El método Kominsky (tercera temporada)


Cuando quedé fascinado por la primera temporada de esta serie magnífica escribí en mi blog que
“es una serie repleta de muerte y vitalidad, de saber hacer y saber pensar, de sentimientos y de decisiones, de abandonos y de cariño, amor, respeto, amistad. Pura vida…”

No tengo ni idea de por qué no escribí nada sobre su también extraordinaria segunda temporada, pero ahora que acabo de ver la tercera me siento en la obligación de contar por qué me encanta llorar y reír, disfrutar del puro cine para televisión de Lorre y Douglas (y los grandes actores Paul Reiser y Sarah Baker).

Los 180 minutos de la tercera entrega de El método Kominsky (sus seis capítulos de media hora cada uno) son una joya televisiva nuevamente, un acierto cinematográfico de primera magnitud. Vuelve a ser una comedia encandiladora e inteligente, vital y notoria que en esta ocasión cuenta además con la irresistible interpretación de una sublime Kathleen Turner.

La vida y su final, la muerte, cobran en esta ocasión una decisiva relevancia, mayor si cabe que en las temporadas anteriores, para subrayar la categoría de estas tres horas incomparables, únicas, estilísticamente impecables. Pura vida, puro arte cinematográfico con el arrepentimiento y la resbaladiza dicha como argumento sentimental y a la vez cómico.

Reír y llorar, descender hacia el ocaso cuando uno empieza a comprender todo aquello que el tiempo ha ido haciendo con nosotros, con o sin nuestro consentimiento: la ficción nos embelesa sin que nos demos cuenta de que nos hace mejores seres humanos mientras nos reímos de nuestras lágrimas. Con nuestras lágrimas. Mientras interpretamos lo que somos.

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