosotros cambian continuamente de domicilios, otros duermen alternativamente en diferentes lugares. Otros no contestamos al teléfono. Parecemos delincuentes. A varios de nosotros nos han cantado eso de «que se vayan, se vayan...» Y no solo en la calle, sino la gente que trabaja en la misma empresa. Es como si el enemigo estuviese entre nosotros, conviviendo y comiendo con nosotros. Cuando ETA atenta contra un poste de tendido eléctrico o contra alguna sucursal de la empresa, inmediatamente se ven dentro del recinto de Lemóniz pintadas y carteles en contra de la central o de los ingenieros, porque saben que somos los únicos que podemos poner en marcha el complejo atómico. [...] Vivir en Euskadi es un infierno, un castigo. Vivimos sometidos a las consecuencias emocionales de una sociedad conflictiva donde no solo todo se resuelve con el lenguaje de las armas y donde la misma política es visceral y de odios, sino que además, tenemos que pagar con nuestra propia sangre el que a una cuadrilla de asesinos se les haya metido en la cabeza que Lemóniz no debe entrar en servicio”.

 

El puesto de Ryan y Pascual quedó vacante ante la evidencia de que nadie quería ocuparlo. Veintisiete ingenieros abandonaron Lemóniz tras el asesinato de este último y numerosos altos empleados pidieron el traslado. A pesar de que aún se anunciaron algunos planes para tratar de salvar la puesta en funcionamiento de la central, que a esas alturas se encontraba prácticamente terminada, ese fue el golpe definitivo. En septiembre de 1982 el Gobierno central se hacía cargo de la central de Lemóniz para asumir por su cuenta la reactivación de la instalación nuclear. Sin embargo, la victoria del PSOE en las elecciones generales de octubre de 1982 alteró estos planes. Dos años después, el proyecto de Lemóniz fue paralizado en la revisión del Plan Eléctrico Nacional dentro de un proceso más amplio de repliegue de los planes de nuclearización del país por parte del gobierno socialista. Fue una de las grandes victorias del terrorismo de ETA.

 

Sobre todo ello, sobre la actuación de ETA contra la central nuclear de Lemóniz, escribe Iñaki Fernández Redondo en el sexto capítulo de Historia y memoria del terrorismo en el País Vasco, 1968-1981, coordinado por José Antonio Pérez Pérez y editado por Confluencias (2021).

Comentarios

  1. No me quiero ni imaginar lo que vivieron en el País Vasco esos ingenieros ni cualquiera que estuviera en el objetivo del terrorismo de ETA durante esos años.

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    1. Este libro te ahorra el esfuerzo de imaginarlo. Es lo que tiene la Historia. Gracias por tu comentario.

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