El gran escritor estadounidense Dennis Lehane (de quien ya había leído por ejemplo su fabulosa trilogía Coughlin) es el autor de una serie de novela negra ubicada en Boston y protagonizada por los investigadores privados Patrick Kenzie y Angela (Angie) Gennaro, compuesta hasta ahora por seis novelas (aparecidas entre 1994 y 2010).
Yo acabo
de leer la primera de ellas (la primera novela de Lehane, en realidad), Un
trago antes de la guerra (titulada originalmente A Drink Before the War
y publicada en 1994), traducida por Ramón de España. Se nota, comienzo por
decir, que Lehane es del barrio bostoniano de Dorchester, como sus dos
detectives privados. No obstante, el novelista se previene, nos previene…
“La mayor parte de la acción de
esta novela transcurre en Boston, pero me he tomado ciertas libertades a la
hora de retratar la ciudad y sus instituciones. Todo ello de manera
intencionada. El mundo que aquí aparece es ficticio, al igual que sus hechos y
personajes. Cualquier parecido con asuntos o personas reales, es pura
coincidencia”.
Es Kenzie quien narra lo que leemos, quien nos dice que su despacho está, es, el campanario de la iglesia de San Bartolomé, en Edward Everett Square, en el barrio de Dorchester, a diez kilómetros del centro de Boston. Y que él vive “justo enfrente de la iglesia, en un edificio azul y blanco de tres pisos”. Por él sabemos que su socia, Angie, está casada con Phil (sólo Phil, sí): “un capullo”, a decir de Patrick. Un capullo que no siempre lo había sido, “sólo se había convertido en él” cuando el futuro pasó a ser “una broma de mal gusto en la que sólo aparecían cosas que él nunca tendría”, tiempo después de que todo el mundo lo idolatrara, cuando dejó de ser el gran muchacho que fue.
“Angie y Phil crecieron juntos.
Angie y yo: los mejores amigos. Angie y Phil: los mejores amantes”.
Por él,
por Kenzie, ya digo (“uno de los gamberros locales” cuando era chaval, como
Phil) sabemos que el marido de Angie es un maltratador, un maltratador que
incomprensiblemente “trataba como a un saco de boxeador” a “una mujer que no se
dejaba pisar por nadie”. Angie “le quería, así de fácil”: ahí radicaba la
lógica ilógica de todo ello. Por Patrick Kenzie (el descreído Patrick Kenzie,
capaz de contarnos que “parto de la base de que todo el mundo miente hasta que
se demuestre lo contrario, y por regla general acierto”) sabemos que él mismo y
Angie, que habían crecido juntos, tuvieron una relación hace trece años.
“Todo pasa. Tarde o temprano”.
También sabemos ya en esta primera novela de la serie que Patrick estuvo casado pero se divorció (“lo único que mi matrimonio me enseñó del amor es que se acaba”). También que la agencia de detectives fue creada por él y que pronto incorporó a su amiga y ex pareja Angie Gennaro.
Algo que
me ha gustado especialmente de esta contundente novela que me ha abierto el
apetito de leer la serie completa es la música que suena, de la que
hablaré en otro sitio.
En la
serie Kenzie-Gennaro imagino que el padre de Patrick es esencial, en su estreno
desde luego lo es. El padre muerto, “el bombero heroico, el querido concejal,
mi padre”. Edgar Kenzie y sus “quince minutos de fama hace casi veinte años”
cuando escaló un edificio de diez pisos “con la ayuda de una cuerda hecha de
sábanas” para bajar a continuación sanos y salvos a dos niños. Pero…
“En casa, el Héroe era un caso
distinto. Se aseguraba de que la cena estuviera a su hora a bofetadas. Se
aseguraba de que los deberes se hicieran a bofetadas. Se aseguraba de que todo
funcionara como un reloj a bofetadas. Y si con eso no bastaba, recurría al
cinturón, a un par de puñetazos o a una vieja tabla de lavar. Lo que fuera
necesario para que en el mundo de Edgar Kenzie reinara el orden”.
Otros
personajes de la serie que nos son dados a conocer por Lehane en Un trago
antes de la guerra son: Cheswick Hartman, “todo lo que puedes esperar de un
abogado”, quien le da “ayuda legal gratuita” a Patrick devolviéndole un favor impagable;
Richie Colgan, un combativo periodista amigo desde hace años de Kenzie que “no
es un negro de esos de Hollywood con la piel clara”, sino más bien un “negro
como el carbón y no precisamente atractivo”; Bubba Rogowski, “un anacronismo total
en los tiempos que corren”, alguien que “odia a todo el mundo, excepto a Angie
y a mí, pero a diferencia de la mayoría de la gente de ese estilo, no pierde el
tiempo hablando de ello”, alguien que “mide un metro noventa, pesa noventa y
cinco kilos y todo en él es una mezcla de adrenalina en estado puro y rabia
sociopática”, alguien que “mataría a cualquiera que me mirase mal”, alguien que
quizás sea “un gargantúa psicótico con muy malas pulgas”; y Devin Amronklin, el
detective de la policía bostoniana especializado en pandillas y su ambigua
manera de entender el poder de la ley.
Un trago
antes de la guerra, cuya narración transcurre en el verano de 1993, sirve además para
entretenernos por medio de una historia en la que el racismo o la “ira blanca
reaccionaria” son una parte importante de un entramado muy bien narrado y resuelto.
Muy bien escrito, porque Lehane es, conviene no olvidarlo, un brillante
escritor. Un literato que siempre hay que tener en cuenta. Aunque la mayor
reflexión a que nos conmina la lectura de la primera de la serie Kenzie-Gennaro
es la que hace referencia a la dicotomía entre la ley de la selva y la ley
de la civilización. Y, como dice uno de los personajes de la novela:
“Parece que la civilización es algo
a lo que recurrimos cuando nos conviene”.
Para Kenzie, “los falsos ídolos de nuestros sueños húmedos del siglo XX” son la civilización y la seguridad.
“Hay mucha gente que nos repugna moralmente ¿Los vamos a matar a todos?”
Angela Gennaro
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