El terrorismo en el País Vasco: la extorsión económica etarra; por José Antonio Pérez Pérez
Este artículo es continuación de ‘El terrorismo en el País Vasco: ETA contra los militantes derechistas; por José Antonio Pérez Pérez’.
Capilla ardiente de Ángel Berazadi, asesinado por ETApm el 8 de abril de 1976. Archivo Municipal de Bilbao, Fondo La Gaceta del Norte. |
La extorsión económica practicada por ETA constituyó la vertiente más opaca del terrorismo y, sobre todo, el modo más eficaz y rentable para financiar a esta organización. Sin la existencia del denominado «impuesto revolucionario» hubiera sido imposible que la banda alargase su historia durante más de cuatro décadas. A día de hoy, desconocemos a ciencia cierta el número de personas que fueron víctimas de este tipo de chantaje. La mayoría nunca denunció esta circunstancia, dándose la paradoja de que siendo con creces el delito más veces practicado por esta organización fuese, a su vez, el que menor número de juicios y condenas haya acumulado en la lucha contra ETA. Buena parte de los extorsionados y sus familias, pagaran o no pagaran, optaron por mantener en secreto la amenaza a la que habían sido sometidos, cumpliendo de esta forma con la discreción que exigía ETA. La banda terrorista no publicitaba este tipo de acciones, que solamente afloraban a la luz pública cuando atentaba contra los díscolos para dar ejemplo.
El colectivo
integrado por los empresarios del País Vasco y Navarra fue, sin lugar a
dudas, la víctima predilecta de la extorsión de ETA, si bien la amenaza se
extendió también a otros grupos profesionales (directivos, dentistas, médicos,
notarios, abogados, etc.). El acoso a los extorsionados se manifestó de
múltiples formas: mediante el asesinato, el secuestro, el envío de cartas
amenazadoras y disparos en las rodillas; también la realización de pintadas
y la distribución de octavillas insidiosas (incluso en el colegio de los
hijos), así como los insultos o consignas amenazantes lanzadas en
manifestaciones o a través de llamadas telefónicas. Gracias a ello, ETA y su
entorno ejercieron una asfixiante presión sobre los empresarios, alimentando un
discurso del odio, trufado de consignas marxistas y patrióticas que
deshumanizaba y cosificaba enteramente a todo el colectivo.
ETA alentó la
demonización de la figura del empresario de forma reiterada, a quien además del
sambenito de «explotador» de los trabajadores le atribuía la condición de
agente español al servicio del sojuzgamiento del pueblo vasco. Semejante
estrategia respondía al deseo de presentar a la «oligarquía vasca» como un
cuerpo extraño, ajeno a todo lo vasco, vinculado a una dictadura en declive
que, por consiguiente, había que extirpar. El ideólogo de ETA Federico
Krutwig lo reflejaba de forma meridiana en el año 1963:
«Esta clase
opresora, por su origen racial vasca, pero por sus sentimientos es española y
es enemiga del pueblo vasco, del que se separa étnicamente».
En líneas
generales, el discurso de ETA fue perfilándose en torno al eje «burguesía
nacional» y «oligarquía» o «gran burguesía». A los primeros,
teóricamente su condición de nacionalistas vascos les eximía del pecado
capitalista, esto es, podían llegar a constituir alianzas estratégicas; sin
embargo, con los segundos, identificados como «los ejecutantes del
imperialismo internacional neo-capitalista», solo cabía la «lucha
revolucionaria». A pesar de ello, el primer empresario en ser asesinado por la
organización terrorista fue Ángel Berazadi, un hombre afín al PNV que
había sido instado por ETA en varias ocasiones a «contribuir a la liberación
del pueblo vasco» con parte de su patrimonio. La rama político militar de la
organización lo secuestró el 18 de marzo de 1976, exigiendo a la familia un
rescate de doscientos millones de pesetas para ponerlo en libertad. La
importante movilización social que se produjo para exigir su liberación no pudo
evitar el terrible desenlace del caso. El 8 de abril, tras unas semanas
realmente angustiosas para la familia, el cuerpo de Ángel Berazadi aparecía
tendido boca arriba con un disparo en la cabeza en una cuneta de la carretera
comarcal entre Elgoibar y Azpeitia, con barba de varios días y portando unas
gafas de soldador cubiertas con un cartón negro, una imagen terrible que
serviría de advertencia al resto de los empresarios y profesionales en el País
Vasco.
Sobre todo ello escribe
Erik Zubiaga Arana en el quinto capítulo de este libro (Historia y
memoria del terrorismo en el País Vasco: 1968-1981).
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